Ramos de violetas 23

Nota: Se respeta la ortografía original de la época


A los sordo-mudos y los ciegos

(No hay desheredados)


¡Sordo-mudos y ciegos! Pobres seres
perdidos en las sombras de la vida,
sin poder disfrutar de los placeres
que Dios nos dá con su potente egida;
unos no ven los frutos que dá Ceres,
otros no escuchan una voz querida.
¡Párias errantes que al cruzar el mundo
nadie comprende su dolor profundo!


En la noche del tiempo, en esa historia
escrita con la sangre del vencido,
fué el sordo-mudo víctima expiatoria
del hombre en la barbarie envilecido;
le negaron el don de la memoria,
y cual mónstruo sin nombre conocido,
lo creyeron aborto del averno
condenado á sufrir martirio eterno.

Hipócrates más tarde, aseguraba,
y Aristóteles luego repetía,
que el hombre sordo-mudo no pensaba,
que el hombre sordo-mudo no sentia;
¿cómo había de sentir si no escuchaba,
que había de comprender si nada oía?
Y con tanto desprecio les miraron,
que hasta el civil derecho les negaron.


San Agustín también siguió esa huella,
(que aunque llegó á ser santo tuvo errores;)
que era del mudo, muda la querella
y no eran comprendidos sus dolores;
pero un día brilló fulgente estrella
que difundió brillantes resplandores;
y un español con noble y santo anhelo
le dijo al sordo-mudo: — «Mira al cielo.»


«Allí hay un Dios que vela por tu vida,
y ya ha sonado la bendita hora
en que la ciencia humana engrandecida
puede llegar á ser tu redentora;
de su calvario eterno suspendida
vuelve á tí su mirada brilladora,
y hallará vibración tu pensamiento
y forma podrás dar á tu lamento.»

 
Y los mudos pensaron y sintieron,
y sus mil sensaciones expresaron,
y sus labios inertes se entreabrieron,
y palabras confusas pronunciaron.
La historia de los tiempos comprendieron,
las grandezas de Dios las admiraron.

¡Oh! Ponce de León! Bendita sea
la humanitaria ciencia de tu idea!


Y vosotros ¡oh! ciegos, cuya vida
envuelta de la sombra en el espanto,
cual hoja por el viento desprendida
cruzais la tierra sin placer ni encanto.
¡Sin contemplar la mar embravecida,
sin ver del sol el explendente manto,
ni de los valles las gentiles flores,
ni de pintadas aves los colores!


Vosotros que sufrís ese tormento,
(que para mi lo encuentro sin segundo,)
también os ha llegado el gran momento
de hallar consuelo en vuestro mal profundo:
ya os asociais del hombre al pensamiento;
dejasteis de ser cosas en el mundo:
que cuando la barbarie dominaba
al torpe pugilato os entregaba.


La civilización tendió su vuelo
y resonó la voz del cristianismo,
la que nos brinda el perennal consuelo
de hacer valer al hombre por sí mismo,
la que rasgó de la ignorancia el velo,
hundiendo al delirante Paganismo.
Y estando hoy por la ciencia rescatados
entre nosotros no hay desheredados.


Sordo-mudos y ciegos, los deberes
del trabajo cumplid, cuya ley santa,
á ningún ser le niega los placeres

si éste estudia, compara y adelanta.
Dios quiere á todos los humanos seres,
para todos su sombra se levanta:
para él no hay dictadores, ni oprimidos,
para él no hay vencedores, ni vencidos.


No hay más que amor al hombre por el hombre,
amor que la instrucción lo simboliza,
la que le dice al ciego: — «No te asombre
si tu mirada aqui no profundiza.»
La que le dice al mudo: — «Tienes nombre,
pronúnciale conmigo, vocaliza,
yo quiero reanimar tu pensamiento,
quiero que sientas tú como yo siento.»


¡Sordo-mudos y ciegos! vuestra mente
que nunca olvide que debió á la ciencia,
el conocer la causa inteligente
ese porque llamado Providencia.
Que gratitud profunda, noble, ardiente,
en el fondo guardeis de la conciencia,
Y á los hombres que tanto os han querido
no los recompenseis con el olvido.


Después de Dios, á quien debeis la vida,
ellos son vuestros genios protectores,
los que os dieron el punto de partida,
los que en vuestro arenal sembraron flores.
¡El gérmen de esperanza bendecida!
¡La luz de inextinguibles resplandores!
Recordad siempre sus sagrados nombres,
¡y os hareis dignos de tan grandes hombres!


1874.