Realidad: 15
Escena IV
editarLEONOR; FEDERICO.
LEONOR.- Hay que echarte memoriales para verte. ¿Cómo estás? ¿A ver esa carátula? ¿Palidez tenemos, y ojos tristes?... ¡Ay, ay! ¡Pobrecito de mi alma! (Se sienta en un sofá.)
FEDERICO.- ¿Y tú, qué tal?
LEONOR.- Ya lo ves: vendiendo vidas. ¿Recibiste mi papel?
FEDERICO.- Claro que lo he recibido, pues aquí estoy.
LEONOR.- Pues te llamé... Verás... Supe ayer por Torquemada lo que te pasa, y la que te tiene armada para hoy ese pillo. Me entraron ganas de echar un capote por ti, como tú lo has echado por mí, cuando me he visto en la cuna de la fiera.
FEDERICO.- Conozco tu buen corazón y tus desplantes de generosidad. Puesto que entre los dos hay confianza, hablemos. Nunca siento ante ti el embarazo que estas materias me producen ante otras personas con quienes tengo amistad.
LEONOR.- Es que yo soy tu amiga... de la entraña, y los demás lo son de aquí. (Tocando la punta de la lengua.) Estoy contenta: esta mañana te eché las cartas, y en ellas vi que saldrías bien del soponcio.
FEDERICO.- ¡Qué célebre! (Riendo.) ¿Y qué te dijo el naipe?
LEONOR.- Primero salió disgusto grande... ya sabes, el siete de espadas, en un corto camino, cuervo y pensamiento de un hombre moreno. La cosa era bien clara.
FEDERICO.- Clarísima; ya lo creo.
FEDERICO.- Clarísima; ya lo creo.
LEONOR.- No lo tomes a broma. Pues encendidas las velitas y dichas las santas oraciones, eché lo que ha de venir; y ¿qué creerás que salió? Pues recelo por la mañana, el caballo de bastos, que eres tú...
FEDERICO.- Yo soy...
LEONOR.- Salió después la mujer de buen color... que soy yo... y, por fin, el tres de oros... ¿Sabes tú lo que significa el tres de oros?
FEDERICO.- Debe de significar una cosa muy buena... Pero vamos al grano, Leonorilla, que no hay tiempo que perder. ¿Tienes...?
LEONOR.- ¿Vil metal?, eso que el marqués llama el nervio de las naciones? No, hijo mío; estoy como el Gobierno. No tengo una peseta.
FEDERICO.- Entonces... ¿a qué me has llamado? Yo creí que nadabas en la abundancia.
LEONOR.- No, mico, yo no nado... en nada. Pero tampoco me ahogo en poca agua.
FEDERICO.- Explícate.
LEONOR.- En fin, muy poco tengo disponible; pero... dinero hay.
FEDERICO.- ¿Dónde?
LEONOR.- Qué sé yo... por ahí... en cualquier parte. Y habiéndolo, lo traeremos acá. Para no cansarte, haré lo que el Gobierno, piznorar. ¿No se dice así? Tengo alhajas, y buenas. Mira, tonto, la sota de espadas junto al tres de oros quiere decir que la mujercita de buen color se atufa, trinca sus joyas, y se va con ellas a Peñíscola. ¿Te parece bien?
FEDERICO.- Paréceme atroz, y lo acepto por la terrible ley de la necesidad, con pena, pero sin rubor. Pásmate, como se pasmaría el mundo si lo supiese. ¡Qué extrañas relaciones éstas! No somos amantes, lo fuimos. Somos amigos tan solo; pero esta amistad nuestra es un fenómeno psicológico que... ¿Sabes lo que es psicológico?
LEONOR.- Pis... pis... (Sin poder pronunciarlo.)
FEDERICO.- Quiere decir del alma, un fenómeno...
LEONOR.- Mira. (Con ademán de pegarle.) Haz el favor de no llamarme a mí fenómeno... ni tampoco a nuestra amistad.
FEDERICO.- Quiero decir que esto nadie lo entiende más que nosotros. Por nada del mundo acepto yo, de un amigo de mi clase, ciertos favores. ¿Por qué los acepto de ti, sin que mi decoro se sienta herido? No puedo explicármelo. ¿Qué significa esta fraternidad que entre nosotros existe? ¿Se funda quizás en nuestra degradación? Yo envilecido, tú también; nos entendemos en secreto. Tal vez si tus auxilios se hicieran públicos, yo los rechazaría con horror... Y yo me pregunto: esta amistad nuestra, ¿no es de la mejor ley? ¿No habrá en ella, escarbando mucho, algo a que pueda darse el nombre de virtud? No... ¡qué desvarío!... no puede ser.
LEONOR.- No te devanes los sesos por encontrar el nombre de estas cosas... Son cosas, bien claro está... ¡cosas de la vida! ¡Cosas!
FEDERICO.- Eso... cosas. ¡Qué confusión! ¿Seremos tú y yo tan malos como parecemos?
LEONOR.- ¿Quieres callarte?
FEDERICO.- No es por alabarme; pero conviene recordar que yo también supe ayudarte en trances críticos de tu vida.
LEONOR.- Justo, como yo a ti ahora. En fin, bueno debe de ser esto, porque yo, aunque corra mis temporales, siempre tiro hacia ti, como la cabra al monte. Cuando pasan muchos días sin verte, estoy intranquila; y si oigo decir que caes enfermo, me pongo de mal temple. Me enamoro de éste, del otro y del de más allá; poco me importa engañar cien veces al que más me entusiasma, y encajarle un sin fin de mentiras. Pues no teniendo amores contigo, como no los tengo, primero me corto la lengua que decirte una falsedad.
FEDERICO.- (Aparte.) Sí, sí; en cuestión de amores, ella rueda por su lado, yo por el mío, y venimos a juntarnos en este punto inexplicable de nuestra confianza, que es para mi alma un gran consuelo.
LEONOR.- (Que le ha observado cariñosamente, tratando de penetrar el objeto de su meditación.) ¿En qué piensas, monín?
FEDERICO.- En algo que a mí me pasa.
LEONOR.- ¿Amores? ¡Ah!, pizpireto, no me lo niegues. Como no tenemos lío, puedes contarme tus penitas. Dime, ¿a qué señora engañas ahora, pillo? Porque señora ha de ser, y de las buenas.
FEDERICO.- Pues... algo hay. Pero la confianza contigo tiene su excepción, y lo que es el nombre no esperes que te lo diga.
LEONOR.- Bueno: guárdatelo. No le vaya a dar el aire. ¿La quieres mucho?
FEDERICO.- Te diré... Me gusta. Es mujer hermosa, apasionada, muy superior a lo que yo merezco... Pero...
LEONOR.- Pero... el perito ese quiere decir que no te entusiasma.
FEDERICO.- Despierta en mí ilusión de amor. Pero no sé qué barrera, qué zanja infranqueable me separa de esa mujer. Quizás sería mi felicidad si entre ella y yo pudiera existir esta confianza, esta sinceridad, este abandono mutuo de los secretos más penosos de la vida. Mi alma se divide... la parte que tengo aquí me vendría bien allá... para completar lo otro.
LEONOR.- ¿Y piensas llevártela, canallita? Pero no nos descuidemos, hijo mío. (Llamando a la CRIADA.) Lina. (Entra ésta.) Tráeme mis colgajos... (Dándole unas llaves.) Todas, todas. (A FEDERICO.) Aquí escogeremos... (Vase la CRIADA.)
FEDERICO.- Ya ves que te hablo de mis... cosas, como tú dices. Cuéntame las tuyas.
LEONOR.- ¡Ay!, ¡las mías!, son tan públicas, que en rigor, más que contarlas, debiera... desmentirlas, para figurarme que no son verdad.