Réplica contra el escrito de cincuenta y siete pastores berlineses

Réplica de un miembro de la parroquia berlinesa contra el escrito de cincuenta y siete pastores berlineses titulado "La dominical fiesta cristiana, unas palabras de amor a nuestra parroquia"''
de Max Stirner
1842

Contexto

editar

Texto de Johann Kaspar Schmidt publicado el 1 de enero de 1842 bajo el título "Gegenwort eines Mitgliedes der Berliner Gemeinde wider die Schrift der siebenundfünfzig Berliner Geistlichen: Die christliche Sonntagsfeier, ein Wort der Liebe an unsere Gemeinen".

Sobre la traducción

editar

Traducción libre de Usuario:KillOrDie sobre el original alemán de 1842 y la traducción portuguesa de J. Bragança de Miranda, 1979.

¡Bien amados hermanos y hermanas!

Nos fue dirigida una palabra de amor a la que no nos es permitido replicar. En el primer día del año fue distribuido simultaneamente a los fieles de las parroquias berlinesas, un opúsculo titulado: "La dominical fiesta cristiana, unas palabras de amor a nuestra parroquia", que a todos directamente se dirige.

Antes de entrar en detalle en el texto, debemos intentar aprehender su contenido a través de algunas palabras características de la segunda página: "Como es innegable que el declive de la Iglesia se manifiesta en el mundo más nítidamente a través de la pérdida del sentido sagrado de la celebración dominical y que los miembros del resto de comunidades resligiosas se escandalizan sobretodo por la manera como celebramos ese día, presentamos a nuestros parroquianos el siguiente escrito: "La dominical fiesta cristiana". No es que pensemos que esta solemnidad sea de primera importancia para la piedad cristiana, pero acreditamos que, siendo no esencial, obtendriamos la verdad y el amor cristianos, un mejor recogimiento y mayor participación, si en los días santos fuera restituido su destino primitivo: la abstención del trabajo, el recogimiento profundo y la atenta escucha de la palabra de Dios." Es así que cincuenta y siete de nuestros pastores nos advierten abiertamente de la decadencia de la Iglesia y nos acusan de comportarnos y practicar infielmente sus enseñanzas. Quien constantemente haya reusado creer que cada vez hay menos fervorosos feligreses y que las iglesias cada vez estan más vacías, reconocerá ahora ese hecho irrefutable por boca de aquellos que son, sin duda alguna, los mejores informados. Nos recuerdan nuestra vacuidad y llenos de paternal amistad, llaman a volver a los hijos descarriados. Sin darnos cuenta, rompimos el hechizo de las iglesias, fuimos más allá de los límites de la fe fervorosa y ha sido necesaria esta exortación para que se mostrase a la luz pública esa fuga involuntaria. Dejen entonces que tomemos precisa conciencia de nuestra situación y sopesemos en todos los sentidos la gravedad de la afirmación relativa a "la aparición del declive de la Iglesia", sin que retrocedamos ante su confesión. Nada nos es más ventajoso que la sinceridad y nada nos es más perjudicial que escondernos, por miedo, un acto indiscutible por querernos ignorar o que, con todo, nos es imposible rechazar o cambiar. ¡Queridos hermanos! Reunid vuestras energías espirituales y sobretodo ganad coraje.

Los que nos incitan a volver nos recuerdan antes de nada que también abandonamos la antigua patria y que estamos en país extranjero. Démosles las gracias por enseñarnos todo sobre el progreso en cuya realidad no habriamos osado entrar. Nos dicen: "¡No estais ya animados por sentimientos cristianos!". Si esto es cierto (y si en adelante rechazamos ser víctimas de la hipocresía y cobardía, nos es imposible ignorar que, en algunos aspectos, esta acusación nos concierne plenamente) terminamos por preguntarnos involuntariamente: ¿entonces qué somos? ¿es por no ser cristianos a la antigua usanza que nos hemos vuelto peores?

Cierto es que un reproche lanzado en el momento oportuno puede, por su impacto, asustar a las consciencias particularmente sensibles, resultando en un arrepentimiento que suscita momentaneamente la virtuosa resolución de frecuentar celosamente el templo. Pero con el correr del tiempo nos encontramos de nuevo los pecadores de antaño. Así, el arrepentimiento nos mueve a hacer penitencia, y el aborrecimiento de la penitencia nos arrastra al pecado. Esa es la deplorable suerte de aquellos que, descontentos con sus actos aun si con ellos no siguen sino el espíritu de la época, no consiguen enmendarse. No tienen fuerzas para nadar contra la corriente, ni el coraje ni la libertad de espíritu para dejarse llevar, con la conciencia tranquila, por la corriente del tiempo.

Bien querrían seguir siendo cristianos si eso aún estubiese de moda, e igual disfrutarían de conformarse con su época y su aparente indiferencia por el cristianismo, o quizá solo por algunas de sus prácticas visibles, si, pobres de ellos, no permaneciera la antigua creencia o el antiguo temor. Se sitúan así suspendidos entre el cielo y la tierra, lo suficientemente ligeros para elevarse y lo suficientemente pesados para hundirse: ¡una situación desesperada! Fue para conquistar semejantes almas que los pastores entraron en capaña y ciertamente que han conseguido más de una. Pero nosotros también tenemos que salvarnos.


¡Mira, un ciervo tiritando en el invierno

Huye en la nieve, ante los lobos!

¡Déjalo entrar y calentarse!


Qué es lo que podría habernos hecho tan fríos e indiferentes, qué es entonces lo que necesitamos. ¡Un entusiasmo que inflame al hombre por entero, que consuma con su llama pura todas las dudas del pensamiento y todas las tentaciones de los sentidos, que transfigure la muerte en resurrección! ¡Ese es el entusiasmo al que aspiramos!

¿Puede la iglesia hacer arder los corazones de esta manera? ¿La prédica de vuestros pastores os suscita ese entusiasmo prodigando, alegre, el santuario de la muerte? ¿Os predica en ese nuevo evangelio que permitió a Lutero atraer a si a los espíritus abiertos y sacudir al mundo ebrio de su somnolencia y de su torpeza? ¿O es que vuestro espíritu ya no tiene necesidad de ninguna nueva revelación de la verdad? Permanecereis, por recordaros un simple hecho, siempre satisfechos con esa fatal sumisión que prefiere sufrir en silencio en vez de intentar hacer valer sus derechos, ¿o ya no teneis los derechos en gran estima? ¿Pretendeis limitaros a ser siempre obedientes en la vida terrena, y libres solo en la vida celestial?

Fuentes

editar