Regionalismo. I. Una tarde en el congreso
ENTRÉ en la tribuna cuando comenzaba a hablar el Sr. Cambó. En los escaños no había huecos ni sitios vacíos porque los senadores se habían trasladado al Congreso en busca de emociones fuertes que en su casa escasean.
A la derecha del orador estaban los republicanos, y entre ellos Junoy, el viejo posibilista, que no quiso apartarse de la bandera republicana cuando Castelar licenció sus huestes y hasta se permitió desautorizar con vivas denegaciones de cabeza las principales declaraciones del discurso de Almagro, y que ahora se ha trasladado, de un salto, a los campos, sin flores pero con frutos, del conde de Romanones.
Cerca de Junoy, y sin quitar los ojos de Cambó, Rodés, el único representante parlamentario del nacionalismo republicano, ideal de Corominas, explicado y defendido en otras Cortes por Suñol, ya muerto, y por Carner, los más elocuentes oradores que Cataluña ha enviado al Parlamento.
A la izquierda de Cambó se apiñaban los primates conservadores, y entre ellos, Bergamín, que en el Senado había atacado fieramente a los regionalistas catalanes, buscando cargos, acusaciones, reparos, argumentos y repulsas en el arsenal siempre abierto del patriotismo unitario.
En el centro del salón, Maura, y cerca de él, Mella, apoyado en el escaño delantero, sin perder palabra, como si quisiera oir todo lo que el orador dijera y colegir todo lo que callara. Más abajo y a igual distancia de mauristas y conservadores, el señor Cierva, representando gráficamente sus cacareados anhelos de mediación, aunque sea, según frase autorizada, para cobrar pingües honorarios a las dos partes contendientes.
En el banco azul destacábase la cara mefistofélica, con bigote, cada día más grande, bajo la nariz, cada vez más roja y corva, del conde de Romanones, y junto a él Barroso, con los ojos entornados, y más allá Luque, medio tendido en el banco azul, y al cabo de éste Burell, atentísimo, sin perder palabra del discurso. Detrás, la ola de la mayoría, engrosada por los senadores liberales, y en lo más alto y solo, Gómez Aramburu, Juanelo como dicen en Cádiz, radicalmente afeitado, aunque sin las apariencias, que Rodés tiene, de pastor evangélico.
El Congreso escuchaba con extremada atención, porque el discurso que estaba pronunciando el Sr. Cambó era continuación de cuanto habían dicho, él y los suyos, recientemente en la capital del Principado. Hacía mucho tiempo que se acusaba á los regionalistas de tener dos caras como Jano, insinuándose a toda hora, en tono y con ademanes de resuelto ataque, que hablan en Cataluña contra España, despertando y alentando los pujos de independencia del Principado, y que al pisar tierra de Castilla, ponen sordina a sus estridores, como ahora se dice, suavizan actitudes y disimulan intenciones.
El Sr. Cambó había anunciado que rompería el equívoco, cerrando la puerta a nuevos reproches, porque hablaría en el Congreso como había hablado en Cataluña ratificando el discurso pronunciado en el Parque de Güell.
En este terreno, la posición del señor Cambó era mucho más firme y diáfana que la de los numerosos adversarios que le acechaban, porque él podía exhumar textos viejos, y libros, folletos, artículos y discursos, viejos y nuevos, que han dado la vuelta a España, con el programa completo del nacionalismo catalán, con las quejas, agravios, anhelos, reformas, reivindicaciones y proyectos de los catalanistas agrupados en la Liga.
El Sr. Cambó insinuó sobriamente el ataque: hemos escrito para España, y todos los españoles que se preocupen del interés colectivo y leen y entienden lo que leen, deben conocer con precisión nuestro programa, porque la copiosa literatura política de Cataluña no está recluida ni encerrada, como artículo estancado, dentro de nuestras provincias.
Pero los diputados y senadores que escuchaban con avidez, ansiaban y buscaban otro espectáculo: si el Sr. Cambó y sus amigos se atreverían a hablar entre enemigos, ante auditorio hostil, con la misma crudeza y soltura que en el Parque de Güell entre los millares de catalanes que les corearon y aplaudieron, entusiastas y clamorosos.
El Sr. Cambó no titubeó. Abordó resueltamente y por derecho el problema catalán, pidiendo la soberanía, sin velos ni eufemismos, penetrando y llegando hasta el fondo del asunto como hoja de acero, fría, fina y puntiaguda.
El estilo del Sr. Cambó es, como su porte, seco, enjuto, duro, correctísimo. La barba negra, terminada en punta, es marco de un rostro pálido, demacrado pero enérgico, en el que centellean los ojos, que jamás acarician: la figura escuálida, se alarga y adelgaza más, bajo el chaquet negro, de corte irreprochable, que la aprisiona: en una de las manos está siempre el pañuelo, estrujado y escondido, como en una prensa, y los dedos de la otra mano, se mueven continuamente, alargándose y curvándose sin arte ni gracia, como si entre ellos hubiesen de quedar desgarrados los argumentos del adversario.
El Sr. Cambó no golpea ni aplasta: hiere como un estilete o araña.
No he hallado nunca más exactas proporciones entre la figura, los ademanes, la palabra y el pensamiento.
Creo que el Sr. Cambó tiene fantasía rica y exuberante y si brilla a ratos tan sólo, fugazmente y como luz que pasa, es porque él sólo busca, sistemáticamente, vía libre y ancho campo para la reflexión serena. Cambó y Alcalá Zamora son los dos polos de la oratoria parlamentaria.
Este, viste todos sus pensamientos con imponderable suntuosidad y los pasea ante el auditorio muchas veces, alterando algo el ropaje, quitando unas palabras y poniendo otras, con tal riqueza de adjetivos que sería música regalada si el sonsonete monótono no infundiera cansancio en la larga y continua búsqueda de ideas, bajo los montones de hojas y flores. Cuando habla Alcalá Zamora, salen a escena las ideas, giran, se pasean, desaparecen, vuelven a salir con otro traje, presentan todas las caras, todas las facetas, y deslumbran, marean, desconciertan y cansan, porque las fantasías de los oyentes, menos ricas que la del orador, se fatigan de volar tanto y se marean dando vueltas alrededor del mismo punto.
El Sr. Cambó habla para expresar su pensamiento y que le entiendan. Es conciso, sobrio, claro, preciso: no va la palabra tras la fantasía sino que aparece siempre como servidora dócil del entendimiento. Expone la idea, razona y pasa a otra cosa, con nuevas ideas y argumentos, haciendo al auditorio la señalada merced de suponerle enterado con una sola, sencilla y somera exposición de su pensamiento. Dice lo que necesita y lo que quiere, en párrafos, muchas veces admirables, casi perfectos. Sus discursos son desfiles de ideas, sin el transformismo teatral de Frégoli, con la sencilla indumentaria que él considera precisa para que tengan agradable ornato, sin disfraz. Y todos le entienden con facilidad, todos se apoderan de la idea que pasa para no volver más, porque nadie tiene que fatigarse ni distraerse en la árdua tarea de separar hojas y apagar luces de colores para hallar la sustancia del discurso.
El Sr. Cambó dividió el suyo en dos partes, perfectamente enlazadas y coordinadas, una crítica y otra expositiva. Queremos, dijo, para Cataluña la soberanía, limitada, en cuanto a la extensión, pero absoluta en cuanto a su intensidad, de tal suerte y en tan alto grado que el poder ejecutivo y sus agentes respondan ante la Asamblea catalana y ésta sólo pueda ser residenciada por el pueblo.
El suplico, como dirían los juristas, no podía ser más claro y preciso. Diputados y senadores lo escucharon sin protestar ni interrumpir, reservando sus energías como el vino del célebre cosechero, para mejor ocasión. Que no tardó, por cierto, en aparecer, porque el Sr, Cambó tuvo, según muchos el atrevimiento, y en mi sentir la habilidad, de preguntar al Presidente de la Cámara si podía leer un texto catalán. ¡Y allí fue Troya! ¡Cuántos gritos y apostrofes! ¡Qué actitudes tan agresivas y descompuestas!
El Sr. Cambó, callado y tranquilo, presentía y saboreaba su victoria, porque podría decir mañana a sus amigos de Barcelona: nuestra lengua, que es lengua española, recibe en el Parlamento de Madrid, peor trato que los idiomas extranjeros.
La cordura se impuso al cabo, porque el señor Villanueva dando testarazos con la campanilla en la mesa presidencial y algunos diputados, más listos, conteniendo a los impetuosos, consiguieron acallar las protestas. El señor Villanueva, con buen sentido, autorizó la lectura del texto catalán, advirtiendo que en el Parlamento español podían ser leídos textos en todos los idiomas del mundo.
El Sr. Cambó leyó el suyo y tuvo la fina galantería de suponer que el Congreso español se había enterado, pero de los bancos de la mayoría salieron voces protestando de que el autor no tradujese el texto al castellano. ¡Cómo sonreía el señor Mella! Quizás se acordaría de una frase suya: de los diputados que huelen a romero y tomillo.
El Sr. Cambó buscó, sin duda, la primera protesta, a fin de notificarla a sus catalanes, pero no esperaba la segunda. Se encogió de hombros, y tradujo, aceptando la función docente que le encomendaba, en aquel triste e irreflexivo incidente, la mayoría del Parlamento español.
Cataluña quiere y pide la soberanía para gobernarse a sí misma: y tiene perfecto derecho para reivindicar todas las facultades y funciones anejas al buen gobierno porque el poder central español ha fracasado notoriamente, estrepitosamente, para desdicha de España y de todas las regiones, y porque Cataluña, además, tiene firme y decisiva resolución de salvarse, y plena conciencia de su capacidad y de su aptitud para el gobierno. ¡Hé aquí el plan y la distribución lógica del discurso de Cambó!
¡Estais incapacitados para gobernar, no sabéis o no queréis o no podéis salvar a España! La prueba era fácil y sencilla: y el señor Cambó, que en temas arduos y oscuros, sabe orientarse y alumbrar, no había de ser corto y perezoso en posición tan ventajosa. El ataque fué duro, implacable, contundente. ¿Qué habéis hecho de España, liberales y conservadores, que lleváis más de cuarenta años cambiando de mano, pacíficamente, en perfecta inteligencia y con absoluta cordialidad, todos los atributos y recursos del poder público? En vuestras manos se deshizo nuestro imperio colonial: España desciende cada día más en el orden jerárquico de las potencias europeas: nuestra hacienda está abocada a la bancarrota y lo ha dicho el señor Alba en el Senado y lo habéis aplaudido por su sinceridad, en vez de recogerle los poderes exigiendo cuenta estrecha a él y a los demás autores de las desdichas de la patria; hay un déficit enorme, por resultancias de dos presupuestos, sin que aparezca por parte alguna el fruto del oro derramado, pues no tenemos escuadra, ni costas artilladas, ni material de guerra, ni ejército moderno, ni primeras materias, ni organización fiscal, ni justicia independiente. Aquí sólo preocupan y apasionan las cuestiones partidistas, las conveniencias de grupos, y España está a merced de una vasta asociación de profesionales políticos que han detentado todos los poderes y que sólo atienden a las conveniencias de los suyos.
Por boca del Sr. Cambó desfilaron los apóstrofes violentos, muchas veces brutales, de Costa; la crítica transcendental de Mella; las acusaciones, a ratos arrogantes y a ratos despectivas, de Maura; los clamores del pobre pueblo que en frase conocida ora, trabaja y paga, para que el dinero corra desperdiciado hacia los cauces caprichosamente abiertos por los políticos, para bien y provecho de los adeptos, de periodistas famélicos o ambiciosos, de viejos cucos o de jóvenes con suerte que han resuelto magnos problemas en el asilo de la Institución libre de enseñanza.
El centralismo español quedó despedazado entre las uñas y los dedos del señor Cambó, sin que nadie interrumpiera ni protestase. La crítica del orador catalán encontraba adeptos en las conciencias de todos sus oyentes, discrepando de él, cuando más, algunos novicios parlamentarios, que no se atrevieron a exteriorizar su disgusto al ver cómo manejaba el señor Cambó las disciplinas.
Justificada la actitud de Cataluña y la petición de los diputados regionalistas por el legítimo deseo de salvarse, el Sr. Cambó pasó a demostrar que la región está perfectamente capacitada para ejercer la soberanía.
Tema interesantísimo que requiere otro artículo para que el lector se aburra menos.