Recordación Florida/Tomo II Libro XIV Capítulo III
Del río de Pancacoyá y el artificio material con que los indios antiguos le condujeron á la llanura, y la causa de la disminución á que han venido estos indios en todos los valles.
Porque en este sitio de los cimientos del Valle de Jilotepeques descubre y manifiesta el río de Pancacoyá alguna antigüedad reparable y curiosa de que es razón haya alguna noticia, me ha parecido decir cómo este río se precipita y despeña con rápido y arrebatado curso por entre la abra de un peñasco de la más eminente y desgreñada altura del propio monte, donde tienen asiento en la dilatada tabla de su llanura que hace arriba los cimientos; corriendo unas veces precipitado de la pendiente, y otras detenido y surto de los descansos de lo tendido del peñasco; caminando con golpe y ruido desapacibles desde el sitio donde nace, que es en la abra de Pasaccab, que corresponde á nuestra castellana á Tisate, hasta más de la mitad de lo eminente y corpulento del cerro; derramándose de allí más detenido y lento á la llanura, y cuando empieza á detenerse manso y rebalsarse más pausado, es entrándose por un cañón que hace el propio peñasco de más distancia de cuadra y media, tan capaz que puede una persona de sobrada estatura entrar por él sin embarazo que estrecho con apretura le aflija, y sale á unas curiosas y pulidas columnillas de la propia piedra labradas y erigidas á mano á fuerza del cincel, con capitel molduras y perfiles de esmero singular y de no pequeño ni despreciable arte: de donde va todo el cuerpo del arroyo rebalsándose obedientemente aprisionado en unas piletas redondas y de congregación contigua de á cinco cuartas de diámetro cada pileta, sin más ni menos buque en una que en otra, sino todas de una proporción misma, y de la propia materia de aquella peña en que están labradas; siendo su profundidad de á medio estado en todas; mas en ninguno de sus brocales, que todos quedan bañados y alagados de la corriente, se descubre labor ni esmero primoroso del cuidado del arte, sin que haya quien averigüe ni remotamente presuma á qué fin pudo tomarse un trabajo de tan áspera y desigual fatiga como romper y abrir en piedra tan capaces y repetidas piletas, no siendo para tomarla en altura ni para defensa que la hiciera á la manera de foso: con que lo que más factible se discurre es que este río de Pancacoyá es lavadero antiguo de oro, que parece más de razón y conforme á buen discurso el haber tomado aquel duro y incomparable trabajo por el provecho y codicia del tesoro. Y porque tiene alguna conexión con los cimientos este río, son de sentir los indios que tenga su linfa dentro de la cueva, estando ella más baja; siendo lo cierto tener su cabecera y principio en la parte eminente de la quebrada ó abra de Pasaccab, y que allí, como dicen, le diesen la bárbara adoración á Cateyá. Dábales este río abundantemente el riego de que necesitaban para la cultura y beneficio de sus tonalmilis, que son milperias y maizales de verano, y de sus cacaguattalis; y hoy en la hacienda de Luis de la Roca, catalán, conserva el nombre del Río del Cacaguatal.
Por otras partes de este sitio, ya emboscadas y breñosas con la propiedad del tiempo, se descubren y manifiestan muchos firmes y robustos vestigios, en desmoronadas y ancianas ruinas de caducos edificios, que prueban y aseguran el costo y autoridad de sus fábricas, bien que en ninguna dellas se manifiesta y descubre cosa singular ni antigüedad reparable que por serlo dé ocasión á particular descripción; y sólo manifiestan en su informe y desmantelado desorden haber sido ilustres domicilios y capaces congregaciones de numeroso pueblo, de que hoy no queda la fama y crédito de su memoria para la noticia de su conocimiento, ó porque lastimosa y funestamente se extinguieron, ó porque con pródigo y atento gobierno se trasplantaron y admovieron á más conveniente y segura calidad de sitios, como el de Mixco, que estuvo aquí en estas llanos de Luis de la Roca: que como entre esta nación no hubo el uso provechoso de las letras, mas de aquellas ruedas de piedra que inclinan el término de un siglo de los suyos, que era de 52 años, que hablaban con demostración de figuras, y aunque prevalecen en el Quiche, nosotras no las entendemos ni penetramos; y nuestros venerables progenitores anduvieron en continuado movimiento sobre su reducción á nuestras leyes, y los eclesiásticos en la predicación y enseñanza no cuidaron de apuntar, recomendando á la perpetuidad de la escrito las movimientos y máximas políticas de aquellos ancianos y primitivos tiempos, distantes de nosotros para la mayor noticia y retentiva de las noticias, costando no poco trabajo y gasto de tiempo las que después de tantos caducos años se adquieren.
Y aunque es verdad que aquel inagotable y casi como infinito número de indios, que ocupaban y floridamente llenaban de habitadores el dilatado espacioso campo deste maravilloso y dilatado Reino, en grande y considerable parte se ha disminuído y agotado, desde que un negro de Pánfilo de Narvaez sembró entre ellos el contagio y veneno de las virguelas (que en los desta pobre y miserable nación no se conocía); llevándose por entonces el contagio deste veneno y el del sarampión, que respecto del viento y de los que venían de Mexico á este reino introducido en estos miserables, se llevaba como el activo y cebado fuego de los campos secos, pueblos enteros de innumerables y crecidos millares de habitadores. Y por entonces, conociendo esta ruina y desolación de los pueblos la piedad y atentísimo acuerdo del Adelantado D. Pedro de Alvarado, hizo una previa y misericordiosa ordenanza, en que dice:
»Por cuanto ha caído peste de sarampión sobre los indios, mando que los que los tuviesen encomendados, y repartimiento dellos, pena de perdimiento de los tales indios encomendados, los cuiden y curen sin ocuparlos en servicio alguno; porque se ha visto por experiencia, que con otras semejantes pestilencias se han despoblado muchas tierras; y que esto se cumpla hasta que después de convalecidos otra cosa se mande.»
Y como quiera que esta ordenanza es ley que habla contra los encomenderos y no contra los superiores, las personas á quienes se han encomendado los indios, que es en la mucha menor parte, los han cuidado, así por la pena impuesta de haberlos de perder, como por el beneficio y utilidad que dellos les viene; padeciendo en estas necesidades de contagio la parte dellos que tributan al Real Patrimonio que llaman pueblo de la Corona: porque como los Gobernadores desto no tienen interés, no se les ha dado nada de que se destruyan y mueran sin curación ni regalo como unos perros, al menos yo no les he visto cuidar ni atender con caridad. Bien que afirmo, que sólo se han enviado médicos y botica y barberos y sustento á los pueblos, gobernando los Generales D. Enrique Enríquez de Guzmán y D. Jacinto de Barrios Leal; pero no en otro tiempo, ni consta ni parece por parte de ningún papel, orden ni decreto de lo que hasta hoy he visto. Pues en una destas crueles y violentas pestes, siendo yo de edad de trece á catorce años llegué á ver los pueblos de Santo Tomás, San Mateo, Santa Lucía y otros deste valle (que son del Real Patrimonio) tan lóbregamente funestados y tan lastimosamente cerca de exextinguidos, que tan solamente se contaban en cada uno de ellos ocho ó diez indios, y esos tan compasivamente flacos y macilentos como salidos de lo pavoroso y lúgubre de los sepulcros; los cuales miserables y desventurados salían por los caminos á pedir limosna. Vi en esta misma ocasión, que los sembrados de maíz y trigo de los indios que murieron, estando ya en sazonada granazón los pacieron los ganados. Este desorden tan notable y lastimoso pudiera haber sido el asunto y argumento de la Verdadera y breve destruición de las Indias, escrita por el reverendo Obispo de Chiapa Fr. Bartolomé de las Casas (si acaso en su nombre no la supusieron las naciones, como quiere que haya sido algún grave y eruditísimo autor),[1] y no atribuir la diminución de estos indios á los malos tratamientos y impiedad de los españoles conquistadores, que tan cristiana y piadosa y atentamente miraron por su mayor y más útil conservación. Pudiera haberse declarado el reverendo Casas defendiendo lo mal que le sucedió en Cumaná y en otras partes del Perú siendo clérigo,[2] sobre que pretendiendo la gobernación de Cumaná contra el dictamen de Juan Rodríguez de Fonseca y otros celosos consejeros que le conocían y tenían información de sus cosas, consiguió esta gobernación por mano y favor de Monsieur de Naxao; pero aquí le sucedió mal como siempre: ó escribiera en defensa de la información que en esta ciudad de Goathemala se hizo acerca de cierto informe siniestro que el Padre Casas hizo á S. M. Cesárea el año de 1544, que está en treinta y nueve fojas[3] con la cubierta que tiene dos sellos y algunas costuras en su contorno, señal de haber estado cerrado á manera de pliego, del cual se remitió otro tanto á el Real y Supremo Consejo de las Indias; porque habiendo informado este religioso á S. M. que habiendo pacificado la provincia del Lacandón, y traído á esta ciudad de Goathemala unos y los más principales caciques de ella, que los conquistadores y demás vecinos les habían afeado y tenido á mal la pacificación hecha, embarazándoles pacificar lo restante de aquella cordillera de el Norte, y que los tales caciques habían servido mucho y bien á S. M. y ayudado á la reducción de los indios. Por este informe S. M. envió blasones y escudos de armas para los caciques (que no había en el mundo conquistado) y orden para publicar una provisión Real á voz de pregonero en que se mandaba no se introdujeran con ellos los conquistadores y vecinos para impedirles semejante reducción; probándose en la información que el Padre Casas y Angulo ni otro religioso de los de aquel tiempo había aportado á el Lacandón, y que los caciques que trajeron á Goathemala eran de la provincia de la Verapaz. Y á la verdad no todos eran de aquel territorio de Verapaz, porque el cacique D. Juan era señor de la parte del Quiché, y D. Miguel, del señorío de Chichicastenango, y D. Pedro señor de los Sacattepeques de los Mames; que así lo hallo en la historia manuscrita de Verapaz favorable á estos religiosos, por D. Martín Alfonso Tobilla, alcalde mayor de aquella provincia de Verapaz, que para en mi poder: siendo de advertir que Sacattepeques de los Mames dista más de treinta y cuatro leguas fuera de este territorio de Tecuzutlan, estando en medio de uno y otro partido la jurisdicción del corregimiento de Tecpanatitlan, administración franciscana, y después la de Quetzaltenango, que administra la misma religión Seráfica, y después más al Occidente los Mames, que es administración Mercenaria; y que estos de Verapaz se dieron y sujetaron á la obediencia Real de su espontánea voluntad, aunque después se levantaron. Y se dice la causa con otras cosas que en la información se contienen, que callo por lo mucho que merece esta ilustre religión ser atendida, y porque de lo que hicieron aquellos Padres no tienen la culpa los religiosos de hoy, que tanto ilustran, autorizan, ennoblecen y edifican esta república; habiendo ilustrado también las de los indios con el buen ejemplo y doctrina que producen, y lo que toca á el lustre de los conventos, templos y sacristías que han erigido á todo esmero de sus afanes y santo celo. Sólo es necesario decir que el Lacandón es pertenencia y confín de la administración Mercenaria, y que está hoy por sacarse de esta provincia el primer indio, y el Chol es misión de Santo Domingo, de donde se pudo haber informado que eran los caciques, que se está de la propia manera que la hallaron los conquistadores; aunque estos Padres Dominicanos han hecho repetidas entradas de cincuenta años á esta parte. Pero habiéndose propuesto por el capitán Bartolomé Becerra, regidor de esta ciudad, en el congreso de el día 9 de Julio de 1544 años,[4] el gran escándalo y descrédito del Cabildo, conquistadores y vecinos desta ciudad que se seguía en su perjuicio por el informe hecho á S. M. por los Padres Fr. Bartolomé de las Casas y Fr. Pedro de Angulo, y que se recibiese información de lo contrario; á el tiempo mismo de esta propuesta se introdujo en el Cabildo una petición de Fr. Pedro de Angulo, haciendo demostración de los privilegios de los caciques, que uno de ellos era concedérseles en repartimiento los indios de este valle de Goathemala y el blasón ó blasones de armas, que se mandaron recoger á el archivo, para que los reconociese la Audiencia Real de los Confines, después pasada á Goathemala por el año de 1567. Por haberse ganado con siniestro informe quedaron consumidos y sin uso; pero otras cédulas de los años de 1543 y 1547, que son de agradecimiento, y para que se reduzcan los indios de aquella provincia de Verapaz a poblazón unida y sociable, y hablan con estos caciques, paran originales en el archivo del convento de Santo Domingo de esta ciudad y no se extienden á más: de cuyos principios y movimientos se discurre tuvo motivo lo mal que contra los conquistadores escribe en la Verdadera y breve destruición de las Indias el Obispo Casas.
Y porque no quede sin decir una singular, extraña y rara propiedad que se admira y repara en esta nación de los indios, se ha de advertir que la fuerza la tienen en la cabeza; cargando con ella un cuartón de á ocho ó nueve varas por distancia de dos y tres leguas, pendiente de la cabeza, y cargando sobre los lomos de el que llaman Mecatpali (que es un cuero como una faja de tres dedos de ancho cargando con este instrumento), y de la misma manera un tercio de cacao ó un frangote de una casa á otra, aunque haya distancia de cinco, seis ó siete cuadras; sucediendo con ellos en los pueblos de la costa del Sur, que aunque se les pague el flete y conducción de mulas de carga para las petacas de los progresores y tratantes de todo aquel distrito, que vuelven la demasía que va á decir de flete á flete, diciendo que la mula es pobre, y que no puede llevar el volumen y embarazo de aquella carga, y que irán con ella indios de cabeza, sin que haya remedio de otra cosa, aunque se les inste y persuada mucho sobre que den las mulas; porque sólo les acaudala el interes y logro trabajando con carga acomodada (como de fruta ó leña): y este acomodarse á cargar de cabeza es general costumbre y propiedad en todos, aun en las indias, que son de naturaleza mas débil y delicada; bien que lo ejercitan y usan en carga más cómoda y ligera.