Recordación Florida/Tomo II Libro XVI Capítulo VI

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


CAPITULO VI.

De la fiesta que llaman del Volcán, que se estableció en esta ciudad de Goathemala después de la conquista deste reino, y sólo es fiesta que se hace en él y no en otro, con la tradición del principio de ella.

Es inexcusable y preciso, para describir esta admirable y espléndida fiesta del Volcán, decir cómo habiéndose levantado por el año de 1526 el rey Sinacam de esta parte de Chachiquel, acompañado y coligado con Sequechul, rey de Utatlán y el Quiche, y levantado sus campos deste Valle de Panchoy y el de Alotenango, una noche de las más cerradas y lluviosas de octubre, con silencio y recato se acercaron á los confines de Quetzaltenango. Por ser sabidor Sequechul de la mala condición, deslealtad y ligereza de aquellos indios, que fueron súbditos suyos y de su natural señorío, fiaba de ellos y de su muchedumbre poderse mantener en aquel país no extraño, conservándose en su firme, infame y proterva rebeldía, y haciendo de aquella parte eminente muchas hostilidades y daño á los pueblos que quedaron á nuestra devoción y obediencia, impidiendo muchas veces la entrada de los mantenimientos á la ciudad de Goathemala; porque aun los pueblos más inmediatos recelaban y temían la gran potencia y rigores de aquellos señores y grandes caciques rebelados, a quienes ya seguía algún número de pueblos de aquella parte del Quiche: bien que muchos de ellos se mantenían fuera de su dominio y en la fiel obediencia de nuestro Rey. Pero el teniente general del reino D. Pedro Portocarrero, á quien por el tiempo de su jornada á España había nombrado el adelantado D. Pedro de Alvarado,[1] considerando que habiéndoseles hecho muchos requirimientos de paz á aquellas cabezas rebeladas y tenaces de Sinacam y Siquechul, que no aprovechando ni sirviendo como lenitivos y remedios suaves á la acrimonia y vigor de sus malos humores, que corrompiendo á los demás miembros de las repúblicas del Reino, tomando más cuerpo y creciendo el número de los rebeldes, podrían hacer imposible su reducción, pervirtiéndose todo lo que con tantas fatigas y afanes se había adquirido; determinó por el consejo y resolución de la Junta de guerra acercarse con las escuadras y tropas de su ejército á la vista de los rebeldes, y dejando en Goathemala con el gobierno y como cabo principal, en lo perteneciente á lo que de la guerra ofreciese el tiempo en el contorno, á Hernán Carrillo, alcalde ordinario, compañero en este oficio del mismo D. Pedro Portocarrero,[2] dispuso su marcha en la forma que mejor ofreció el tiempo y número de la gente con que se hallaba, que por entonces era el de doscientos quince españoles escopeteros y ballesteros, ciento ocho de á caballo, y ciento veinte tlaxcaltecos y doscientos treinta mexicanos, con cuatro tiros de artillería, que todos formaban y hacían el número de setecientos cuarenta y cinco hombres: para cuyo gobierno nombró los cabos principales que pedía esta expedición, encargando el cuidado y gobierno de la caballería á Luis Dubois, gentil hombre de la Cámara de S. M. Cesárea (de quien por la vía materna es descendiente el contador D. José de Lara Mogrovejo), y éste gobernaba una tropa de cincuenta y cuatro corazas, y la otra del mismo número Hernando de Chaves; y por tenientes suyos á Alonso Larios y Francisco Castellón, recayendo el nombramiento de las conductas de siete compañías de españoles y indios de á noventa y cuatro infantes cada una en los capitanes Bartolomé Becerra, Alonso de Loarca, Gaspar de Polanco, Gómez de Ulloa, Sancho de Barahona, Antón de Morales y Antonio de Salazar.[3] Este fue el aparato y prevención militar que se aprestó para esta guerra, que de su bueno ó mal suceso pendía la quietud y sujeción de más de noventa leguas de tierra levantada por la parte del Sur, y que de haberse ladeado la fortuna á la parte y gratitud de los rebeldes, se hubiera aventurado en este accidente toda la sujeción y dominio de este Reino..

Con esta disposición militar y con buena orden en lo regular y advertido de las marchas, se fué acercando nuestro español y valiente ejército á los confines y términos de los pueblos que estaban á devoción de los rebeldes Príncipes, en que no faltaron por el camino muchos y muy sangrientos reencuentros y batallas; siendo necesario, habiendo combatido con los indios del valle de el Tiangiuz, que es el de Chimaltenango,[4] y pareciendo caminar y proceder muy á lo largo su resistencia, entresacar del ejército ciento veinte infantes para esta guerra, que quedaron á cargo de los capitanes Pedro Amalín y Francisco de Orduña, que entonces era vecino y no juez de residencia: haciendo esta división y dejando ocupado el país de Chimaltenango con este servicio de ejército, así por reducirle y sujetarle, como por dejar asegurada la retirada; pasando lo demás del resto del ejército á perficionar y cumplir la sujeción y rendimiento de los Reyes levantados, como instrumentos en cuya seguridad y obediencia estaba afirmada y pendiente la reducción de los pueblos conspirados.

Halló el teniente general D. Pedro Portocarrero obediente y grato el numeroso y grande pueblo de Quetzaltenango, de quien ya hemos afirmado estaban dentro de él, á la obediencia de aquellos diez grandes, ochenta mil hombres, ocho mil á la obediencia de cada grande ó cacique; de donde se le deriva el nombre de Xilaju, que quiere decir debajo de diez. Con esta grande ayuda y providencia grande del altísimo y soberano Señor y Dios nuestro, que tanto y tan señaladamente favoreció estas conquistas y reducciones de indios, pudieron esforzarse más los espíritus de nuestros conquistadores; sacando de Quetzaltenango otra gran cantidad de indios flecheros, acercándose á vista de los rebeldes, y habiendo antes de afrontarse mantenido algunas escaramuzas y reencuentros con algunas tropas de indios que salían al camino como desordenados y sin cabeza, y que desprevenidos de fosos, de que usaba mucho esta nación, atrincherándose á la manera de ladrones, cedían con facilidad y presteza á el impulso y fervor de nuestras armas católicas. Pero á el asomar nuestro ejército á la parte de un vallecete, les salió á recibir un escuadrón de mas de diez mil indios flecheros, que cogieron á nuestro ejército no tan apercibido como era razón en tierra levantada y llena de enemigos; mas el gran corazón y espíritu militar de don Pedro Portocarrero, doblando filas, en el ínterin que la caballería se mantenía con ellos, formó su escuadrón en la forma que demandaba el terreno, y de esta suerte se mantuvo con aquellos rebeldes, reforzados de otros muchos que sobrevinieron de nuevo, por el término trabajoso y neutral de más de dos horas, hasta que á una carga cerrada y disparando á un tiempo los cuatro tiros de artillería, quedando de ellos muchos muertos en la campaña, cediendo á el esfuerzo y perseverancia de nuestras armas, se retrajeron á la falda montuosa y vestida de breñas de una eminencia.

En la cima de este cerro estaban alojados los grandes caciques Sinacam y Sequechul, asistidos de muchos principales y grande séquito de combatientes y defensores de aquel sitio. Pero desordenado y confuso aquel número de defensores atrapados, que siendo muchos ellos mismos se hacían embarazo é impedimento para el manejo de las armas, con esto D. Pedro Portocarrero, más reforzado de gente de la de Quetzaltenango, repechó hasta la mitad del cerro, alojando su ejército en varios sitios que circunvalaban y ceñían toda la distancia del circuito de aquel sitio. Y sacando de aquellas compañías ó alojamientos algunas mangas, las hizo marchar a la eminencia, siguiendo á éstas el resto de las compañías; mas con tal orden, que en la marcha iban formando una figura triangular una manga con otra; provocando de esta manera las primeras escuadras á los indios para empezar la batalla. Pero ellos, desacordados y confusos, viéndose acometer, embistieron por varias partes en tropa; con que haciendo alto á este tiempo nuestras mangas, hicieron valiente resistencia á el ímpetu de sus flechas, vara, piedra y grita, y á la segunda carga de nuestros soldados, volviendo unos á la eminencia, escapando otros, y dándose muchos á el rendimiento, quedaron presos entre éstos Sinacam y Sequechul, que perseveraron, como queda referido, por quince años en lo duro y funesto de la prisión, hasta el embarco de D. Pedro de Alvarado para la Especería ó las Molucas.

Esta guerra y prisión de estos caciques rebelados dió ocasión y principio á la fiesta del Volcán, que es representación de esta acción militar, que sólo se hace y representa en ocasión de fiestas Reales. Para ella el alcalde corregidor del Valle, con los otros comisarios de fiestas Reales, da la orden á los pueblos destinados para esta función; y estos pueblos en obsequio de la Real persona, á quien todos debidamente obedecemos, forman en la plaza mayor de esta ciudad (sitio y anfiteatro de representaciones lucidas) hacia la parte donde está la fuente, un volcán muy eminente de maderos fortísimos y muy robustos y crecidos, y la víspera de la representación le visten y adornan como un monte natural, con muchas hierbas y flores diversísimas (de que este país es muy abundante) y después de adornado en esta forma acomodan en las ramas muchos monos, guacamayos, chocoyos, ardillas y otros animalillos, y en algunas grutas que en él fingen acomodan tres ó cuatro dantas, según las que han podido cazar, ciervos, jabalíes y pizotes.

Así dispuesto y adornado este fingido volcan, luego que entra la noche empiezan á sonar en él muchos instrumentos repartidos por varias partes, y en especial resuenan los más sonoros arriba, en la cima de él, en la casa que allí forman y trazan, que llaman del Rey; haciendo entretenida y armoniosa consonancia tanta variedad de músicas de diversas trompetas, flautas, caracoles y chirimías, atambores y conchas, que por lo de no frecuentes y comunes á nuestros oídos, es de entretenimiento agradable. Toda la noche se gasta en este paseo, concurriendo á él muchas carrozas, mucha gente á caballo y infinita de la plebe á pie, estando ocupadas todos los tablados y andamios de los dueños de ellos con sus familias, que vienen y se juntan á gozar del concurso de la música del volcán y músicas de los propios tablados; acaeciendo ordinariamente esta fiesta en noches de luna y de verano.

Llegado el día, está toda la mañana el volcán asistido de las justicias y guardas de aquellos pueblos, a cuyo cargo estuvo el fabricarle y erigirle, y muchos indios de los propios lugares, renovando las flores ó ramas que se marchitan ó descomponen, hasta que llega la tarde. En siendo la hora de las tres, ocupados los andamios y balcones, y los de la Audiencia Real y demás tribunales, entran dos compañías de la caballería que ocupan en fila deshilada todo el costado que mira á la catedral iglesia, desde el balcón de Cabildo de esta ciudad hasta debajo del balcón de palacio y otras bocacalles; entran marchando en forma otras dos compañías de infantería que se tienden por todo lo que mira á la frente del real palacio y cárcel de corte, desde la esquina de la sala de armas; quedando guarnecida de esta suerte la plaza de armas para cualquiera accidente que pueda suceder.

Luego empiezan á entrar por las dos bocacalles que llaman de Mercaderes, y la de la Sala de Armas, muchas tropas (que formarán el número de mil) de indios desnudos con sus maztlates y embijados á la usanza de la gentilidad de sus mayores, con plumas varias de guacamayos y pericos, con arcos y saetas despuntadas, otros con varas y rorodelas á el estilo antiguo: y en esta copia grande que va entrando se gasta un buen rato, que entretiene y divierte por la extravagancia y extrañeza de aquel traje gentílico y antiguo. Después de éstos se siguen muchos diversos y incógnitos instrumentos y trompetas varias, que ordenan una confusión agradable, y á éstos siguen muchas danzas distintas, bien ordenadas y vistosas por la diversidad y costo de sus galas, y muchos matices y cambiantes de lucidas plumas. A toda esta precedencia de autoridad festiva se sigue otra danza mayor en el número de los danzantes y riqueza y costo de sus galas, porque esta última viene con representación y aparato de mucha autoridad y grandeza, que se compone de los indios más principales y ricos del pueblo de Jocotenango: siguese luego gran número de principales, vestidos á su usanza y traje del país, con ayates ricos, cadenas al cuello, y sombreros con plumas, y éstos sirven á el acompañamiento y séquito del gobernador de Jocotenango, que representa la persona del Rey Sinacam. Le traen en hombros en una silla rica dorada y muy adornada y compuesta de plumas de Quetzal, con muchos abanicos y quitasoles que le siguen: él viene con gala y atavíos sobremanera ricos á su usanza, abanico de plumas en una mano, cetro en la otra, y corona ceñida, en que gasta y distribuye mucha suma de pesos; siendo esta representación para este gobernador de Jocotenango tan estimable y de aprecio y atendida y continuada como acto positivo, que cuando se dedicó la santa iglesia catedral le daba el gobernador de Itzapa quinientos pesos porque cediera en él esta representación, y halló constante y admirable repulsa á su propuesta. De esta manera y con esta autoridad y grandeza entra por la plaza y se endereza y encamina á el volcán, á donde le suben en hombros hasta la casa de arriba en representación de la retirada que el Rey Sinacam hizo á la eminencia y bosque de aquel cerro de Quetzaltenango, que era ó es hacia el volcán de Tajumulco.

Acomodado en esta forma en aquel alojamiento del volcán, resonando en él muchos silbos, murmullos y instrumentos militares de la usanza de los indios, á modo de rumor y estilo militar y faena de su costumbre de estos indios, entran marchando por la esquina de la Sala de Armas las dos compañias de los indios de la Ciudad vieja, que son descendientes de aquellos tlaxcaltecos nuestros amigos, muy bien adornados y con galas y plumas á la española, guarnecidos y armados con espadas en cinta, arcabuces y picas, con división de armas á el centro de banderas. Preside á estas milicias el gobernador y justicia de la misma Ciudad vieja; vestido este cabildo con galas aseadas y costosas á su usanza tlaxcalteca, con mucha asistencia y séquito de mazehuales que van asistiendo á el modo de sirvientes y familiares, pero también armados á modo de milicia.

Luego que se han introducido en esta grande y majestuosa plaza los indios tlaxcaltecos, empiezan á combatir acometiendo la fortaleza del volcán, formando sitio en torno de su circunvalación, disparando sus arcabuces y dando sus acometidas y asaltos por varias partes. Los defensores de él, disparando sus varas y saetas á el aire con muchos alaridos y voces, silbos y rumores confusos, hacen y representan muy al vivo la defensa de aquella fortaleza, ya uniéndose á una parte á resistir y defender los asaltos de tlaxcaltecos, á donde llama la ocasión, y ya volviéndose á esparcir y separar por el cuerpo de aquel fingido y recreable monte, por diversos sitios y estancias, regidos y ordenados en estas ocasiones de sus capitanes y mandones, que se ven y se conocen con diferencia de divisas, con plumas de Quetzal, y insignias de oro en las orejas como ministros reales. Dura esta contienda y debate mucho tiempo, con grande divertimiento y gusto de los mirones, hasta que, dando el último avance los tlaxcaltecos, los indios del volcán se van retrayendo y encimando, y los combatientes de la Ciudad vieja repechándole, y encimándose los van retirando, y ellos como huyendo pasan de la otra parte del volcán; quedando de arte, que el que representa á Sinacam, queda casi solo prisionero de los tlaxcaltecos. Y á este tiempo el gobernador y alcaldes de la Ciudad vieja le sujetan á una cadena que llevan prevenida, y descendiendo del volcán vienen con él á Palacio á presentarle rendido á el Presidente: y con esta ceremonia vuelven á salir por donde entraron, y con el mismo compás y aparato, y jugándose después tres ó cuatro toros, se da término á la tarde. Poniéndole yo por ahora á esta Primera parte de mi historia natural, material, militar y política, para proseguir, con el favor y ayuda de Dios, con la Segunda y Tercera, donde se escribirá lo más notable, maravilloso y excelente de este reino de Goathemala.

Todo lo escripto en esta Primera parte de mi historia lo sujeto con todo rendimiento á la corrección de nuestra Santa Madre Iglesia Católica Romana.

Va en 227 folios rubricados todos. — Rúbrica de Fuentes y Guzmán.

  1. Libro I de Cabildo, folio 12.
  2. Libro I de Cabildo, folio 12.
  3. Libro II de Cabildo, folio 188.
  4. Libro I de Cabildo, folio 164.