Miserentissimus Redemptor
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​Rerum orientalium​ (1928) de Pío XI
Traducción en Wikisource de la versión latina
publicada en Acta Sanctae Sedis vol. 20 (1928), pp. 277-228
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ACTA DE PÍO XI

ENCÍCLICA
A LOS PATRIARCAS, PRIMADOS, ARZOBISPOS, OBISPOS, Y OTROS ORDINARIOS EN PAZ Y COMUNIÓN CON LA SEDE APOSTÓLICA: DEL FOMENTO DE LOS ESTUDIOS ORIENTALES

PÍO XI
VENERABLES HERMANOS
SALUD Y BENDICIÓN APOSTÓLICA

El celo con el que han trabajado nuestros predecesores en los siglos pasados para promover los estudios y un conocimiento más profundo del mundo oriental entre los fieles, y especialmente entre los sacerdotes, es conocido por cualquiera que haya recorrido, aunque sea apresuradamente, la historia de la Iglesia. De hecho, ellos [a]sabían muy bien que la causa, tanto de muchos daños anteriores como de la muy dolorosa división que había arrancado de la raíz de la unidad a muchas Iglesias que alguna vez fueron prósperas, provenía como una consecuencia necesaria, especialmente de la ignorancia mutua, de la poca estima y de los prejuicios nacidos en el tiempo de largos desacuerdos; y por ello veían que tantos males no podían remediarse sino eliminando estos impedimentos. Ahora bien, para mencionar brevemente algunos hechos históricos de aquellos tiempos, en los que los antiguos lazos de unión empezaron a relajarse, y que atestiguan el solícito cuidado de los Romanos Pontífices en este asunto, todos saben no solo con qué bondad, sino también con qué veneración Adriano II acogió a los dos Apóstoles de los eslavos, Cirilo y Metodio, con qué prueba de particular estima quiso honrarlos; y el celo con el que favoreció la celebración del octavo concilio ecuménico, el cuarto Constantinopolitano, enviando a sus legados allí, precisamente cuando lamentablemente gran parte del rebaño de Cristo se había desprendido del Romano Pontífice, Supremo Pastor divinamente constituido. Otros concilios, destinados a fomentar los intereses de la Iglesia entre los orientales, se celebraron posteriormente a lo largo del tiempo, como cuando en Bari[b], en la tumba de San Nicolás de Mira, el famoso Doctor de Aosta y Arzobispo de Canterbury, San Anselmo, con su doctrina y su eminente santidad despertó admiración en todos; o en el concilio de Lyon, donde aquellas dos luminarias de la Iglesia, el Angélico Tomás y el Seráfico Buenaventura, habían sido convocadas por Gregorio X, aunque uno de ellos murió en el mismo viaje y el otro en medio de los serios esfuerzos del Concilio[c]; o en Ferrara y Florencia[d], donde destacaron esas dos destacadas glorias del Oriente cristiano, Bessarion de Nicea e Isidoro de Kiev, posteriormente creados Cardenales, y donde la verdad del dogma cristiano, establecida con sólidos argumentos y ungida por el amor de Jesucristo pareció abrir el camino a la reconciliación de los cristianos orientales con el Pastor Supremo.

Las pocas cosas hasta aquí mencionadas, Venerables Hermanos, son sin duda prueba de la providencia paterna y del celo de esta Sede Apostólica hacia las naciones orientales; ciertamente son las más conocidas, pero, por su propia naturaleza la menos frecuentes. Pero hay muchas otros beneficios que, sin interrupción alguna, como donación continua y, por así decirlo cotidiana, de beneficios, derivaron de la Iglesia Romana a favor de todas las regiones de Oriente; especialmente con el envío de religiosos, que gastaron sus propias vidas en beneficio de los pueblos orientales. De hecho, apoyados, por así decirlo, por la autoridad de esta Sede Apostólica, surgieron, especialmente de las familias religiosas de San Francisco de Asís y Santo Domingo, aquellos magnánimos varones que, habiendo erigido casas y fundado nuevas provincias de su Orden, difundieron con inmenso trabajo la teología y otras ciencias pertenecientes a la religión y la civilización, no solo, Palestina y Armenia sino también otras regiones, en las que los orientales, sometidos al dominio de los tártaros o los turcos, con la violencia fueron mantenidos separados de Roma, y desprovistos al mismo tiempo de toda la mejor cultura y especialmente de ls estudios sagrados.

Estos insignes beneficios y el espíritu de la Sede Apostólica mostraron haberlo comprendido muy bien, desde el siglo XIII, los Profesores de la Universidad de París, quienes, según sus deseos, fundaron, como se recuerda, junto a su propia Universidad, un colegio oriental, en torno al cual Juan XXII, nuestro antecesor, algún tiempo después preguntaba con preocupación a Hugon, obispo de París, por los frutos que producía en el estudio de las lenguas orientales[1].

No menos notables son otros hechos, atestiguados por la historia de aquella época. El muy sabio Humberto de Romans, Maestro General de la Orden de Predicadores, escribiendo en su libro "los temas que parecían tener que ser tratados en el Concilio Ecuménico que se celebrará en Lyon", recomendó en particular como medios necesarios para ganarse el ánimo de los orientales[2]: un profundo conocimiento de la lengua griega "en la medida en que a través de las diversas lenguas la diversidad de pueblos se une en la unidad de la fe"; la abundantes publicación de libros griegos y, de manera similar, un suministro adecuado de nuestros libros traducidos a idiomas orientales; e igualmente enseñó a sus frailes, reunidos en el Capítulo General de Milán, a tener en alta estima el conocimiento y estudio de las lenguas orientales, y a cultivarlas para capacitarse y prepararse para las misiones entre esos pueblos, si así fuese la voluntad de Dios. Del mismo modo, el muy erudito Roger Bacon de la Orden de San Francisco, muy querido por Clemente IV, nuestro predecesor, no sólo escribió con mucha erudición sobre las lenguas de los caldeos, árabes y griegos[3], sino que también abrió para otros el camino de su conocimiento. Emulando sus ejemplos, el célebre Ramon Llull, hombre de extraordinaria erudición y piedad, pidió a nuestros antecesores Celestino V y Bonifacio VIII muchas cosas y obtuvo muchas de ellas, bastante arduas para aquellos tiempos: sobre el modo de promover los asuntos y estudios orientales; designar, de entre los mismos Cardenales, a quien presidiría estos estudios; finalmente, la forma de emprender frecuentes misiones sagradas tanto entre los tártaros, los sarracenos y otros infieles, como entre los cismáticos, para volver a la unidad de la Iglesia.

Pero mucho más célebre y más digno de especial mención es aquello que sabemos fue decretado, según se dice por su sugerencia y exhortación[e], en el Concilio Ecuménico de Vienne y promulgado por Clemente V, nuestro predecesor. En él vemos casi esbozado nuestro moderno Instituto Oriental: "Con la aprobación de este Sagrado Concilio, hemos dispuesto que se erijan escuelas de los diversos idiomas que se mencionan a continuación, dondequiera que resida la Curia Romana, así como en las Universidades de París, Oxford, Bolonia y Salamanca, ordenando que en cada uno de estos lugares se tengan profesores católicos con conocimientos suficientes de hebreo, griego, árabe y caldeo; en concreto, dos expertos en cada idioma, para regir allí las escuelas y traducir fielmente los libros de esos idiomas al latín; luego otros enseñarán diligentemente a otros los mismos idiomas y comunicarán con su cuidada enseñanza su perfecto conocimiento de modo que suficientemente instruidos en estos idiomas, puedan producir el fruto esperado por la gracia de Dios, propagando saludablemente la fe entre los mismos pueblos infieles ... "[4].

Y dado que entre los mismos pueblos de Oriente, en aquel tiempo, debido a los disturbios públicos y al derroche de la mayor parte de los medios que podían ayudar a la ciencia, era difícil cultivar las mentes de los estudiosos, por perspicaces que fueran, en disciplinas superiores, sabéis, Venerables Hermanos, cómo Nuestros antecesores cuidaron al máximo para que, si bien las principales universidades de esa época ya tenían sus propias cátedras de estudios orientales, al abrigo de esta ciudad de Roma[f] se erigieron algunos institutos más preparados, a modo de seminarios para algunos pocos alumnos de esas mismas naciones que, diligentemente provistos de todos los conocimientos de la doctrina, pudieran salir al campo bien preparados para sostener el combate en buena lid. De ahí, en primer lugar, la construcción en Roma de monasterios y colegios para griegos y rutenos, luego la construcción de casas para maronitas y armenios. Con qué provecho de las almas y progreso de la ciencia, derivó de esto lo demuestran claramente las obras litúrgicas y otros temas, publicadas por la Sagrada Congregación de Propaganda Fide, así como los preciosos códices orientales, diligentemente recopilados y celosamente custodiados en la Biblioteca Vaticana.

Y esto no es todo, porque nuestros predecesores más cercanos, como dijimos anteriormente, sabiendo muy bien que un mejor conocimiento de las cuestiones orientales entre los pueblos de Occidente los habría beneficiado enormemente, hicieron todo lo posible para procurar un significativo avance. Testigos de esto son: Gregorio XVI quien, elevado al Sumo Pontificado el mismo año en que iba a ser enviado al emperador ruso Alejandro I, había estudiado con toda diligencia lo que concernía a los asuntos rusos; Pío IX que, antes y después del Concilio Vaticano, había recomendado encarecidamente la difusión de estudios sobre ritos y tradiciones orientales; León XIII, que mostró tanto amor y preocupación pastoral no solo por los coptos y los eslavos, sino por todos los orientales, hasta el punto de que, además de la nueva Congregación llamada Agustinos de la Asunción, estimuló a otras familias religiosas a aplicarse o a perfeccionarse en el estudio de las cuestiones orientales, fundó para los mismos orientales nuevos Colegios en sus regiones y en esta misma ciudad, honró con los mayores elogios a la Universidad inaugurada en Beirut por la Compañía de Jesús[g], todavía hoy floreciente y querida por nosotros; e igualmente, Pío X que, habiendo erigido el Pontificio Instituto Bíblico en Roma, encendió en muchas almas un nuevo ardor por las cuestiones y lenguas orientales, no sin una muy feliz cosecha de frutos.

Nuestro inmediato predecesor Benedicto XV, emulando con ardiente celo esta providencia paterna hacia los pueblos orientales, hasta el punto de que la consideró como una herencia sagrada recibida por Pío X, por lo que para ayudar y aumentar, en la medida de lo posible, las cuestiones orientales, no sólo instituyó una Sagrada Congregación[h] para los ritos y asuntos orientales, sino que además "decidió fundar en esta ciudad, capital del mundo cristiano, una sede propia de los estudios superiores orientales, provista de todos los medios que exige la cultura actual, y distinguida por profesores altamente capacitados en las diversas disciplinas y altamente estudiosos de Oriente"[5], dotada de la facultad de conferir "grados de doctorado en disciplinas eclesiásticas relativas a los pueblos cristianos orientales"[6]; quería además que estuviera abierto no sólo a los orientales, aunque todavía separados de la unidad católica, sino también y especialmente a los sacerdotes latinos, tanto si querían enriquecerse con la sagrada erudición como si querían dedicarse al sagrado ministerio entre los orientales. Por tanto, son muy dignos de elogio aquellos profesores muy eruditos que durante cerca de cuatro años trabajaron para instruir a los primeros alumnos del Instituto en las disciplinas orientales.

Sin embargo, estar cerca del Vaticano, pero demasiado lejos del centro más poblado de la ciudad, no fue un obstáculo menor para el desarrollo de este providencial Instituto. Por eso Nosotros, cumpliendo con lo que había querido hacer Benedicto XV, ordenamos que el Instituto Oriental se trasladase a la sede del Instituto Bíblico, por ser el que más se le acerca en cuanto a tipo de estudio y finalidad, pero de modo que permaneciese separado, con la intención de dotarlo de una sede propia, tan pronto como las circunstancias lo permitasen. Además, para que en el futuro no falte nunca un cuerpo de profesores idóneo para la enseñanza de las ciencias orientales, y creyendo que podría conseguirlo más fácilmente encomendando tan importante empresa a una Orden religiosa, con Nuestra carta[7] de 14 de septiembre de 1922 ordenamos al Propósito General de la Compañía de Jesús que, por su amor y por la obediencia debida a la Santa Sede y al Vicario de Cristo, superando cualquier dificultad, asumiera todos los cuidados del Instituto, en estas condiciones: que conservando Nosotros y Nuestros sucesores la dirección suprema, corresponda al Prepósito General de la Compañía de Jesús proporcionar personas adecuadas para los difíciles oficios de Presidente y profesores, y que a perpetuidad, ya sea personalmente, o por medio del Presidente, nos proponga directamente a Nosotros y a Nuestros sucesores, para su aprobación, las personas que quieran designar para las distintas cátedras del Instituto, y todas las medidas que parezcan beneficiosas para la conservación y cada vez mayor progreso del propio Instituto.

Por tanto, al final del sexto año a partir del día en que, no sin cierta inspiración divina, decidimos tomar estas medidas, nos place agradecer a Dios de todo corazón los muy felices frutos que ya han coronado nuestros trabajos. De hecho, el número de estudiantes y oyentes, si -como indica la propia naturaleza del Instituto- no fue y nunca será enorme, tampoco fue tan pequeño como para no tener que alegrarse profundamente de ver a estas alturas un selecto grupo de hombres, que pronto podrán emerger de la sombra de este gimnasio al campo abierto, instruidos con tal conjunto de ciencia y piedad, que no pueden esperar pequeñas ventajas para los orientales.

Y aquí, mientras encomiamos a aquellos Ordinarios, Obispos y Superiores de familias religiosas que, cumpliendo voluntariamente nuestros deseos, han enviado a Roma, desde la más variada diversidad de naciones y países, de Oriente y Occidente, a algunos de sus sacerdotes para que fuesen instruidos en las cuestiones orientales; y mientras exhortamos también a los Superiores de las otras instituciones más extendidas por el mundo a que sigan tan buen ejemplo, y no dejen de enviar, para formarlos en las escuelas de nuestro Instituto Oriental, a aquellos estudiantes que encuentren más idóneos y más inclinados a tales estudios. Después de esto, permitidnos, Venerables hermanos, recordarles el tema que no hace mucho tratamos con cierta amplitud, en la encíclica Mortalium animos. ¿Y quién podría ignorar ahora las discusiones que se están multiplicando en torno a la realización y fomento de una cierta unión que es completamente contraria a la mente de Jesucristo, Fundador de la Iglesia? ¿O quién no ha oído ya hablar de las disputas que suelen tener lugar en muchas partes, especialmente en Europa y América, disputas de gravísima importancia como en ellas se trata de los pueblos orientales, tanto de los unidos a la Iglesia romana, como de los aún separados de ella? No obstante, aunque los alumnos de nuestros Seminarios, instruidos como están a lo largo de sus estudios sobre los errores de los innovadores (algo de lo que ciertamente tenemos que felicitarnos), pueden fácilmente discernir y rechazar los argumentos engañosos, no están, al menos de ordinario, tan dotados de doctrina como para poder dar una opinión firme en cuestiones y costumbres orientales, o de los legítimos ritos utilizados por ellos, y merecedores de ser conservados religiosamente dentro de la unidad católica. Cuestiones todas estas que requieren un particular y diligente estudio.

Por tanto, no debiéndose descuidar nada que pueda ayudar el ansiado retorno de tan gran parte del rebaño de Cristo a la unión con su verdadera Iglesia, o favorecer una mayor caridad hacia quienes, diferentes en los ritos, sin embargo se adhieren íntimamente con la mente y con el corazón de la Iglesia Romana y del Vicario de Cristo, os exhortamos, e imploramos a cada uno de vosotros, Venerables Hermanos, que escojáis al menos a uno de vuestros sacerdotes, que, bien instruido en materias orientales, pueda instruir en ellas a los alumnos del seminario. Sabemos muy bien que son las Universidades católicas a quien le correspondería la erección de una Facultad específica de Estudios Orientales; y nos felicitamos sinceramente que esto ya se haya comenzado a hacer, con nuestro propio consejo y ayuda, en París, Lovaina y Lille; también nos alegramos de que en varios otros centros de estudio, incluso a expensas del Estado, y con el consentimiento y la exhortación de los obispos, se hayan fundado recientemente cátedras de estas disciplinas orientales. Pero no será difícil preparar, para cada seminario teológico, algún profesor que, junto con su propia asignatura, ya sea historia o liturgia o derecho canónico, pueda explicar al menos algunos de los elementos de los estudios orientales. De este modo, al dirigir la mente y el corazón de los alumnos a las tradiciones y ritos de los orientales, se obtendrá necesariamente un no pequeño provecho, no sólo para los orientales, sino también para los propios alumnos que, como es natural, se beneficiarán con ello de un conocimiento más profundo de la teología católica y de la disciplina latina, y juntos concebirán un amor más vivo por la verdadera Esposa de Cristo, cuya maravillosa belleza y la misma variedad de ritos en la unidad, verán resplandecer con especial fulgor.

Precisamente por considerar las ventajas que, para la causa cristiana, derivarán de la formación de los jóvenes tal como la hemos descrito, hemos estimado nuestro deber no reparar en trabajos para asegurar al Instituto Oriental, así confirmado por Nosotros, no sólo vida muy segura sino también, en la medida de lo posible, prospera gracias a nuevos avances. Por lo tanto, en cuanto tuvimos la oportunidad, le asignamos una sede propia en Santa María la Mayor en el Esquilino, destinando preferentemente para la compra y adecuación del convento de San Antonio una suma, que nos había llegado de la donación de un generoso Prelado, pasado no ha mucho a mejor vida, y de un piadoso varón de los Estados Unidos, para los que por esto deseamos y pedimos la mayor recompensa de los premios celestiales. Tampoco debemos ignorar la ayuda que llegó desde España para la construcción, en la nueva sede del mismo Instituto, de una biblioteca más amplia y cómoda. Al elogiar este ejemplo de liberalidad, Nosotros, que debido a la práctica y experiencia de tantos años pasados en la prefectura de las Bibliotecas Ambrosiana y Vaticana, bien podemos comprender cuán importante es dotar a esta nueva biblioteca de todos esos medios, de los que profesores y estudiantes -como de veneros, a veces ignorados pero muy ricos- podrán extraer cómodamente noticias del mundo oriental y difundirlas para utilidad pública. Nosotros sin detenernos por las dificultades, que prevemos muchas y graves, procuraremos recoger con todas nuestras fuerzas todo cuanto concierne a las regiones, costumbres, idiomas y ritos orientales, y quedaremos agradecidos a aquellos que, por su devoción al Vicario de Cristo, ayuden según sus fuerzas con ofrendas o dinero, libros, códigos, pinturas o cualesquiera otros documentos o vestigios del Oriente cristiano.

De aquí se seguirá, como esperamos, que las naciones orientales, viendo con sus propios ojos tantos espléndidos monumentos de la piedad, de la doctrina, de las artes de sus antepasados, entendrán como honra la Iglesia Católica a la verdadera, legítima y perenne "ortodoxia", y con qué diligencia se conserva, defiende y propaga. De este espectáculo, como bien podemos esperar, convencidos por el más válido de los argumentos, sobre todo si al mutuo intercambio de estudios se suma el motivo de la caridad de Cristo, la mayor parte de los orientales, pensando en sus ancestrales glorias y deponiendo sus prejuicios, ¿no deberían apresurarse a la tan deseada unidad, fundada en una profesión de fe, no ya incompleta y mutilada, sino íntegra y abierta, tal como conviene a los verdaderos adoradores de Jesucristo, que deben estar unidos en un solo redil bajo un solo Pastor?

Por tanto, mientras con nuestros deseos y oraciones pedimos a Dios que pronto llegue un tan feliz día, puede ser útil, Venerables Hermanos, mencionar, aunque sea brevemente, el método con el que nuestro Instituto Oriental emplea actualmente su trabajo y labores según Nuestros deseos, para lograr tan importante objetivo. Los estudios que los profesores atienden con diligencia son de dos tipos: uno está, por así decirlo, restringido al ámbito de las paredes domésticas, el otro sale a la luz con publicaciones de documentos del Oriente cristiano, hasta ahora nunca publicados, u olvidados por la incuria de los tiempos.

Ahora bien, en cuanto a la formación de los jóvenes, más allá de la teología dogmática de los disidentes, de la explicación de los Padres Orientales, y de cuanto a la introducción científica a los estudios orientales o historia, liturgia, arqueología y otros temas sagrados e idiomas de esas naciones, recordamos con gusto y preferencia que, finalmente, pudimos sumar instituciones islámicas a las bizantinas, algo que quizás no se oyese, hasta nuestros días, en las universidades romanas. De hecho, por un rasgo singular de la bondad de la divina Providencia, pudimos nombrar a un profesor turco de origen, que habiéndose hecho por inspiración divina cristiano, después de largos estudios, se ordenó sacerdote, nos pareció muy adecuado para enseñar a los que van a practicar el ministerio sagrado entre sus compatriotas, la manera de afrontar con éxito la causa de Dios indivisible y de la ley evangélica, tanto con los menos instruidos como con los más cultos. Tampoco son de menor importancia, para la difusión del catolicismo y para el logro de la legítima unidad entre los cristianos, las obras que se publican por el trabajo y estudio del Instituto Oriental. De hecho, los volúmenes titulados «Orientalia Christiana», publicados en los últimos años -en su mayoría por profesores del propio Instituto, otros preparados por consejo del mismo Instituto por otros estudiosos muy versados en materias orientales - o exponen las condiciones antiguas o modernas relativas tal o cual pueblo, y que en su mayoría son desconocidos para los nuestros; o, de documentos hasta ahora ocultos, extraen nueva luz para ilustrar la historia de Oriente y exponen las relaciones, tanto de los monjes orientales como de los propios Patriarcas con esta Sede Apostólica, y las providencias de los Romanos Pontífices en la protección de sus derechos y bienes; o comparan y verifican con la verdad católica los juicios teológicos de los disidentes sobre la Iglesia y los sacramentos; o ilustran y comentan los códices orientales. Finalmente, para no detenernos en su enumeración, no hay nada que toque la doctrina, la arqueología y otras ciencias sagradas o que tenga alguna conexión con la cultura oriental - como, por ejemplo, las huellas de la civilización griega conservadas en el sur de Italia-, que a tales hombres les parezca ajeno de sus diligentes estudios.

Siendo esto así, ¿quién habrá que viendo tantas obras emprendidas especialmente en beneficio de los orientales, no sienta la esperanza de que el benignísimo Redentor de los hombres, Cristo Jesús, se compadezca del lamentable destino de tantos hombres errantes lejos del camino correcto, y favoreciendo nuestros esfuerzos, querrá finalmente conducir a sus ovejas de regreso al único redil bajo el único Pastor? Y esto especialmente cuando vemos cómo gran parte de la Revelación divina se ha conservado religiosamente entre ellos: sincera reverencia a nuestro Señor Jesucristo, singular amor y piedad hacia su Madre purísima, el mismo uso de los sacramentos. Por tanto, habiendo dispuesto Dios en su bondad hacer uso del ministerio de los hombres, y especialmente de los sacerdotes, para realizar la obra de la Redención, qué más queda, Venerables Hermanos, si no volver a orar e implorar con el mayor afecto posible, para que no solo estéis unidon a Nosotros en mente y corazón, sino que también pongías vuestras obras y trabajos para que lo antes posible alumbre el esperado día en el que podamos saludar el regreso no solo de unos pocos, sino de la mayoría de los griegos, eslavos, rumanos y otras naciones orientales, hasta ahora separadas, a la unión prístina con la Iglesia romana? Pensando en lo que Nosotros, con la ayuda de Dios, hemos emprendido y pretendemos lograr para obtener ese consuelo lo antes posible, nos parece que podemos compararnos con ese padre de familia, que Jesús representa para nosotros en el acto de rezar a los invitados a la cena "que vinieron, porque todo estaba ya preparado ”(Lucas, XIV, 17). Aplicando estas palabras a nuestro caso, instamos ardientemente a todos, y a cada uno de ustedes en particular, a desear por todos los medios unirse a Nosotros en la promoción de los estudios de las cuestiones orientales para lograr este gran propósito. De esta manera, habiendo eliminado finalmente todos los impedimentos que se interponen en el camino de la tan deseada unión, bajo la protección de la Santísima Virgen Inmaculada Madre de Dios, y de los Santos Padres y Doctores del Oriente y Occidente cristiano, podremos abrazar, veteranos en la casa paterna, a los hermanos e hijos que durante mucho tiempo han sido disidentes de nosotros, y ahora muy unidos a nosotros por esa caridad que descansa como fundamento sólido en la verdad y en toda la profesión de la ley cristiana.

Y para que nuestras iniciativas tengan un felicísimo resultado, auspiciado por dones celestiales y como testimonio de nuestra paternal benevolencia, a vosotros, Venerables Hermanos, y a todo el rebaño confiado a vuestro cuidado, impartimos con todo afecto la Bendición Apostólica.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el día 8 de septiembre, fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen María, del año 1928, séptimo de nuestro Pontificado.

PÍO XI

Notas a la traducción editar

  1. Es decir, los papas.
  2. El concilio de Bari, convocado y presidido por el papa Urbano II, se celebró en esa ciudad el año 1098, y en él se trató especialmente del problema del Filioque
  3. El concilio II de Lyon tuvo lugar entre el 7 de mayo y el 17 de julio de 1274; Santo Tomás de Aquino falleció el 7 de marzo de ese año y San Buenaventura el 15 de julio, en Lyon.
  4. XVII concilio ecuménico, conocido como concilio de Basilea-Ferrara-Florencia, o simplemente de Florencia, convocado por Martín V, se celebró de 1441 a 1445.
  5. Por sugerencia y exhoratación de Ramon Llull
  6. En el original latino, in hac almae Urbis.
  7. Fundada en 1875, su nombre oficial es Université Saint-Joseph de Beyrouth.
  8. Benedicto XV mediante el motu propio Di Providentis, de 1 de mayo de 1917, instituyó la Congregación para la Iglesia Oriental; hasta ese momento estas materias eran competencia de la Congregación Propaganda Fide.

Referencias editar

  1. Denifle-Chatelain, Chartul. Univ. Paris., t. II, n. 857.
  2. Mansi, Conciliorum Amplissima Collectio, XXIV, col. 128 (el texto está disponible en Documenta Catholica Omnia).
  3. Roger Bacon, Opus maius, pars tertia.
  4. Denifle-Chatelain, Chartul. Univ. Paris., t. II, n. 695.
  5. Benedicto XV, Motu proprio Orientis catholici, 15 de octubre de 1917 (publicado en AAS vol 9, pp. 531-533).
  6. Benedicto XV Carta apostolica Quod Nobis, 25 de septiembre de 1920 (publicado en AAS vol 12, pp. 440-441).
  7. Decessor Noster (publicada en AAS vol. 14 pp.545-546).