​Reto al destino​ de Clemente Althaus


No más supliques, corazón, ni llores:
¿de qué tu llanto te valdrá? de nada;
de nada humildes ruegos: tus dolores
sufre de hoy más con altivez callada:
¿No sabes, di, que el Hado sus rigores
nunca remite ni jamás se apiada,
y cuán en vano su nobleza humilla
quien dobla ante sus aras la rodilla?
De la dura paciencia los diamantes
te abroquelen el pecho, que no pudo
quebrantar en sus golpes incesantes
la clava del destino tal escudo:
su saña y su tesón se rindan antes
que tu orgulloso sufrimiento mudo,
que halle más firme sin cesar y grande
cada mayor desdicha que te mande.
Del añoso, arraigado, excelso roble
que crece de una sierra en la alta cumbre
emblema fiel de la Constancia noble,
imita la magnánima costumbre;
al cual nunca hace que la frente doble
de los vientos la airada muchedumbre
que nunca aplaca su tremenda guerra
contra el monarca altivo de la sierra.
Sé como firme escollo cuya planta
azota el océano eternamente,
mientras el huracán, si se levanta
hiere tronando su desnuda frente
con saetas de fuego; y él aguanta,
sin parecer siquiera que la siente,
del mar y el cielo la batalla doble,
eternamente tácito e inmoble.
Sí, que de hoy mas sin las cobardes preces
y llantos de la humana criatura,
que tú siempre o desoyes o escarneces,
ah Destino crüel, de la amargura
apuraré la copa hasta las heces:
tu saña pues en mi constancia apura,
y contra mí asestándolas, acaba
de agotar las saetas de tu aljaba.
Dispuesto a todo estoy; desde este día
entra en combate singular conmigo:
haz tan extrema la miseria mía,
que envidia sienta del más vil mendigo;
me devore en larguísima agonía,
sin que me dé la caridad abrigo,
horrible mal, espanto de la gente,
que aún a la misma Compasión ahuyente.
De mí se aleje la Amistad esquiva
y me nieguen sus labios desleales;
como a extraño, mi patria me reciba,
y ciérreme sus brazos maternales;
de mí afrentada, mi familia altiva
me arroje con baldón de sus umbrales,
y en pos corriendo de mi huella, impía
la plebe vil de mi infortunio ría.
De la Calumnia pérfida me acierte
cada tiro traidor; todos estimen
que por maldad, no por adversa suerte,
desgracias tantas mi existencia oprimen;
pena parezcan corta, aunque, tan fuerte,
a tanto horrendo nunca oído crimen,
merecedor de justiciera llama,
con que mancille mi virtud la fama.
Haz por fin que me ponga la Fortuna
en la parte más baja de su rueda;
sobre mi frente miserable aduna
cuanta desdicha imaginar se pueda;
de ellas no falte a mi aflicción ninguna;
aún del bien de esperar me deshereda:
y males para mi tu saña invente
cuales no puede adivinar la mente.
Ya verás, oh Destino, que mi alma,
más sufrida que el justo de Idumea,
de su constancia te opondrá la calma,
que nunca esperes que domada sea;
y, aunque no pueda merecer la palma
en tan tremenda desigual pelea,
me quedará el consuelo todavía
de la invencible resistencia mía.


(1857)


Esta poesía forma parte del libro Obras poéticas (1872)