Ramos de violetas 30
Ante un túnel
Cuatro periodos nuestra vida tiene.
La niñez con sus mundos de alegría,
la dulce y soñadora adolescencia,
la edad viril con su ambición gigante
y en la vejez la triste indiferencia.
¡Cuán breve es nuestra estancia en este mundo!
De niños no sabemos qué vivimos,
la juventud nos brinda sólo sueños,
la ancianidad recuerdos de que fuimos.
Sólo la edad madura nos ofrece
la verdadera vida, el pensamiento
se eleva, se dilata, se engrandece,
y adquirimos ternura y sentimiento.
Del mismo modo que los hombres tienen
distintas fases en su propia vida
así el cuerpo social siente su influjo.
La sociedad refleja la tendencia
que le impone la ley de la costumbre,
dominio que se acepta sin violencia,
y que siempre acató la muchedumbre.
El mundo tuvo su feliz infancia,
después su adolescencia soñadora,
en esas dos edades de ignorancia
cubrió la luz de su rosada aurora.
El mundo niño quiso los vergeles,
el mundo jóven el gentil torneo
y el mundo pensador busca hoy laureles
y halla el orbe pequeño en su deseo.
Hay otra aspiración, hay otra vida:
vertiginosa, ardiente,
que sin orden, sin regla y sin medida,
su punto de partida
es dominar á todo lo existente.
¡Ya no existen montañas,
el hombre ha penetrado en sus entrañas!
suena una voz gigante atronadora:
que el universo escucha conmovido
y pasa la veloz locomotora.
Cuando el dolor nos deja en nuestro pecho
el corazón desecho,
le podemos decir á un ser amigo
¡ven! á llorar conmigo.
Trasmite nuestra queja,
el telégrafo ardiente y palpitante
que el tiempo lo reduce á un solo instante.
¡Buques, puertos, canales,
máquinas infernales:
que ya en la superficie de la tierra,
ó en lo profundo de revueltos mares,
arrojan á millares
nubes de fuego que la muerte llevan!
¡Todo ha brotado en confusión gigante,
caliginosa, ardiente,
de un modo exuberante:
en la grandiosa mente
del poderoso siglo diez y nueve,
que á su poder el mundo se conmueve!
«El le ha dicho al pasado:
duerman por siempre en la olvidada tumba
que tu misma ignorancia te ha labrado.
Duerman en paz tus ritos, tus costumbres,
tus ídolos, tus santos, tus altares,
tus doctos familiares;
tu sabio jesuitismo:
que sembró la semilla
de un profundo egoísmo.
Pasen tus monasterios, donde el hombre
desataba los lazos de familia
perdiendo hasta el recuerdo de su nombre.
Llegó la hora bendita,
en que el mortal comprenda la grandeza
de la eterna verdad por Dios escrita.»
Tiempo es ya, de que el genio se consagre
no á fantásticos sueños:
ya no existen los bardos que cantaban
en medio de ruínas:
los ídolos pasaron,
las cántigas guerreras
su puesto le usurparon,
escépticos que todo lo negaron
y que el nombre de Dios desconocieron.
Este vértigo ardiente
del fatal ateismo;
hoy inclina su frente
ante tan gran verdad ¡oh! Espiritismo!
Sostienen fuerte lucha
encontradas pasiones;
se oye una voz; el universo escucha
y olvida sus pasadas tradiciones.
Pero todo es incierto, todo vago,
la incoherencia domina:
dejando tras de sí fatal estrago.
Pero esto es natural, los grandes cambios
los trastornos sociales;
son como los violentos huracanes
que el aire purifican;
pero desbordan los profundos mares
y arrebatan los cedros seculares.
Titánica es la lucha, pero al hombre
la razón lo domina,
y ante esa clara luz, su pensamiento
rinde homenaje á la verdad divina.
Dios dice al hombre: «Avanza en tu carrera
mi pensamiento tienes.»
Por eso como el águila altanera
debemos los mortales,
elevarnos audaces por la esfera.
Y según nuestros dotes especiales
enaltecer de Dios la gran historia,
escribiendo una página elocuente
en la región eterna de su gloria.
venid poetas y elevad cantares, venid hijos de Apeles, tomad vuestros pinceles y en la boca del túnel tenebroso, deteneos un instante: y vereis como avanza en las tinieblas el humo de la máquina triunfante tejiendo un velo de flotantes nieblas. ¡Parecen cordilleras de montañas! ¡visiones delirantes! copiad esas figuras tan extrañas, ¡ligeras, indecisas, palpitantes! ¡oh! trasladad al lienzo ese paisage de sombra de vapor de luz rogiza por que ese extraño cuadro simboliza, todo el invento y el poder del hombre.
- Y vosotros profundos pensadores
que buscais en la ciencia de ultra-tumba de la divina luz los resplandores, escudriñad las santas escrituras: que ellas dicen del modo que hallaremos paz en la tierra, y gloria en las alturas.
- ¡El evangelio fuente sacrosanta
es manantial purísimo y fecundo! ¡El que bebió en sus aguas se levanta sobre el impuro lodazal del mundo!