Quien da pan a perro ageno

Novelas y fantasías (1888)
de Roberto Payró
Quien da pan a perro ageno



BOCETO


I


LAS DOS AMIGAS


En un extremo del soberbio salón, la hermosa Elena conversa en voz baja con Marciana, su antigua amiga, mientras que Emilia, su madre, al lado de las altas ventanas, ocúpase en ejecutar un primoroso bordado que destina á la canastilla de bodas de su hija. De cuando en cuando la anciana señora levanta la vista de su labor, y fija sus ojos cariñosos en Elena, regocijándose con la alegría que resplandece en el rostro de la novia, Marciana, entre tanto, escucha con la mayor atención las palabras de su amiga, que víbran apenas en el silencio de la vasta sala.

- Tengo que comunicarte una noticia, una gran noticia... Ya te la hubiera dicho, pero como pareces olvidarte de mí ... como no vienes hace un siglo..

- ¿Una noticia? preguntó Marciana afectando interés. ¿Cuál es ella?

- No, no te lo digo ... adivina si puedes, contestó la jóven, ruborizada, pero no sin cierta malicia.

- ¿Lograste por fin que tu mamá accediera al proyectado viaje á París?

- Nó, nó, es mejor que eso, es mejor que eso! murmuró Elena con los ojos brillantes.

- Entonces ... no adivino.

- ¿No sabes? dijo ella sonrojándose aun más. Estoy de novia ... me caso antes de tres meses!

- ¿De veras?

- Oh! Y tan de veras! figúrate ... soy feliz! ¡Tan feliz!

- Y ¿quién es el afortunado?

La jóven miró á su amiga con expresión indefinible de contento y orgullo, y con volubilidad:

- Imajínate un hombre alto rubio, elegante, de bigote siempre correcto, ojos azules, boca sonriente, una cabeza artística ... y luego tan bueno, de tanto talento! .. y tambien ... tan enamorado de mí! ..

- Sí; el retrato puede ser exacto; pero no reconozco en él al retratado. ¿Quien es?

- ¿No lo has reconocido? ¡qué tonta! si es Rodolfo, si es mi primo! ...

- ¡Rodolfo! exclamó Marciana palideciendo.

- Sí, él, él mismo.

- ¡Rodolfo! exclamó ella de nuevo.

- Sí, él mismo. Pero ¿qué tienes? ¿qué te pasa?

Y luego, comprendiendo la turbación de su amiga, con acento displicente añadió:

- ¿Serán los nervios? ¿quiéres un poco de agua para calmarte?

Marciana hizo un esfuerzo, logró serenarse algo, y contestó:

- No, gracias, estoy bien; es que ahora sufro un poco de desvanecimientos; pero no duran más que un segundo. Continúa: ya sabes cuánto me alegro de verte feliz. ¿Cuándo te casarás?

- En Agosto, el 23, cuando cumpla diez y nueve años. ¿Vendrás antes á visitarme?

Todo esto lo dijo con cierta frialdad, como si viese ya, con su instinto de mujer enamorada, una presunta rival en su amiga de la infancia.

- Te lo prometo, contestó Marciana levantándose. Pero, tengo que irme ya: habia olvidado que me resta que hacer aun algunas visitas.

- ¿Cuándo volverás? preguntó Elena, sin oponerse á la brusca partida de la joven, cosa que jamás habia hecho en circunstancias aparentemente análogas.

- ¡Quien sabe! dijo con acento amargo.

Y luego, yendo hácia la madre de Elena, la dijo ofreciéndole su mano:

- Señora ...

- ¿Se va Vd. Marciana? preguntó Emilia.

Y como notase la turbación de la joven, exclamó:

- ¡Pero qué pálida está Vd! ¿Se encuentra acaso enferma?

- Nó.. un desvanecimiento... nada es... me sucede á menudo...

La madre de Elena, levantándose para despedirse de la amiga de su hija, murmuró con esa cortesía banal, que se encuentra siempre, cuando no hay otra cosa de qué echar mano:

- Me alegraré de que su indisposición no sea cosa de cuidado ... Vuelva Vd. pronto ...

- Sí, señora, volveré en cuanto me sea posible.

Besáronse en ambas mejilas, y cuando se halló cerca de la puerta, Marciana, ofreciendo la mano á la joven, murmuró:

- Adios, Elena.

- Adios, contestó ella.

- Y que seas feliz, añadió Marciana con lijero sarcasmo.

- ¡Y tú también! contestó la niña, sonriendo para ocultar su enojo.

Y cuando su amiga hubo salido:

- ¡Envidiosa!! exclamó.


II.


PREPARATIVOS DE COMBATE Y ESPERANZAS DE TRIUNFO




Con estas premisas, fácil es romprender en qué pié quedarían las relaciones de ambas jóvenes.

Al penetrar en su casa, rotos los diques de su pena, agolpáronse á los ojos de Marciana, llenos de un brillo extraño, las lágrimas de pena y de despecho por tanto tiempo contenidas. Apenas saludó á su madre, y fue de seguida á su habitación, donde pudo abandonarse á sus pesares. La joven, que amaba á Rodolfo y que se creía amada por él, no veia sin padecimientos la dicha de su amiga, de esa Elena tan amada, que la suerte convertía en su rival.

Examinábase y no se encontraba más indigna que otra á la felicidad por tantos años ambicionada en lo más íntimo de su corazón, felicidad que se desvanecía en el punto en que la creyera más segura justamente cuando Rodolfo habíale jurado amarla apasionada, locamente, sin que nunca hubiese término para su amor.

Y entre tanto, en la soledad, dando curso á estos pensamientos, abandonándose á lo que sentía, miraba con dolor sus ilusiones desvanecidas, sus esperanzas bien lejos de realizarse, su amor burlado, despreciado.

Y exclamaba con lágrimas de rábia:

- ¡Oh! vida horrible! ..... No hace mucho que aquí, de rodillas, me juraba amor eterno, inextinguible... ¡Y ahora! .... Dice ella, que van á casarse; que va á unirse con ella, olvidándome; que vá á matarme; conscientemente, sin hesitaciones, sin lástima.... ¡Y yo que creía todas sus palabras, que me miraba en sus ojos, que me imajinaba dichosa con su cariño, pensando que nunca acabaría nuestro idílio mentido .... Y me olvida, y va á repetir á otra las palabras que me ha dicho, á mí que me pertenecen ..... y ella le cree, ella confia en él, ella es la que va á casarse! ... Pero, si él no la quiere, si no la querrá nunca, si la engaña miserablemente... ¿Que méritos tiene ella más que yo, para ser la preferida? ¿Es mas hermosa? ¿es más inteligente? ¿es más amante? ¿lo es? ... No ¡es mas rica!! ..... ¡Mas rica! ¿Sólo los ricos tienen derecho á la felicidad? También lo tenemos nosotros, también para nosotros brilla el sol! ..... Pero esto no puede ser; él, tan hermoso, tan digno, tan noble ¿sería capaz de venderse de olvidarse de todo por un puñado de dinero? ¡Los hombres! ¡Qué indignos los hubiera criado Dios, si todos fueran así! ¡Qué ruín creación para un ser omnipotente!....

Hizo una pausa: pensaba en Rodolfo, y se proponía, casi sin darse cuenta de ello, volverlo á su amor.

- Juraba que me quería .... quizá me quiere aun ... ¿Si yo probara? ¿si tratara de que volviese á mi? ... ¡Sí! ¡probemos! ....

La esperanza de vencer la sonreía, y halló fuerzas suficientes para secar sus lágrimas. Sus últimas palabras fueron una amenaza dirigida á Elena, á su amiga, antes tan querida.

- ¡Oh! que ella tenga cuidado! ¡No sea que su dicha se desvanezca aun antes de haber tomado forma! ¡Qué tenga cuidado, pues pueden quedar fallidas sus esperanzas en cuánto comience el combate!.... ¡Oh! venceré, yo venceré!....

Y ya enteramente tranquila fué á reunirse con su madre, con quien conversó de mil futilezas, aparentemente con la misma alegría que en otras épocas, cuando creía suyo un porvenir color de rosa.

Aquella noche durmióse descuidada, y soñó con que su rival caía bajo sus golpes, y que Rodolfo le pertenecía por derecho de conquista.

Al dia siguiente fué cuando se rompieron las hostilidades.




III.


¡LA VISITARÉ!


Con su constancia de enamorado, Rodolfo fué aquella noche á casa de su prima, donde supo que Marciana sabía la nueva del proyectado matrimonio.

Pocos eran los adornos que el jóven poseía, de aquellos atribuidos á él por las dos mujeres: era frívolo; tenía la nobleza de la conveniencia propia, del egois­mo; carecía de ilustración, y en cuanto á su talento, era el de un hombre de mundo bien educado, pero incapaz de encarar sériamente una cuestión cualquiera que fuese; luego, su belleza nada tenía de varonil, salvo el bigote rubio y sedoso que cuidaba con sin igual esmero; quitado este, hubiera parecido una niña.

Sin embargo, con tales prendas hacía una guerra formidable á las mujeres, de quienes era un terrible conquistador: contábanse sus aventuras amorosas en todos los salones que él frecuentaba, aventuras en que muchas veces no tuvo que desempeñar sinó un papel enteramente pasivo: era él él conquistado en mil ocasiones, pero siempre aparecía como el conquistador.

Cuande supo lo acontecido con Marciana, pensó:

Como yo le he hecho un juramento que no he cumplido y que no pienso cumplir, y como ella no ignora que voy á casarme, su enojo contra mi será inmenso.

Pero, sin embargo, yo no puedo abandonar una presa que parecía tan fácil.

Eso sería echar por tierra un nombre de irresistible, adquirido en muchos años de contínuo triunfo, y no estoy dispuesto á semejante sacrificio.

Por otra parte, resta aun muchas mentiras que decirle, para que crea en la verdad de mi amor, y puede ser que con ellas logre vencerla. Pero como para eso es necesario ir á su casa...

¡No importa! Hace mucho que no voy á verla, pero la diré que, al saber que estaba enterada del triste asunto, he querido darla explícitas explicaciones .... Sí, eso es lo mejor.




IV


EL PRIMER CARTUCHO


A la noche siguiente Rodolfo presentóse en casa de Marciana. Esta, que solo huscaba una ocasión para llamarlo, no pudo disimular su alegría. Sin embargo, otros pensamientos acudieron á su mente, cuando recordó los sucesos del dia anterior. Una explicaciún se suscitó con esto: Rodolfo, inventando una historia romántica, díjose prometido á su prima por sus padres desde la más tierna infancia; que, habiendo muerto éstos, no podia desobedecer su última voluntad; y que tenía que casarse con Elena, aunque todo su amor era para su Marciana.

Esta creyó sin dificultad el bizarro cuento, tanto más cuanto que halagaba su vanidad, herida por las palabras de su amiga, y por el aparente olvido de Rodolfo. En cuanto el joven se apercibió del buen efecto causado por su relato, pasó á mayores, convenciéndose de que el triunfo era ya más que fácil. Dijo que, sin embugo de todos sus compromisos, estaba pronto á romper con Elena, si Marciana le prometia amarlo siempre.

- Pero no haré esto, añadió, sin estar seguro de tu cariño: sin una prueba de que estás pronta á sacrificarlo todo por mí, no daré un solo paso en ese sentido. No quiero portarme como un mal caballero con mi prima, para que te burles después de mí y de ella.

Marciana pareció reflexionar, púsose encarnada como una amapola, miró á Rodolfo, como con miedo, y le preguntó en voz baja y temblorosa:

- ¿Qué prueba es esa?

El reflexionó á su vez, y dijo con la mayor naturalidad:

- Mañana, de doce á una de la noche, cuando tndos duerman en la casa, vístete y sal; yo estaré esperándote á la puerta. Volverémos pronto, y nadie lo sabrá: no debes tener miedo... Además... yo soy un caballero.

Ella se puso, no ya roja, sinó pálida como la cera, pero tuvo fuerza para decir:

- ¡Lo haré!




V


¿TRIUNFO Ó DERROTA?


Las cosas sucedieron como estaba convenido.

Marciana salió, tomóse del brazo de Rodolfo, y se alejó de su casa.

Tres horas después, cuando comenzaba ya á sentirse en la ciudad ese lijero murmullo que anuncia su despertar, Marciana volvia de su expedición, del brazo del afortunado galán, que la dejó en la puerta.

La joven habia obtenido algo: un juramento de eterna constancia, acompañado por el de que Rodolfo se habia de casar con ella, burlando las esperanzas de su novia.

- ¡He vencido! exclamó la inocente, luego que, temblorosa, hubo llegado á su cuarto sin que nadie la oyese. Acostóse en su lecho casto aun, que á su contacto perdió la virginidad, y permaneció lo que restaba de la noche sin poder conciliar el sueño.

- ¡El triunfo es mio! decía. Elena ha sido derrotada... ya no tengo qué temer.

¡Y ni por un instante, la acometió el pensamiento de que todo aquello fuese un engaño!



VI


¡HE VICTIS!


Al dia siguiente, despues de almorzar, Marciana tomó un papel y escribió con mano nerviosa:

Querida Elena:

Debo prevenirte que andes con tiento cun tu novio. Me consta que va á casarse con otra, abandonándote, y no puedo dejar de anunciártelo, como amiga leal: hace tiempo que deseaba darte una prueba de mi cariño; la ocasión se presenta y la aprovecho. Para evitar las calabazas, lo mejor que debes hacer es ganarle el tirón, y dárselas de antemano, pues ya sabes cuánta burla hacen en sociedad de las novias abondonadas por sus prometidos sin causa aparente.

Tu siempre amiga:

Marciana

- ¡Quiero vengarme, pensaba la joven, de los celos y el dolor que me causó, dándole la noticia por mi misma! Lástima es que no me atreva á dársela de viva voz.

Y luego que hubo enviado la carta, murmuró con alegria vengativa y malsana, ocasionada por el triunfo obtenido contra su rival.

- ¡Ay del vencido!



VII


¿CUAL DE LAS DOS?


Elena no dejó de recibir la carta aquella en que tan fiero golpe se le asestaba.

Su desesperación no reconodó límites, lloró, gimió todo el dia, pero cuandu su madre supo lo que pasaba, tranquilizóse un tanto al escuchar estas palabras de su boca:

- Espera á que venga Rodolfo ... todo eso debe y tiene que ser mentira. Si no fuese así, hubieses notado alguna frialdad en tu novio, que parece quererte más y más... Solo alguna ruin intención ha guiado á Marciana á hacer eso; ó puede, también, que sea todo una broma ... broma del peor gusto posible á decir verdad. En cuanto al consejo que te dá de romper con tu primo, no lo sigas, si no quieres hacer el gusto á esa joven que parece interesadísima en que la cosa llegue á mayores. Y aunque todo sea cierto, no debes desesperarte así: no es Rodolfo el único hombre del mundo, y ya sabes aquello de que "cuando una puerta se cierra ..." Vamos, no llores, deja que todo siga su curso natural, y no pongas el grito en el cielo, que el llorar y el sollozar, si bien desahoga el corazón un tanto, quema los ojos y enronquece la garganta ...

Un pensamiento consolador vino á traer un poco de calma á la joven, que se creía ya la más desgraciada de las mujeres.

Recordaba la última visita de su amiga, sus celos mal disimulados, su turbación instantánea, sus irónicos votos por la felicidad suya, y creyó haber dado con el quid de la cuestión, con la manera de desatar aquel nudo gordiano.

Supuso la verdad, pero no toda: que Marciana enamorada de Rodolfo, trataba por todos los medios de romper las bodas de su amiga; que para ello no habia encontrado espediente mejor que una ruindad: una mentira que habria de descubrirse de un momento á otro.

En cuanto á que Rodolfo estuviese directa ó indirecramente en el complot, ella no podia pensarlo: el joven era demasiado noble para eso.

Pero, si Marciana no perdonaba á su rival, Elena estaba dispuesta á perdonar a la suya; comprendía por aquellos dolores que la acometieran, lo que son los celos, terribles, implacables enemigos que turban la razón y oscurecen el juicio más recto, haciendo que solo el egoismo dirija las acciones del celoso.

Esperó algo consolada á que fuera Rodolfo á hacerle su cuotidiana visita, y sabe Dios con cuánta impaciencia.

Cuando el jóven se presentó, ella, sin decirle una palabra, dióle la carta de Marciana.

- ¿Que es esto? preguntó él.

Ella no pronunció una palabra.

Solo, si, hízole seña para que leyese.

Una vez que hubo tomado asiento, Rodolfo desdobló el papel y comenzó á leerlo.

Pero apenas llegado á la mitad, púsose rojo, y miró á su prometida.

- Ya estás al corriente, dijo ésta. Ahora ... elije á cual de las dos!

- ¡Loca! exclamó el conquistador.

Ella, engañada por aquella frase, creyéndose sin esperanzas yá, rompió á llorar como una criatura.




VIII


¡LAS DOS!


Rodolfo la tomó una mano, besóla con transporte -verdadero ó fingido- y murmuró al oiclo de la niña:

- Si tú eres mi prometida ¿á qué temes? ¿no te he jurado que me casaría contigo? Soy un caballero, y debes confiar en mi palabra! Marciana es una loca!

Ella, jubiloso el rostro, mirólo arrobada y exclamó:

- ¡Ah! cuánto, cuánto te quiero! ...




IX


FRENTE Á FRENTE


No todo sale á la medida de nuestros deseos, pero Rodolfo era un hombre nacido de pié, y no por los acontecimientos anteriores dejó de visitar á Marciana, cuya pasión habia crecido más aun con la entrega que de ella hiciera al joven. Este, por su parte, usaba del engaño á más y mejor, diciéndola que había roto con Elena, pero sin hablar nunca de la carta, con lo cual acrecentaba la seguridad de Marciana, que se decía:

- El no ha vuelto á verla, y no han hablado una palabra respecto á mi billete.

Así trascurrió el tiempo, hasta que un dia -iban acercándose va las bodas de Rodolfo- oyó Marciana en un salón al que concurría de vez en cuando, estas palalabras que la llenaron de indecible congoja.

- Dentro de una semana, también, se casarán en la misma iglesia Rodolfo X. y su prima Elena.

No se detuvo á averiguar más, abandonó la tertulia y, loca de pena, fué á encerrarse en su casa. Muchos fueron los proyectos que acarició y que abandonó por imposibles en seguida, y fueron yendo dias y viniendo dias, y su amante no volvió á verla, y todas sus esperanzas iban, tambien, abandonándola poco á poco. Por fin, una tarde decidióse á ir á casa de Elena, resuelta á saber toda la verdad. Notó en la soberbia habitación un movimiento inusitado; numerosos carruajes estaban detenidos á la puerta, y gentes vestidas de etiqueta entraban y salian á cada minuto. Entonces ya no dudó de lo que se trataba: sus pocas esperanzas tendieron el vuelo para no volver, y surjió en su mente la imájen espantosa de su irreparable desgracia.

A poco salió el cortejo. Elena, al ver á su antigua amiga, dejó el brazo de un caballero anciano que la acompañaba, y se dirijió hácia ella. Marciana se estremeció de rábia, de celos, viéndose impotente ante su dichosa rival.

- ¿Sabes? dijo Elena cuando estuvo á su lado. Rodolfo es demasiado noble para faltar á sus juramentos. Se casa hoy .... conmigo.

La jóven la miró con furia mal dominada.

- A mí también me hizo juramentos ... yo le dí todo mi ser, más amante que tú - y me abandona ... Es demasiado miserable! ...

Elena se echó á reir ....



x


CONCLUSION


- ¡Te diste á él -exclamó- creyendo aprisionado de ese modo! .... ¡Tonta! fuiste demasiado niña: Rodolfo era mio yá ....

Y después de una pausa:

- Era mio; prosiguió -y ya sabes el refran: -Quien dá pan á perro ajeno, pierde el pan y pierde el perro."

Ella, angustiada, loca, sin lágrimas en los ojos, sin voz en la garganta, pálida como una muerta, temblorosa como hoja caida que el viento arrebata, apenas tuvo fuerza para murmurar.

- ¡Tienes razón! ¡El es un perro ... mi amor un mendrugo! ... Devoró mi inocencia y se olvida de mí ... No te envidio tu suerte ... él no te hará dichosa.

Y muchas razones tenía para profetizar de ese modo, pero á veces lo más lógico no llega á suceder.


Temperley, Agosto 1887.