Revista de España: Boletín 09

Revista de España
Tomo III, Número 9: Boletín bibliográfico
Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.
BOLETÍN BIBLIOGRÁFICO.


Elementos de filosofía especulativa, acomodados para servir de texto en los institutos y universidades, por D. Bartolomé Beato, Catedrático y Decano de la Facultad de Filosofía y Letras de Santiago. — Santiago. Establecimiento tipográfico de José María Paredes, 1866. — (XIII, 423 páginas en 4.°)

De esta obra, cuyo título es idéntico al de la escrita en italiano por el presbítero Prisco y recientemente traducida á nuestro idioma por el Sr. Tejado, solo ha salido á luz el primer tomo, que, además de una Introducción general, donde el autor define la filosofía y explica su origen, sus relaciones con las demás ciencias, su importancia y utilidad, partes de que consta, métodos seguidos en su estudio y plan del presente tratado, comprende la Psicología empírica y la Lógica, con un Apéndice acerca de la naturaleza, origen y realidad objetiva de las ideas como introito á la Ontología. Sobre esta, la Teodicea, la Psicología racional, la Antropologia y la Ética, versará el segundo volumen, todavía inédito.

Si hemos de ser francos, nó hallamos enteramente aceptable el plan adoptado por el Sr. Beato. Convenimos con él en que la Psicología debe preceder á la Lógica; pero creemos que otro tanto puede decirse de la Ontología, supuesto que la Lógica no se reduce á la simple aplicación de las verdades y leyes psicológicas, sino que aplica igualmente las verdades y leyes ontológicas, los conceptos trascendentales por medio de los cuales pensamos y conocemos, y sin los que el entendimiento humano sería una potencia muerta é infecunda. Tampoco juzgamos plausible la separación que establece entre la Psicología empírica y la racional, y entre una y otra y la Antropología; división manifiestamente inexacta, puesto que siendo la Psicología la ciencia del alma humana, y formando esta alma parte esencial é integrante del hombre, objeto de la Antropología, claro se vé que los dos primeros miembros están contenidos en el segundo, ó á lo ménos deben estarlo, dada la unidad del hombre, si no queremos presentarlo lastimosamente mutilado.

Notamos estos defectos con tanto mayor disgusto, cuanto que por lo demás, nos parece el Sr. Beato uno de nuestros mejores filósofos modernos, ya se atienda á la solidez y trabazón dialéctica con que de ordinario discurre, ya á la claridad, precisión y limpieza con que expresa sus conceptos y desarrolla sus teorías, poniéndolas al alcance de cualquiera entendimiento medianamente despejado; mérito en que pocos le igualan y nadie le excede. Su punto de partida y su método son los de la escuela escocesa; pero en el orden de materias, rigurosamente sistemático, dentro de cada tratado, y en no pocos puntos de sus doctrinas presenta notable originalidad, conociéndose que no es mero compilador, sino que tiene pensamiento propio, y que sin desechar los materiales que otros pudieran suministrarle, sabe asimilárselos y construir por sí mismo, digámoslo así, su filosofía, la cual participa á la vez del psicologismo y del escolasticismo, y es en sus conclusiones francamente ortodoxa.

Divide la Psicología empírica en cuatro secciones armónicamente combinadas, dedicando la primera al estudio de los sentimientos y de la sensibilidad, la segunda al del conocimiento y la inteligencia, la tercera al de los actos, la actividad y la voluntad, y la cuarta al de las relaciones de los pensamientos, con cuyo motivo explica la filosofía del lenguaje que comunmente se incluye en la lógica. De esta hace tres secciones que versan respectivamente acerca de la verdad y el error y sus relaciones con la inteligencia, sobre las leyes de las facultades anímicas en sus relaciones con la verdad, y sobre los medios auxiliares de la inteligencia, que son el asunto especial de la dialéctica.

Emplea con sobriedad la erudición; pero al ventilar los puntos cardinales, casi siempre indica y rebate ó corrige las opiniones profesadas acerca de ellos por los más famosos filósofos, señaladamente las de Platón, Aristóteles, los escolásticos y los modernos alemanes. De estos últimos, Kant y Krause son los que más frecuentemente impugna. En la teoría de las ideas se aparta de ellos igualmente que de los tradicionalistas, acercándose más á los escolásticos, si bien rechaza el entendimiento agente y el posible que tanto papel hacen en las filosofías peripatéticas, y sostiene que la razón percibe lo universal directamente y no en los fantasmas, sino en los objetos mismos. Los argumentos que en apoyo de esta opinión aduce son á nuestro ver de bastante peso. Lo que no comprendemos tan fácilmente es cómo esa percepción, esa generalización súbita de los individuos pueda efectuarse una vez despojada el alma, como la despoja el Sr. Beato, de las ideas innatas ó concepciones primeras, impresión y trasunto de los ejemplares divinos. ¿Qué son los objetos individuales y sus propiedades sino retratos en miniatura, por decirlo así, de las razones universales y eternas? ¿Y cómo nos elevaríamos de aquellos á estas, percibiendo su conformidad, si de estas no tuviésemos prenoción alguna? "En el orden intelectual, dice el P. Yañez del Castillo en sus Controversias críticas con los racionalistas [1], hay que suponer un punto fijo como en el orden material. ¿Qué son sino las ideas innatas? ¿De dónde le vino al hombre la idea de la justicia?.... Debiendo tener las acciones un tipo según el cual son justas ó injustas, no siéndolo las ideas innatas, no queda otro que las mismas acciones, lo cual es una contradicción que ellas sean uno y otro, la acción y el tipo de ella, lo justo y la norma de lo justo." Esto que el P. Yañez del Castillo dice de la idea de justicia es aplicable igualmente á todas las ideas generales, que como observa en su Esthética el Sr. Nuñez Arenas "siempre contienen más que los hechos particulares." No son pues actos del espíritu que conoce," cual pretende el Sr. Beato; "son los atributos de la inteligencia por los que se conoce á sí misma y conoce todo lo demás," según afirma y demuestra el Sr. Martin Mateos en El Espiritualismo". Por lo demás, aunque en esta cuestión y alguna otra disentimos del parecer del Sr. Beato, repetimos que su obra merece la atención de los doctos y puede ser de no escaso provecho como libro de texto, sobre todo si se procura que los alumnos la confronten con otras, de suerte que adquieran el hábito de pensar por sí mismos y no seguir servilmente las opiniones del autor ni las del catedrático, supuesto que la Filosofía es antes que nada ciencia de razón ilustrada y reflexiva.


Apuntes para una historia de la sátira en algunos pueblos de la antigüedad y de la Edad Media. Discursos leídos en el Ateneo Catalán por D. Joaquín Rubio y Ors. Barcelona, 1868. Un tomo en 8.º 250 páginas.

El autor de esta obra, catedrático que ha sido de literatura en la Universidad de Valladolid, y actualmente de historia en la de Barcelona, se ha dado ya á conocer, no solo como poeta catalán con el famoso pseudónimo de Gayter del Llobregat, sino también por varios trabajos referentes á las dos materias cuya enseñanza ha desempeñado. Entre otros publicó no há mucho dos estudios sobre Tácito y Salustio y otro sobre el sentimiento de la naturaleza en los pueblos modernos. El que ahora anunciamos requería en su autor para el perfecto desempeño, además de tacto delicado y de prudencia exquisita, sólidos conocimientos históricos y literarios. Obra de investigación científica, como son poco comunes entre nosotros, no se reduce ni á una árida enumeración de hechos, ni á vagas consideraciones sin base histórica. Es no menos que un ensayo general de la historia de la sátira, y que como tal se diferencia de los demás trabajos concernientes á la materia que se han publicado, monografías que se limitan á tal ó cual país ó á tal ó cual período de tiempo. A la riqueza de hechos reúne la abundancia y trascendencia de consideraciones teóricas, y á la índole científica el atractivo déla exposición, que como de obra destinada á la lectura pública, es algún tanto oratoria. El autor ha acudido de continuo á las fuentes, conforme demuestra á menudo con la rectificación de algunos datos ya conocidos, pero que habían sido expuestos de un modo inexacto ó exagerado: servicio grande hecho á la ciencia, á la cual no tanto interesa la suma de los hechos, como su recta apreciación. Con tanta lucidez como profundidad y amplitud, al mismo tiempo que con suma fijeza de principios y de convicciones, discútelos varios problemas históricos, literarios y morales que le van saliendo al paso. Aunque decidido y franco adversario del espíritu satírico, da muestras de que ha estudiado su asunto con perseverante amor, y en ninguna parte de su libro se nota la huella del cansancio ó del desaliento. Observaremos, finalmente, que ha logrado reproducir con suma corrección los textos latinos y latino-bárbaros, provenzales y franceses, de que ha hecho uso oportuno y sóbrio.

Después de algunas indicaciones de la sátira entre los egipcios, habla con más detención de la de los griegos. Dedica luego un discurso entero á la sátira romana. El tercero trata de los tiempos más oscuros de la Edad Media y de aquella poesía latina ínfima que se designa con el nombre de popular, dando curiosas noticias de los llamados Goliardos. El capítulo siguiente habla de varias costumbres paródicas y burlescas de la Edad Media, y volviendo á la historia de la sátira escrita, de aquella que, como uno de los géneros predipredilectos de su poesía lírica, cultivaron los provenzales. El capítulo quinto está únicamente destinado á la poesía satírica en la Francia del Norte en la Edad Media, campo vastísimo y difícil de recorrer por la multiplicidad y aglomeración de los materiales. El sexto y último habla de la sátira y caricatura en la escultura arquitectónica religiosa de los períodos bizantino y gótico. Como páginas de singular excelencia notaremos (puesto que nos es posible mencionar todo lo notable) aquellos en que, descrita la armónica y serena majestad del Partenon, lo finge invadido de repente por el genio de la caricatura, y aquellas tan sentidas en que manifiesta el verdadero carácter y significación de la catedral cristiana de los tiempos medios.


Phiosophia elementaría ad usum academicae ac proesertin ecclesiasticoe juventutis opera et studio R. P. Fr. Zephyrini González, Ordinis Proedicatorum, Volumem primum Logicam, Psychologiam et Idealogiam complectens. — Superiorum permissu. — Matriti: Apud Polycarpum López. MDCCCLXVIII. — (567 páginas en 4.°)

La composición de obras en latin, cosa todavía frecuente en Inglaterra, Alemania é Italia, ha venido á hacerse rarísima entre nosotros en lo que va de siglo, sobre todo desde que el antiguo régimen fué expulsado definitivamente de la escena política, pasando á la región de los recuerdos. Tal vez no lleguen á doce los libros escritos en el idioma del Lacio, que se han dado á luz en España durante el reinado de Isabel II. De ellos solo tenemos presentes en este momento el Tratado de Teología de los PP. dominicos Puig y Xarrié, el de Derecho canónico del Dr. de la Fuente, y los Cursos elementales de Filosofía de Balmes, el P. Cuevas y el Dr. Costa, á los que se agrega ahora el del P. González, autor ya ventajosamente conocido por sus profundos Estudios sobre la filosofía de Santo Tomás.

El latin, de oratorio que era en la antigüedad, se hizo filosófico en la Edad Media, ganando en precisión y lógica cuanto perdió de pompa y ritmo. En este latin escolástico, malamente ridiculizado por algunos que desconocen que los idiomas no pueden menos de acomodarse á las sucesivas evoluciones del entendimiento humano, si ha de haber la debida congruencia entre la palabra y la idea, está escrita la Philosophia elementaría con propiedad y pureza y la posible armonía. Se padece un grave error al suponer que el latin es una lengua muerta, y por consiguiente ya fijada definitivamente. Es lengua viva, puesto que se usa todavía para la trasmisión del pensamiento, y como tal, obedece y debe obedecer en su desarrollo á las mismas leyes que las demás lenguas vivas. En este concepto, censuraríamos al P. González, si por atemperarse á las exigencias de los humanistas que opinan lo contrario, hubiese intentado vaciar, á favor de continuos y enervantes circunloquios, las ideas de Santo Tomás en la frase de Marco Tulio y Tito Livio, pues, dado que lo consiguiese, de fijo sería oscuro é insufriblemente afectado su estilo, con el inconveniente además de romper la cadena de la tradición escolástica, y cerrar, por ende, á sus lectores las puertas de la filosofía cristiana de la Edad Media, cuya renovación es cabalmente el objeto que se propone, dócil á una tendencia muy poderosa hoy en el mundo sabio.

El P. González —ya lo hemos dicho— es escolástico-tomista; pero no por eso niega que desde Santo Tomás hasta el dia se hayan hecho adelantos positivos en puntos secundarios de las ciencias filosóficas. Con ellos procura ampliar é ilustrar oportunamente las teorías del Doctor Angélico, siguiendo á Leibnitz, que decia: la filosofía de los antiguos es sólida, y las nuevas elucubraciones no deben encaminarse á destruirla, sino á completarla y exclarecerla. Tampoco le vemos entregarse á las sutilezas y cuestiones inútiles que tanto descrédito atrajeron sobre el escolasticismo en los siglos anteriores. Limítase á desenvolver metódicamente lo sustancial y perenne de las doctrinas á que rinde culto, y de paso expone y refuta las contrarias, citando á los más afamados filósofos que las han profesado. Así en la Psicología dedica un largo pasaje á resumir é impugnar las principales opiniones acerca del entendimiento, pasando revista, con este motivo, á Platón, Aristóteles, Plotino y los Neo-platónicos, Spinosa, Leibnitz, Malebranche, Cousin, Gratry, Ubaghs, Kant, Hegel, Jacobi y Linchtenfels, Gioberti y Rosmini, sin olvidarse de los modernos frenólogos, cuyo sistema da á conocer, discutiendo al propio tiempo la posibilidad y condiciones de una verdadera Frenología. Así también en la Ideología, que es sin disputa el centro y riñon de las especulaciones filosóficas, trata extensamente de los más importantes sistemas sobre el origen de las ideas, clasificándolos en tres grandes grupos que designa con los nombres de escuela empírica, escuela ontológica y escuela psicológica. A la primera refiere las teorías de Locke, Condillac y demás sensualistas; á la segunda las de los propugnadores de las ideas innatas (Platón, Leibnitz, Rosmini), y de la intuición divina (Malebranche, Gioberti, Schelling); y á la tercera, la de Fichte y la de la representación sensible, abrazada, entre otros, por Balmes, Liberatore y Cuevas. Las de Kant y Cousin participan, en sentir del P. González, ya del empirismo y el ontologismo, ya de este y el psicologismo. Más comprensiva la que él explica y defiende, puede considerarse como la síntesis de dichas tres escuelas, puesto que asienta con los empíricos que "no se da en el hombre conocimiento alguno sin que preceda la percepción sensible de algún objeto;" con los ontólogos que "preexisten en nosotros las primeras concepciones del entendimiento" y que este "no es más que una cierta impresión de la Verdad Primera, una semejanza participada de la Luz increada, en la cual se contienen las razones eternas;" y por último, con los psicólogos, que " las ideas son producidas por "el entendimiento," lo cual se verifica "mediante la cópula de las percepciones de los sentidos con las primeras concepciones de la razón;" teoría que no discrepa tanto como pudiera creerse de la expuesta por el Sr. Martin Mateos en El Espiritualismo, dado que lo que este llama ideas no son más que las concepciones primeras de que habla el P. González, y ambos convienen en suponerlas innatas y correlativas con las razones eternas, y ambos exigen la concurrencia de la actividad intelectual y de la percepción sensible para la existencia del conocimiento. Acaso la discordancia está más en los términos que en las cosas.

Más divergentes hallamos á los dos expresados filósofos en la manera de determinar el principio inmanente de las operaciones vitales del hombre. El P. González lo pone en el alma racional, á quien hace sujeto de los fenómenos puramente fisiológicos, lo mismo que de los noológicos y prasológicos; el señor Mateos, por el contrario, le reputa de todo punto diverso de aquella, le establece en cierta actividad propia de nuestro organismo. Esta opinión nos parece más aceptable. El P. González se propone y refuta dos de los argumentos opuestos al animismo que profesa; pero omite y deja en pié otro que juzgamos irrefragable y del cual extrañamos no se haya hecho cargo, habiéndole expuesto tan vigorosamente un escritor que no debe serle desconocido, el Conde de Maistre, en su Ensayo sobre los sacrificios. "La carne tiene deseos contrarios á los del espíritu," nos enseñan acordes la Sagrada Escritura y la experiencia. Amamos á un mismo tiempo el bien y el mal, amamos y aborrecemos el mismo objeto, queremos y no queremos, tenemos valor y juntamente temblamos de miedo. ¿Cómo un sujeto simple, cual lo es el alma, puede ser principio de esos movimientos simultáneos tan radicalmente antitéticos? ¿Cómo el cuerpo que es inerte de suyo, sin más actividad que la que recibe del alma, no obedece siempre á los mandatos superiores de esta y á menudo se le rebela?

Desearíamos saber qué solución da á esta dificultad el docto dominico. También quisiéramos que nos dijese cómo concilia su doctrina con aquella sentencia de San Pablo: "la palabra de Dios es espada viva que penetra hasta la división del alma y del espíritu;" donde se nos figura ver claramente proclamada la diferencia que el vitalismo pone entre el principio fisiológico y el principio racional en el hombre.

Sea de esto lo que fuere, y opínese como se quiera en punto á esa y otras cuestiones, no se ha de negar que el P. González ha compuesto un libro de mérito, útil no solo en cuanto facilita el estudio de los monumentos filosóficos de la Edad Media, sino también por la erudición que contiene y porque contribuirá á mantener vivo en España el amor á las especulaciones profundas y trascendentales.


Director y Editor, José L. Albareda.


  1. Citamos de intento esta obra que consta de diez tomos en 4.º y es muy poco conocida, á fin de recordarla á nuestros lectores. Se publicó en Valladolid en 1854.