A la sombra de un olivo
está la Virgen María,
dándole el pecho a su niño,
y el niño no lo quería.
¿Dime, por qué lloras, niño,
por qué lloras, alma mía?
-No lloro por los azotes,
ni por lo que me dolía;
lloro por los pecadores
que mueren todos los días,
que el infierno ya esta lleno,
y la gloria está vacía.
La Virgen se está peinando
al pie de Sierra Morena,
los cabellos son de oro,
la cinta de primavera.
Por allí pasó San Juan,
diciendo de esta manera:
¿Cómo no canta la blanca?
¿Cómo no canta la bella?
-¿Cómo quieres que yo cante,
si me hallo en tierra ajena,
y un hijo que yo parí,
más blanco que una azucena,
me lo están crucificando
en una cruz de madera?
Si me lo queréis bajar
aprisa, en una carrera,
a Nicomedes, a Juan
y a María Magdalena,
también las otras Marías,
la Verónica con ellas,
y los dos santos varones
suban por una escalera,
y bajen a mi Jesús,
mi norte, guía y estrella.
Santa Ana parió a María,
y María parió a Dios;
diga usted, ¿cuál de las dos
parió con más alegría?
Unos dicen que Santa Ana,
y otros dicen que María.