Respuesta a dos preguntones

Tradiciones peruanas - Octava serie
Respuesta a dos preguntones

de Ricardo Palma


Un refrán español dice: Averígüelo Vargas, que fue un averiguador famoso de todo lo que no le importaba ni ofrecía conveniencia. Yo deja de ser andrómina para mí eso de que en mi tierra, cuando es asunto de fruslerías se diga, equiparándome con el Vargas de ha tres siglos: «Hombre, eso ha de saberlo Ricardo Palma». Como si yo en cada pelo del bigote escondiera una historieta. En esta semana he recibido dos esquelita preguntonas, a las que como hombre cortés voy a dar respuesta sin gastar mucha tinta ni andarme por caballetes de tejado. Para eso estamos los viejos: para satisfacer a curiosos de vidas ajenas y de cosas que no valen un pepino.


Poco después de la capitulación de Rodil, ejercía el general Rivadeneyra las funciones de gobernador y autoridad marítima del Callao. En obedecimiento a orden superior, hizo su señoría promulgar bando prohibiendo, bajo pena de arresto, multa y comiso, la venta de pólvora por los particulares. Quien necesitara pólvora debía ocurrir a Lima y comprarla en la fábrica o estanco, previa aquiescencia del intendente de policía.

La prohibición, como era consiguiente, despertó el espíritu de contrabando, y del mismo polvorín de la fortaleza Chalaca desaparecían poquito a poquito quintales de pólvora, que era comprada a bajo precio por los pulperos.

Sucedió que una noche, a poco más de las siete, llegaron dos soldados a una pulpería administrada por un italiano llamado Domenico y pusieron sobre el mostrador dos mochilas repletas de pólvora. Convinieron con el pulpero en el precio que éste había de pagarles por cada libra, y después de entornar la puerta se pusieron a pesar en la balanza el artículo. Pagó el comprador, despidiéronse los vendedores, y no se habrían alejado veinte varas cuando se oyó terrible detonación, y la pulpería se desplomó. Presúmese que al ir a guardar la pólvora, cayó sobre ella el candil.

Apenas si se encontraron fragmentos del cuerpo de Domenico; y como la catástrofe fue de gran resonancia para una población cuyo vecindario en ese año, por consecuencia del reciente asedio, hambruna y epidemia, no excedía de cinco mil almas, la voz popular dio a la calle el nombre de calle del Quemado.

Queda satisfecho un curioso. Vamos al otro.

Más difícil es dejar contento al que en la crónica de El Comercio me ha preguntado el porqué cuando caos prójimos pagan a medias un billete de lotería, se dice que han echado suerte en baca, con b de burro. Sin documento en que apoyarme, voy a repetir únicamente lo que oí de boca de viejos. La verdad quede en su sitio, que yo ni entro ni salgo, ni nada me va ni viene con que la explicación cuadre o no cuadre.

Por los años de 1780 se estableció en Lima la primera lotería pública, en la que parece no se jugó muy limpio, pues tuvo el gobierno que suspender la licencia. Creo que en los tiempos de Avilés se restableció la lotería con mejor reglamentación.

Bajo el gobierno de Abascal se concedió a don Gaspar Pico y Angulo, que fue un culebrón de encargo, la administración y dirección de loterías. Los billetes (de los que existen ejemplares en la Biblioteca Nacional) eran impresos y en tamaño la mitad de los actuales. Sobre el número leíase viva el rey.

Este don Gaspar Rico y Angulo, que murió en el Callao de escorbuto durante el sitio, siendo redactor de El Depositario, papelucho inmundo contra los patriotas, estableció su oficina de lotería en la calle del Arzobispo. En la puerta y sobre una tabla hizo pintar una cabeza de familia bovina con esta inscripción: A la fortuna por los cuernos.

Siendo del género femenino la fortuna, es claro que la cabeza pintada era de vaca y no de toro. Robustece esta opinión la copla popular que estoy seguro conocen muchos de mis lectores:


Fortuna no vi ninguna
cual la de este caballero,
porque lo hizo su ternero
la vaca de la fortuna.


Los billetes valían, como los de ahora, un real, y cuando entre dos personas se trataba de comprarlo a medias, decían: «un cuerno para ti y otro para mí».

En 1817 el suertero don Jerónimo Chávez, que era la categoría del gremio y a quien los limeños llamaban Chombo el dichoso, quiso sintetizar la apuntación que sus compañeros escribían en el registro, e inventó la palabra baca con b larga, encontrando quizá roma o sin punta la palabra vaca. Los suerteros (y no sorteros como alguien ha sostenido que debe decirse) no están obligados a corrección ortográfica.

¿Cuál ortografía debe prevalecer? Tengo para mí que la adoptada por los suerteros: primero, porque ellos son los dueños e inventores de la acepción dada a la palabra; segundo, porque sólo a ellos interesa escribirla así o asá; tercero, porque los que no vendemos suertes no debemos legislar, como los congresantes, sobre materia en que somos del todo al nodo ignorantes, y últimamente, por que en todo caso la palabra baca no pasa de ser un limeñismo, y si con el tiempo y las aguas llegase a alcanzar la honra de figurar en el Diccionario de la Academia, que sea con el traje con que la vistieron los que la dieron vida.