Respuesta al señor Mariátegui

Nota: Se respeta la ortografía original de la época
II


RESPUESTA AL SEÑOR MARIATEGUI

El respetable magistrado doctor don Francisco Javier Mariálegui me ha dispensado la honra de refutar algunos puntos de mi modesto estudio hlslórico sobre prohombres de la época de la Independencia. Siento la acritud y dureza con que trata á un escritor humilde como yo que, al dar á la estampa su trabajo, no tuvo en mira otra idea que la muy patriótica de apreciar, según su criterio, más ó menos ilustrado, y ajeno á todo espíritu de partidarismo, sucesos y personajes poco ó nada estudiados todavía.

Pero dando de mano á quisquillas de personal susceptibilidad, paso á dar respuesta á las observaciones del señor Mariátcgui.

—La primera, más que histórica, es de propiedad de lenguaje. Dice el señor Mariátegui que no debí haber escrito—al aceptar San Martín el poder, sino al asumir, al apropiarse ó al investirse por sí y ante sí del mando. Quizá no fué de rigorosa propiedad el verbo por mí empleado; sin embargo de que, según el testimonio de mi crítico, San Martín aceptó lo que la opinión pública le brindaba. Pero concluye mi ilustrado contendor con esta frase:—*Es falso, que se le hubiese hecho la guerra á San Martín, cuando se invistió del mando.»— Reticencia que no sé á qué viene, pues yo no he escrito que, de 1820 á 1823, hubiera tenido el Protector émulos ni enemigos entre los que abrazaron la causa de la Independencia.

—La segunda observación no me atañe. Redúcese á ampliar lo que yo apunté sobre los fusilamientos de Jeremías y Mendizábal, ampliaciones de positiva utilidad para la Historia. En cuanto al pasquín que yo digo se atribuyó por entonces al doctor Urquiaga, me alegro de que el señor Mariátegui convenga conmigo en qufCJ ese no fué más que el pretexto de que se valió MonLeagudo para desterrar á aquel entusiasta republicano.

—La tercera y cuarta observaciones se contraen á negar la existencia del club ó Logia republicana. El señor Mariátegui ha olvidado que, en una de sus obras, el mismo nos habló de conciliábulos en la celda del padre oratoriano. La palabra Logia estaba á la moda, y se aplicaba á todo lo que hoy llamamos sociedad 6 asociación.

— Dice mi crítico, y yo sospecho que alude á don Toribio Rodríguez de Mendoza, que uno de los señores por mí nombrados no fué patriota. No creo que Rodríguez de Mendoza, el hombre que educó á una generación inculcándola ideas llberalísimas, para la época, merezca la exclusión que de él hace el señor Mariátegui, ni acepto que se exhiba á Ferreiros como un ser de carácter tan apocado, que transigiera con sus convicciones por no perder un mezquino sueldo, como empleado subalterno en una aduana.

—La observación siguiente no me compete. El señor Mariátegui se contrae en ella á referir pormenores sobre la caída de Monteagudo, suceso en que él tomó activísima parte. Esos pormenores son interesantes, aunque en el fondo no avanzan mucho sobre los que yo consigno en mi folleto.

—En la sexta observación ha estado (con perdón sea dicho) muy poco ó nada feliz el señor Mariátegui. Dice: «Lo del ofrecimiento de la corona del Perú á un príncipe inglés, es un cuento ridiculo y en lo que jamás se pensó; pues San Martín y Monteagudo sabían que en Inglaterra se habrían burlado de semejante ofrecimiento; jamás se les ocurrió tan extravagante idea.»

Supongo que para el señor Mariátegui sean documentos dignos de fe la parte de correspondencia (en clave) que existe hoy i en el archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores, las cartas que de San Martín y otros se han publicado sobre el particular y, más que todo, el pliego de instrucciones dadas á García del Río y Paroissien.

Para convencer al señor Mariátegui de que el último en quien se fijaron los monarquistas fué el duque de Luca, y que cifraron todo su empeño en conseguir la aceptación de un príncipe inglés, bastaráme copiar el primer artículo del ya citado pliego de instrucciones.

«La Gran Bretaña, por su poder marítimo, sus créditos y vastos recursos, como por la bondad de sus instituciones, y la Rusia por su importancia política y poderío, se presentan bajo un carácter más atractivo que todas las demás naciones. Están, por consiguiente, autorizados los comisionados para aceptar que el príncipe de Sussex-Coburgo ó, en su defecto, uno de los de la dinastía reinante de la Gran Bretaña, pase á coronarse emperador del Perú. En este último caso darían preferencia al duque de Sussex, con la precisa condición de que abrace la religión católica, permitiéndosele venir acompañado de una guardia que no pase de trescientos hombres. Si esto no tuviere efecto, podrá aceptarse alguna de las ramas colaterales de Alemania, con tal que esté sostenida por el gobierno británico.»

¿Dirá aún mi respetable contradictor que es cuento ridículo aquello de que á outrance se quería para el Perú un soberano inglés?

Sabe el señor Mariátegui, como todos los que hemos hojeado algo sobre Historia, que él plan de monarquía no era nuevo, y que ya en 1788 Catalina II de Rusia y el ministro Pitt habían concertado en Londres algo á este respecto, sirviendo de agente ó intermediario el esclarecido general Miranda, inspirador más tarde y amigo íntimo de San Martín, Bolívar, O'Higgins y otros campeones de la Independencia americana.

— Yo sabía que el periódico Abeja Republicana fué redactado por los señores Mariátegui y Sánchez Carrión. La verdad histórica ha ganado con la presente polémica. Conste, pues, que los excelentes artículos que allí aparecen, contra los planes de monarquía, fueron fruto de la pluma del doctor Mariátegui. Al César lo que es del César.

Mi equivocación, sin embargo, tiene mucho de disculpable, desde que los artículos de la Abeja son cortados por el mismo patrón de las famosas Cartas del solitario de Sayán, cuya paternidad nadie ha disputado á Sánchez Carrión.

—Yo no he atribuido á Sánchez Carrión las décimas en que se glosaba una redondilla popular. Bien claro digo, en mi folleto, que estas décimas se atribuyeron al redactor del Tribuno. Yo no afirmo, sino repito lo que decía la voz pública.

Este punto, de suyo insignificante, no merecía la destemplanza con que de él se ocupa mi poético censor. El que Sánchez Carrión escribiera inspiradísimos versos líricos, de que niego, sea dicho de paso) no es argumento que destruya la posibilidad de que, en un rato de broma, hubiera zurcido cuatro décimas humorísticas glosando una redondilla (gongórica es cierto, y de ajeno autor,) muy popular en Lima.

—Bolívar era el hombre de la síntesis; mas no el hombre de los detalles. Creo que él necesitaba de Monteagudo, como dje un hábil auxiliar, para la realización de su vasto plan de vitalícia ó monarquía (cuestión de nombre.)

—Es verdad, como dice el señor Mariátegui, que Monteagudo fué herido en el pecho y no por la espalda; pero no es exacto que hubiera gritado. El boticario don Santos Peña y el cirujano Román habrían oído los gritos, y consta del proceso que, ó no hubo gritos, ó esos señores estuvieron sordos. Así lo declaró también el padre Cortés, religioso juan¿cdiano, que fué la primera persona que se acercó al cadáver.

—En cuanto á la presencia de Bolívar en San Juan de Dios, me refiero al testimonio de muchas personas que lo vieron conmovido ante el cuerpo del exministro.

—Excusará el señor Mariátegui que deje sin respuesta sus observaciones sobre el proceso, porque de ellas me ocupo ten mi próxima contestación al señor Paz-Soldán; y en cuanto al envenenamiento de Sánchez Carrión, yo, en mi opúsculo, nada aseguro. Exhibo datos y hago las presumibles deducciones. Si éstas son ó no fundadas, no á mí, sino al criterio del lector corresponde el fallo.

Chorrillos, Abril 16 de 1878.