Recordación Florida/Parte I Libro IV Capítulo VI

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


CAPÍTULO VI.

De la jornada que emprendió con su armada el Adelantado Don Pedro de Alvarado, por la mar del Sur, á descubrir y conquistar las islas Molucas ó de la Especería, y de su temprana y lastimosa muerte.


¡Cuánto corren las horas á las desgracias! ¡Y cuánto se detienen á las felicidades! Corre et tiempo ligero á perfeccionar las ruinas, y se moderan sus vuelos para forjar las dichas: pero es pensión antigua de las posesiones temporales, que subsista breves horas lo provechoso y que dure por siglos incorruptibles todo lo que es nocivo; y cuanto tasa el tiempo de créditos á un héroe, le previene de lamentos la parca á sus desgracias. Crecían más, cada día, los triunfos del célebre y generoso Adelantado para hacerle más llorado, y también más memorable; pues para lo que es Goathemala, siempre vivirá eterna la memoria del Adelantado don Pedro de Alvarado, su primer gobernador y capitán general y á quien debe el lustre formal y material que hoy goza, y la conveniencia y delicia que posee.

Por mucho que otros alumnos de la fama anhelen adelantar el servicio del Rey, igualarán en las operaciones á D. Pedro; pero no en los deseos de acrecentarle los dominios. Con tanta persistencia y tenacidad ardían estos, en aquel fiel y generoso pecho, que en ocho años no pulsaba en su corazón, ni tenía otro pensamiento que el de la conquista de las Molucas. Y aunque quedó frustrado el intento el año de 34,[1] como queda dicho, ahora, á los 25 de Mayo del año de 154O, volvió á poner en ejecución sus loables y peregrinos intentos; saliendo de esta ciudad para el puerto de Acaxutla, donde tenía ya dispuesta su armada, que se componía de trece navíos, y entre ellos una galera de gran porte; en que, habiéndose consumido no sólo su caudal, que era poderoso, sino el de sus deudos y amigos, con otros empeños que hizo el Adelantado entre mercaderes, fué tanta la suma á que llegó el gasto de la fábrica, pertrechos y soldados, que en ella se pudieran en Sevilla haber fabricado ochenta naves. Y ya dispuesto todo lo necesario para hacer viaje, esta lucida y poderosa armada dió al viento las velas, con favorable tiempo y vistosos adornos de estandartes, banderas de cuadra, flámulas, grimpolas y gallardetes, por los principios del mes de Junio de 1540; llevando en su derrota favorables los tiempos, sin accidente contrario que le impidiese la prosperidad de su navegación, y cumpliendo sus capitanes y cabos con la obligación á que les compelía la forma y modo de instrucciones que llevaban. Pero ni en los libros y papeles del Cabildo, ni en ninguno de los historiadores, se halla memoria de los capitanes y personas que acompañaron al Adelantado en esta expedición, sino son muy pocos, y entre ellos fueron, Juan de Alvarado y Francisco Xirón, y lo que llevo referido, de haber llevado consigo á los dos reyes de Utatlán y Goathemala, con otros caciques de cuya infidelidad se recelaban; siendo desgracia, sobre la de haber perdido las vidas muchos de aquellos caballeros de la compañía de D. Pedro, el que no quedase memoria de ellos.

Arribó con felicidad al puerto de la Purificación, de la provincia de Xalisco, con más deseos que necesidad de hacer nueva provisión de agua y de más abundantes vituallas. En esta ocasión, teniendo noticia de su arribo el virey don Antonio de Mendoza, que deseaba el mismo descubrimiento y conquista, y á cuyo efecto había antes enviado D. Fernando Cortés tres navíos á descubrir estas islas de la Especería; queriendo ahora D. Antonio de Mendoza ser participante de esta gloria, y, para conseguirla, hacer compañía con D. Pedro de Alvarado, envió al puerto con sus poderes á D. Luis de Castilla, y Agustin Guerrero su mayordomo, y habiendo llegado al puerto estos podatarios del Virey, no se concluyó cosa que uniese esta capitulación; resolviéndose D. Pedro en que el Virey en persona viniese á ajustar aquellos tratados. Pero estando deseoso y ansiado el Virey por esta empresa, y como buen servidor del Rey no rehusase esta jornada, ni el deponer la autoridad y comodidades por solo conseguirla, se puso en camino; disponiendo que el Adelantado llegase al pueblo Chiribito, de la provincia de Mechoacán, que era de la encomienda de Juan de Alvarado, deudo suyo, á donde se encaminaba el Virey para verse con el Adelantado. Y así, concertado este camino para sus vistas, se enderezaron ambos á aquel paraje, á donde, tratándose del ajuste, pareció conveniente el que el Virey bajase á ver la armada; pareciéndole, no sólo la mejor que se había juntado en las Indias hasta entonces, sino muy á propósito para semejante empresa, por lo fuerte y seguro de los vasos que la componían. Para ver de ajustar los conciertos y las escrituras de compañía y capitulación, volvieron ambos á México, donde, habiéndose concertado á su satisfacción, hubo el Adelantado D. Pedro de Alvarado de reducirse al puerto de la Natividad, á donde había dado orden que le esperase su armada, y que parece venía en ánimo de despacharla y quedarse, según que dejaba concertado con el Virrey D. Antonio de Mendoza, dejarla ir á cargo de Juan de Alvarado, sobrino suyo,[2] que desde Goathemala venía embarcado en él, y tenía el mismo nombre del encomendero de Chiribito, y llevase el mismo cargo un caballero VillaloVillalobos, deudo del Virey; sobre cuyo nombramiento se había ofrecido algo de embarazo entre los principales dueños de la facción, Adelantado y Virrey.

A este tiempo, dispuestas ya todas las cosas para levantarse la armada, recibió un pliego el Adelantado de Cristóbal de Oñate, que hallándose por capitán de ciertos soldados en los peñoles de Cochistlán, de aquella provincia de Xalisco, había quedado en lugar de Francisco Vázquez Coronado, por haber ido en demanda de las Siete ciudades de Cíbola; y el contenido de la carta se reducía, con muchos aprietos y ruegos, á pedirle al Adelantado que le fuese á socorrer, por hallarse sitiado de muchos escuadrones de indios y en grande necesidad y conflicto; y que, en quedar vencidos ó victoriosos aquellos indios consistía la seguridad ó pérdida de la Nueva España. Con que, sin esperar otro consejo que el fervor que siempre latía en el noble corazón de D. Pedro, sacó de la armada el número de soldados escopeteros y ballesteros, con otros de á caballo, los que le pareció suficientes para rechazar el peligro de aquellos españoles, donde al esfuerzo y tesón de las armas continuas de los indios morían muchos; y partiendo á ligeras marchas la vuelta de aquel país infestado, llegó al Real del enemigo, á tiempo que experimentaban los nuestros los mayores de sus conflictos y severas atrocidades, y hambre indecible que padecían. Pero discurriendo el Adelantado, que introducir el socorro á lo encimado de los peñoles, á donde se hallaba estrechado Cristóbal de Oñate y los suyos, era encerrarse con ellos, para aumentarles la necesidad de la hambre, y el romper por el ejército y cordón de indios, para haber de repechar con peligro y no menores afanes, era inconveniente constante; determinó que los opugnadores fuesen cercados, y repartiendo los puestos de la infantería, con la disposición militar que según el terreno le permitía, y la caballería no apartada, sino de calidad que, guardando los pasos al socorro del enemigo, no estuviese distante al acudir á nuestras llamadas, socorriendo el peligro que ocurriese: variando los dictámenes, por parecerle iba larga la ejecuejecución de esta empresa, mudó después de parecer, alterando aquellas disposiciones primeras; así para librar de tantos afanes con brevedad á los cercados, como por sacudirse de este cuidado, y acercarse con celeridad al despacho de su armada, que le llamaba con la demora del tiempo que se perdía y con crecidos gastos.

Fijo, pues, en esta resolución, en que solía D. Pedro ser inalterable, cubrió todo el terreno que podía ser capaz de acometer, y de las ejecuciones de nuestra infantería y caballería, cerrando el cordón á las partes por donde, tajándose aquellos riscos, no pudiesen desembarazarse ni salir, por alguno de los costados aquellos indios opugnadores, á tomar la campaña, de donde pudiera resultar que fuera cortado nuestro ejército: y á tiempo de despuntar la mañana del día de San Juan, dió la señal de acometer; y puesta la orden en ejecución, como los ejércitos de los indios se vieron oprimidos, defendiéndose de nuestra caballería, que llevaba la primera batalla, y que la infantería iba cerrando tras ella, fueron repechando por el peñol arriba en trabada y sangrienta batalla, en que morían muchos de los indios, y casi los más regaban el sitio con la sangre de sus heridas; viéndose en un punto disparar de arriba los sitiados del campo de Cristóbal de Oñate, y de la parte de abajo ir encimando á los indios por aquella aspereza. Pero discurriendo, por unas y otras partes de la batalla, en un caballo, el Adelantado, había, á los principios de trabarse la lid, cerrado un paso en lo eminente de aquel peñol con una compañía de caballos, y estando muy trabada y en mayor fervor y ardimiento la batalla, á uno de los soldados de la caballería, que estaba en lo eminente de aquellos riscos, se le despeñó el caballo, y rodando de la cuesta para abajo, sin que el Adelantado se pudiese favorecer á un lado ni á otro, le llevó de encuentro, chocando con el en que estaba montado, y rodando mucho espacio de aquellos riscos, sin que ninguno de los suyos le pudiese valer, quedó estropeado y molido todo el cuerpo; quedando de calidad contuso, que se necesitó de conducirle á hombros á la villa de la PuPurificación para curarle en ella. Pero cuando llegó á aquel sitio, iba ya pasmado del viento y desabrigo del camino; y conociendo D. Pedro que los médicos temporales no podían ser de provecho, trató de disponer las cosas de su conciencia. Dió poder al reverendo y venerable Obispo de Goathemala D. Francisco Marroquín, su grande amigo, y á Juan de Alvarado su hermano, para que testaran por él; y recibiendo los Sacramentos con grande edificación y ejemplo, se ocupó en escudriñar de nuevo su interior, de repetir reconciliaciones y muy frecuentes actos de contrición, cuidando en este punto de la hazaña que tanto importa; sin que se le viese tratar de otra cosa más de lo que era morir bien, desde el día de su choque, hasta el de 5 Julio de 1541 que fué el postrero de aquella vida que había de ser inmortal, ó al menos como la de Néstor, dilatada; siendo sola la malograda edad de este Héctor castellano de solos cuarenta y tres años cuando murió. Y á no haber habido en aquellos dorados siglos un Fernando Cortés que cumpliera el número de los doce de la fama, es cierto que D. Pedro de Alvarado hubiese llenado aquel hueco; pero en el espacio de la Europa ocupó su nombre todo el ámbito y esfera de la alabanza, porque los que le conocieron admiraron la gallardía de su persona, la dulzura y suavidad de su trato, el valor de su espíritu, la fe de su amistad, el estilo de sus palabras, lo cristiano de su pecho, gobierno militar y prosperidad de su fortuna; que hasta hoy, sola la relación de sus heroicas prendas le concilía universalmente la gracia de las gentes. Diósele sepultura eclesiástica al cuerpo del Adelantado en la iglesia parroquial de la misma villa de la Purificación, de donde trasladó sus huesos Juan de Alvarado, su deudo, al pueblo de Chiríbito, de su encomienda, y de allí á esta ciudad de Goathemala, por orden de Doña Leonor de Alvarado Xicotenga, su hija. La armada quedó desamparada de la gente de su guarda, y los vasos al arbitrio del tiempo, y de ellos, los tres mejores sirvieron después, en la jornada ó viaje que por orden de D. Antonio de Mendoza, virrey de Mexico, hizo su deudo Villalobos al descubrimiento de las Molucas, sin que los herederos de D. Pedro pudiesen haber cosa alguna de lo que en esta gran expedición gastó y quedó perdido. A el tercio del cargo de Cristóbal de Oñate, que estaba sitiado en los peñoles de Cochistlán, le vino socorro, de orden del virey de Mexico, por el licenciado Alonso Maldonado, oidor de aquella Audiencia, quien trajo muchos soldados; á cuyo esfuerzo y combate quedó el campo de los indios desbaratado. De los dos caciques, que llevó el Adelantado á la armada, no hubo más noticia, y sólo quedó sucesión del señor de Utatlán.

  1. Libro II de Cabildo, fol. 189. Bernal Díaz, cap. CC, fol. 256, del original borrador.
  2. Bernal Díaz, fol. 256 del original borrador.