Prosa por José Rizal/La Visión De Fr. Rodriguez

Prosa: edición del centenario (1961)
de José Rizal
La Visión De Fr. Rodriguez
LA VISIÓN DE FR. RODRIGUEZ[1]


Arrellanado en un cómodo sillón, y satisfecho de sí mismo y de lo que había cenado, estaba una noche Fr. José Rodriguez soñando en los cuartos que con sus libritos sacaba de los bolsillos filipinos, cuando de repente, cual si por arte de encantamiento, tomó un blanco brillantísimo la amarilla luz del quinqué, el aire se llenó de un suave perfume, y un hombre se presentó sin saberse de donde ni como vino.

Era éste un anciano de mediana estatura, moreno, delgado, cuya barba blanca contrastaba con unos ojos vivos y brillantes, que prestaban a su semblante una animación extraordinaria. Cubría sus hombros una capa pluvial, y su cabeza una mitra, que con el báculo que llevaba en la mano, le daba el aspecto de un obispo.

Al verle Fr. Rodriguez murmuró bostezando:

—¡Ensueños de mi fecunda imagi…!

La visión no le dejó concluir la frase; sacudióle con el báculo en el cogote.

—¡Eh! ¡Bromas pesadas! —exclamó el fraile cogiéndose la parte dolorida, mientras se frotaba un ojo;— ya veo que no es un sueño, pero ¡compare!

Irritado el extraño personaje por esta familiaridad, le administró entonces sendos baculazos en el vientre, con lo que fray Rodriguez saltó del asiento, viendo que la cosa iba de veras.

—¡Eh! ¡Fr. Pedro! ¿Cómo? ¿Así se cobra usted las indulgencias? ¡No era eso el trato! ¡Ay!, ¡Ay! ¡Perdón!

El extraño obispo, más irritado aún, no se contentó ya con atacar el vientre, sino que dirigió sus golpes a la cabeza, creyéndola ser la parte más sensible; pero, en mala hora; la cabeza de Fr. José Rodriguez era muy dura, y el báculo se rompió. Ya era tiempo; el pobre fraile, más pálido que el hábito de casa y muerto de terror, se había caído y andaba a gatas por no poderse sostener de pie.

Al ver tan lastimoso estado, la ira se mitigó en el rostro del extraño personaje, quien, cesando de golpearle, depositó sobre una mesa el roto báculo y exclamó con desprecio:

¡Homo sine homine, membra sine spiritu! ¡Et iste apellatur filius meus!

Al oir aquella voz vibrante y aquel lenguaje para él incomprensible, Fr. Rodriguez quedóse aun más confundido. ¡Aquel no podía ser Fr. Pedro, ni ningún compañero disfrazado! ¡Ca! ¡No podía ser!

¡Et tamen —prosiguió— tanta est vanitas vestra, ut ante me, Patrem vestrum… sed video, loquor et non audis!

Y moviendo disgustado la cabeza, después de algunos segundos habló en castellano con acento extranjero:

—Y ¿sois vosotros los que os llamais hijos míos? Y ¿a tanto ha llegado vuestro orgullo que no sólo pretendeis ya que os teman y adoren gobernantes y gobernados, sino que ni me reconoceis, ni me respetais, a mí cuyo nombre deshonrais, y de cuyos merecimientos abusais? ¿Cómo os encuentro? ¡Insolentes con los infelices, y cobardes con los que no os temen!… ¡Surge et audi!

La voz fue tan imperiosa y el gesto tan significativo que Fr. Rodriguez lo comprendió. Levantóse todo trémulo, procuró enderezarse, y a reculones se metió en un rincón.

Movido de esta prueba de obediencia, tan rara ahora en los que hacen voto de ella, el desprecio dió paso a la compasión en el semblante del personaje, quien ahogando un suspiro, prosiguió en tono más familiar, aunque sin perder su dignidad:

—Por tí, por tus tonterías, me he visto obligado a dejar aquella región para venir acá. Y ¡qué trabajo me costó encontrarte y distinguirte de los demás! Se te parecen todos, con pocas diferencias: ¡cabezas huecas y estómagos repletos! Allá no paraban de embromarme por causa vuestra y tuya sobre todo. Inútil hacerse el desentendido. No era sólo López de Recalde o sea Ignacio de Loyola quien se burlaba de mí con su eterna sonrisa y aire humilde; no era Domingo sólo, el de las pretensiones aristocráticas y estrellita de piedras falsas en la frente, quien se me reía; hasta el mismísimo simplote de Francisco, ¿entiendes? me daba bromas, ¡bromas a mí que he pensado, raciocinado y escrito más que todos ellos juntos!

—"Tu orden es grande y poderosa," —me decía Ignacio bajando la cabeza,— "parece una pirámide de Egipto; grande en la base (tú eres la base), pero cuanto más se eleva más se empequeñece…!" Y se alejó murmurando humildemente: "¡qué diferencia de la base al vértice!"

—"Doctor, —decía Domingo— ¿por qué no hicisteis con vuestra ciencia lo que yo con la nobleza que dejé a mis hijos por herencia? ¡Habríamos ganado todos!"

"Mon Ami, —decía compungido Francisco o sea Giovanni Bernardone;— si Dios es servido de que vuelva a la tierra para predicar como la otra vez a los brutos y a las aves, predicaré en tus conventos…"

—Y se reía de tal manera que, aunque flacucho, parecía que iba a reventar.

—En vano les contestaba que sus hijos no eran mejores que vosotros, y que si íbamos a sacar trapos, nos tendríamos que tapar las narices; pero ¡quiá! ¿quién puede contra tres, y lo que es peor teniéndote yo a tí de mi parte? ¿Qué digo tres? Pedro, ese viejo pescador, atraido por las carcajadas, dejaba la portería y me echaba en cara la jugada que habíais hecho a sus clérigos, arrebatándoles los curatos, y eso que fueron anteriores a vosotros en estas islas lo menos veinte años, y fueron los primeros que bautizaron tanto en Cebú como aquí en Luzón.

—"Ya se ve, añadía, como mis hijos son unos perezosos y desunidos, y los tuyos mienten, gritan y se agitan más que ellos, llegan a hacerse creer de los ignorantes, y triunfan. Pero me alegro; ¡a ver si se me acaba la descendencia!"

"—¡Lo mismo digo de la mía!"

—"¡Y yo! —¡Ojalá me pasara a mí lo mismo con la mía!" exclamaron varias voces.

—Pero no paró sin vengarse el viejo Pedro; ayer me jugó una mala pasada. No sólo no confiscó un sospechoso paquete que traía un indio que acababa de llegar, sino que, en vez de dirigirle hacia el grupo de los imbéciles, le acompañó hasta donde estábamos nosotros. Este infeliz traía, como provisión, un balutan lleno de libritos tuyos, que su cura le había dado, prometiéndole indulgencias para la otra vida. Llegar él, saberse que tenía libritos escritos por agustinos; y arrebatárselos todos, todo fue uno. Yo me quise esconder, pero no pude. ¡Qué risas y qué carcajadas! Los angelitos acudían en masa; los músicos del Padre celestial perdían el compás; las Vírgenes, en vez de mirar los papeles de los cantos, leían los libritos, con lo que desafinaban y desentonaban, y el mismo cerdo del viejo Antonio empezó a gruñir y a retorcer la cola.

—Yo estaba corrido: veía que todos me señalaban con el dedo y se reían. Zarathustra, sin embargo, el grave Zarathustra no se reía. Con una altivez que me humilló me reprendió de esta manera:

"Y ¿es hijo tuyo, ese que pretende que mi religión es pagana y que yo soy pagano? ¿Han degenerado de tal manera tus hijos? ¿Han confundido con la idolatría y el politeísmo mi religión pura, la religión matriz de las religiones más perfectas? No saben ya que paganismo viene de la palabra pagani, habitantes de los campos, que fueron los que se conservaron más fieles al politeísmo griego y romano? Me dirás que no saben latín, pues bien ¡que hablen más modestamente! Díles entonces que Paganus viene de pagus, de donde se derivaron las palabras pagés, payes, paien, paese, país, etc.; díles a esos infelices que la religión del Zend-Avesta jamás fue profesada por los campesinos del pueblo romano; díles que mi religión es monoteísta, más monoteísta aún que la católica apostólica romana, quien no sólo aceptó mi dualismo, sino que ha divinizado varias criaturas. Díles que el Paganismo en su sentido más lato y corrompido sólo significó politeísmo; que ni mi religión ni la de Moisés ni la de Mahoma, fueron jamás religiones paganas. Díles que lean tus obras en donde a cada paso hablas de los Pagani; repíteles lo que dijiste hablando de la religión de los Maniqueos, hija corrompida de mi doctrina, profesada por tí, y que ha influido en tus obras, influye aún en tu religión y que un tiempo hizo vacilar la iglesia romana. Sí, yo he puesto el principio del mal enfrente del principio del bien: Ahura-Mazda, el Dios, pero esto no es admitir dos dioses, como dijiste muy bien: hablar de la salud y de la enfermedad, decías, no es admitir dos saludes. ¿Y qué? no me han copiado ellos mi principio del mal en Satán, el príncipe de las tinieblas? ¡Díles que si no saben latín, que estudien al menos las religiones, ya que les es imposible conocer la verdadera religión!"

—Así habló Zarathustra o Zoroastro; pero ¿y Voltaire? Voltaire que supo lo que contabas de su muerte se me acerca, y con fina sonrisa me estrecha la mano y me da las gracias.

—¿Por qué? le pregunté.

—"Vuestros hijos, mon cher Docteur de l'Eglise, contesta, prueban y siguen probando con hechos, lo que yo sostenía con palabras…"

—¿Y qué sosteníais, pues.?

—"Que eran, además de ignorantes, embusteros."

—Yo no tuve más remedio que callarme, pues tenía razón. Sábete que murió a los 84 años, conservando tal lucidez de inteligencia que cuando le vinieron a importunar para arrancarle una confesión, "Dejadme morir en paz," contestó, y expiró. Pero no te riño por eso; tú sólo has mentido por boca de ganso. Lo peor es que Voltaire ha estado tratando de pedir a Dios para que te lleven al Cielo, vivo y en hábito. Y preguntado por qué lo quería, respondió: "¡Para que nos divierta!"

—"Pedro, viendo las indulgencias que el Arzobispo puso a tu librejo, para atrapar compradores."

—"¿Cómo no se me ocurrió, decía golpeándose la calva, cómo no se me ocurrió a mí enriquecer con indulgencias los peces que yo vendía cuando era pescador? Nos hubieramos hecho ricos, y Judas, en vez de vender al Maestro, ¡hubiera vendido sardinas y tinapá! Ni yo hubiera tenido que apostatar cobardemente, ni me hubieran después martirizado… En verdad os digo que mi tocayo tiene más pesquis: me ha puesto el pie en esto de hacer cuartos, y eso que soy judío."

—"¡Claro! ¡Como que tu tocayo es gallego!" contestó una voz.

—"Era la de un viejecito que había llegado hacía pocos años. Llamábanle Tasio. Este se me dirigió y dijo:

—"Vos sois un gran Doctor, y aunque os habeis contradecido varias veces, como habeis escrito los libros de Retractationum y vuestras Confesiones, os tengo por un talento privilegiado y una erudición vastísima; y puesto que vos no os pareceis en nada a vuestros hijos, que hacen lo negro blanco y lo blanco verde cuando tratan de defenderse, os diré mis quejas, para que como su Padre los podais corregir.

"Hay allá en la tierra un infeliz de vuestra orden que ha cometido entre muchas tonterías, las siguientes —1.ª. Que quiere hacer solidario a un indio llamado Rizal, de lo que yo en vida terrenal he dicho, sólo porque este Rizal lo hizo constar en un libro que escribió. Como veis, si se sigue este razonamiento, Rizal sería también solidario y participaría de las ideas vertidas por los frailes, guardias civiles, gobernadorcillos, etc.; y vos, santo Doctor, lo seríais también de las palabras que poneis en boca de los herejes, paganos y sobre todo de los maniqueos. 2.ª. Que quiere que yo piense y hable como él, pues me tacha por decir la Biblia y los santos Evangelios. Está bien que él, como todos los fanáticos, crea que forman una sola cosa; pero yo que he estudiado la Biblia original hebráica, sé que ésta no contiene los Evangelios; que siendo la Biblia judía creación, historia, tesoro y patrimonio del pueblo judío, aquí la autoridad son los judíos, quienes no aceptan los evangelios; que siendo la traducción latina inexacta en algunos puntos, mal pueden los católicos dar aquí la ley, ellos que pretenden apropiarse lo que no es suyo, e interpretar a su modo y a su favor la traducción, alterando el espíritu de los textos. Los Evangelios, además, menos el de Mateo, se escribieron en griego, son posteriores, y en el fondo como de hecho echan abajo las leyes de Moisés; prueba de ello la enemistad entre judíos y cristianos. ¿Cómo, pues, conociendo esto, he de hablar como un fanático o un fraile ignorante? No exijo de ningún fraile que hable como libre pensador; que no me exijan tampoco que hable como fraile. ¿Por qué quieren que confunda bajo un solo nombre dos cosas distintas y aun en ciertos puntos contradictorias? Pase que el vulgo de los cristianos lo haga así, pero yo no debo ni puedo hacerlo. Además, el mencionar a los dos separadamente obedece al pensamiento que inspiran dos obras, dos legisladores, dos religiones en que quieren hacer basar la religión católica. Vuestro hijo, además, razona divinamente cuando dice: no sabía yo que los santos Evangelios eran distintos de la Biblia y no una parte principal de ella; decidle, Santo Doctor, que, en todos los países, una parte, por principal que fuese, siempre es distinta del todo; ejemplo: lo principal en Fr. Rodriguez es el hábito pero el hábito es distinto de Fr. Rodriguez, porque a no ser así, habría un Fr. Rodriguez sucio, otro flamante, otro arrugado, otro ancho, otro corto, otro largo, otro mugriento, otro planchado, y otro nuevo tamquam tabula rasa etc. El hábito, además se debe distinguir del fraile porque un pedazo de tela por sucio que fuese, no puede ser presumido, ni déspota, ni ignorante, ni oscurantista. 3.ª Me saca una cita para probar el Purgatorio; San Mateo, dice, capítulo doce, versículo treinta y seis, y cita mal. Pues de este versículo no se deduce el Purgatorio, ni nada que se le parezca, y si no veamos: El texto hebreo dice: Wa 'ebij' 'omär lakäm kij' al kal dbar reg aschär idabbru' abaschim yittbu heschboun biom hammischphat; el texto griego: Lego de hymin hoti pan rema argon ho ean lalesosin hoi anthropoi apodosousi peri autou logon en hemera kriseos. Esto traducido en latín dice: Dico autem vobis quoniam omne verbum otiosum quod locuti fuerint homines, reddent rationem de eo in die judicii, y al castellano: Y dígoos que toda palabra ociosa que dijeren los hombres darán cuenta de ella en el Día del Juicio. Como veis, Doctor, de estos cuatro textos no se deduce otra cosa, sino que Fr. Rodriguez tendrá que dar en el día del juicio una cuenta tan larga, que acaso la sesión se prolongue hasta el día siguiente, pues ya lleva dichas muchas tonterías. Pero ya veo, vuestro hijo, como quien oyó campanas, ha querido citar el versículo treinta y dos que dice: Y todo el que dijere palabra contra el hijo del hombre, perdonada le será; mas el que la dijere contra el Espíritu Santo no se le perdonará ni en este siglo ni en el otro. De aquí han querido deducir el Purgatorio: ¡deducir es! 4.ª. Que porque S. Irineo, S. Clemente de Alejandría y Orígenes, tres en suma y que no fueron de los primeros cristianos, tuviesen alguna remota idea del Purgatorio esto no quiere decir que los cristianos de los primeros siglos creyesen en él, como no se establezca que tres significan la totalidad, aunque en la totalidad hubiese ideas enteramente contrarias. Y la prueba de que no es así, vos mismo, Santo Doctor, que sois su Padre, que florecisteis en los siglos IV y V, y que sois el más grande de los Padres de la Iglesia, negásteis rotundamente en varias partes la existencia del Purgatorio, pues dijisteis en vuestro sermón CCXCV que empieza por: Frecuenter charitatem vestram, estas palabras decisivas: Nemo se decipiat, fratres; duo enim loca sunt et tertius non est ullus. Qui cum Christo regnare non meruerit, cum diabolo absque dubitatione ulla perebit.[2] Y luego decíais en de consolatione mortuorum: Sed recedens anima quae carnalibus oculis non videtur, ab angelis suscipitur et collocatur, aut in sinu Abrahae, si fidelis est, aut in carceris inferni custodie si peccatrix est.[3] Y yo os puedo citar aún una multitud de textos vuestros, pues para vos el purgatorio sólo era una cosa no imposible (impossibile non est) y eso que lo habíais negado terminantemente: Tertius non est ullus. Añadid que S. Fulgencio que floreció después que vos, en siglos V y VI, decía en el Capítulo XIV (de incarnatione et gratia, etc.): Quicumque regnum Dei non ingreditur, poenis eternis cruciatur.[4] 5.ª. Que vuestro hijo o no sabe leer, u obra de muy mala fe. ¿Cómo, pues, de mi frase: los protestantes no creen en él, y los padres griegos tampoco, pues echan de menos etc. ha formado: los padres griegos no creían en el Purgatorio? ¿Cómo ha hecho de un tiempo presente un pasado sólo para torturar la frase y deducir de aquí los santos padres griegos? Yo hablaba en presente y en mi tiempo ya no existían los santos padres griegos sino los padres pertenecientes a la Iglesia griega; además de ésto, como seguía un orden histórico, mal podía hablar de los protestantes primero, y después de los santos padres griegos, que creyeron lo que pudieron en su tiempo, y que cuando yo vivía en la tierra eran para mí un pasado. Ahora, ellos, más ilustrados, creen lo que todos creemos. Y con esta mala fe, llama después calumniador, embaucador e ignorante al que hizo constar mis palabras. Pero tal manera de obrar es propia del P. Rodriguez, que también en otro librejo toma los rayos del sol por el sol, siguiendo su sistema de confundir una parte con el todo, todo para calumniar al autor del libro y llamarle masón. Decid vos, ¿quién es aquí el embaucador, el calumniador y el ignorante? 6.ª. Que en vez de acusar a los demás de ignorancia y echárselas de leído, debía tener más cuidado: él es quien siquiera te ha leido, y eso que eres su Padre, y es su deber saber lo que dijiste. A haberlo hecho, ni habría dicho tantas tonterías, ni se hubiese delatado, enseñando el poco fondo de sus conocimientos. Y sé de donde los saca: de unos libritos que Sarda y Salvany publicó en Cataluña, para mantener el oscurantismo…"

—Pero el viejecito no pudo continuar, porque la voz del Altísimo me llamó ante su trono. Temblando me acerqué y me prosterné.

—"Vé al mundo, dijo la voz omnipotente, y dí a los que se llaman tus hijos, que Yo, que he creado los millones de soles en torno de los cuales giran miles de mundos, habitados cada uno por millones de millones de seres creados por Mí en mi bondad infinita, Yo no quiero servir de instrumento a las pasiones mezquinas de unas cuantas criaturas, precisamente no las más perfectas, ¡puñado de polvo que se lleva el viento, insignificante parte de los habitantes de uno de mis mundos más pequeños! Diles que Yo no quiero que, en mi nombre, se explote la miseria y la ignorancia de sus hermanos; que no quiero que en mi nombre se trate de sujetar la inteligencia y el pensamiento que Yo he hecho libres; no quiero que en mi nombre se cometa ningún abuso, ni que se arranque un suspiro, se derrame una lágrima o se vierta una sola gota de sangre; ni quiero que Me representen cruel, vengativo, sujeto a sus caprichos y como ejecutor de sus voluntades. Que no hagan de Mí, Yo que soy El Bueno, un tirano y un mal Padre; que no pretendan ser los únicos poseedores de la Luz y de la Vida eterna. ¿Cómo? Yo que he dado a cada ser aire, luz, vida, amor y alimentos para que viva y sea feliz, ¿había de negar a los demás, en provecho de unos pocos y por cierto no los mejores, lo más esencial, lo más trascendental, la felicidad verdadera? ¡Impío, absurdo! Díles que Yo, que soy el Todo y que fuera de Mí nada existe y nada puede existir sin mi voluntad y consentimiento, Yo no tengo, ni puedo tener enemigos; nada me es igual, ¡nadie puede oponerse a mi voluntad! Díles que sus enemigos no son míos, que Yo jamás me he identificado con ellos, y que el obrar suyo es vano, insensato y blasfemo. Díles que yo perdono el error, pero castigo la iniquidad; que olvido una falta contra Mí, pero persigo la vejación de un desgraciado, pues Yo soy infinitamente poderoso, y las injurias todas de todos los habitantes de todos los mundos, mil veces centuplicados, no han de dañar un átomo de mi gloria; pero que la menor injuria contra el pobre, contra el oprimido la he de castigar, pues no he creado nada, no he dado el ser a nadie para que sea infeliz y sirva de juguete a sus hermanos. Yo soy el Padre de todo lo que existe. ¡Yo sé el destino de cada átomo: que me dejen amar a mis criaturas, cuyas miserias y necesidades conozco; que cada uno cumpla con su deber, que Yo, el Dios bueno, sé lo que tengo que hacer!"

—Así habló el Omnipotente, y yo he venido aquí para cumplir su voluntad. Y os digo a vosotros:

Que las miserias del indio infeliz, que habeis empobrecido y embrutecido han llegado hasta el trono del Altísimo. Han llegado allá tantas inteligencias oscurecidas y mutiladas por vosotros, tantas vírgenes violadas; ha llegado el grito de tantos desterrados, torturados y muertos a instigación vuestra, las lágrimas de tantas madres, la miseria de los huérfanos, ¡todo mezclado con el ruido de vuestras orgías! Sabed que existe un Dios (tal vez dudais de su existencia y sólo usais de su nombre para conseguir vuestros fines) y ese Dios puede un día pediros cuenta de todas vuestras iniquidades. Sabed que Él no necesita del dinero del pobre, ni su culto se reduce a encender velas, quemar inciensos, decir misas, creer a ciegas lo que otro dijo, aunque repugne a la razón, no: Él tiene luminares más grandes que vuestro sol, flores más perfumadas que las de la tierra, música en el concierto armónico de los astros. El se basta a sí mismo. Él creó la inteligencia, no para esclavizarla, sino para que en alas de ella, el hombre sea feliz y tienda a remontarse a Él. No necesita de nadie, creó al hombre mismo, Él no le necesitaba ni le necesita: Él es feliz desde la Eternidad.

Os aferrais a la idea del Purgatorio, la quereis defender usando de todas las armas, aun de las más ignobles. ¿Por qué en vez de gastar el tiempo en afirmar lo que jamás visteis, no predicais el amor al prójimo, la caridad? ¿Por qué en vez de esas penas, no predicais consuelo y esperanzas para endulzar un tanto los males de la vida? ¿Por qué? Porque la verdadera doctrina de Cristo no os traería dinero, y lo que vosotros quereis es oro, oro y oro, y para esto os valeis del Purgatorio, para sacar dinero de las almas timoratas. ¿Porqué desconsolar al huérfano y a la viuda con cuentos horribles de la otra vida, sólo para despojarlos de algunos cuartos? Olvidasteis lo que dijo el Apóstol: Nolo vos ignorare, fratres, de dormientibus, ut non contristemini, sicut qui spem non habent?[5] ¿Y lo que yo dije: Haec enim est christianae fidei suma; vitam veram expectare post mortem?[6] Pero vosotros faltando a la caridad, obrais contra Cristo, y por un vil interés, quereis entrometeros en los juicios divinos. Toda la fuerza de vuestros argumentos se estriba en que hay almas no bastante pecadoras para condenarse, ni bastante puras para entrar en el cielo. ¿Quién os autoriza a vosotros a anteponeros a los juicios de Aquél, que pesa y considera el más pequeño pensamiento, que sabe que es imposible exigir la perfección divina a seres de barro, sujetos aquí a miserias, necesidades y opresiones? ¿Quién os dice que Él juzgará como vosotros, que sois de inteligencia limitada? ¿Quién os dice que aquí no expiamos nuestras faltas con las miserias a que estamos sujetos? Si yo un tiempo pude admitir la sombra de esa posibilidad, ahora más convencido de la bondad divina y de la miseria del hombre, tengo absoluta confianza en Él, seguro de que su proceder y su juicio han de ser infinitamente más justos y mejores que los míos. Dejad, pues, ese afán de atesorar riquezas; ya teneis bastante; no juzgueis las almas de los demás, para arrebatar el último bocado a los pobres; dejadlas en manos de su Criador y no interpongais vuestras acusaciones, sólo para sacarles el poco dinero que les dejais. ¿Acordaos de lo que decía Fulgencio: Et si mittetur in stagnum ignis et sulphuris qui vestimento non tegit, quid passurus est qui vestimento crudelis expoliat? Et si rerum suarum avarus posesor requiem non habebit, quomodo alienarum rerum insatiabilis raptor?[7] Pensad que Satanás en el día del juicio puede decir de vosotros a Cristo: Tui autem cristiani, pro quibus ideo crucifixus et mortuus es, ut morti ipsi non timerent, sed essent de resurrectione securi, non solum lugent mortuos voce et habitu, sed etiam ad ecclesiam procedere confunduntur; aliquanti etiam ipsi clerici tui et pastores ministerium suum intermittunt, vaccantes lustui, quasi insultantes tuae voluntati.[8]

Predicad, pues, la religión de las esperanzas y de las promesas, pues vosotros más que nadie teneis necesidad de perdón. No hableis de rigores ni condeneis a nadie, no vaya Dios a oiros y juzgaros según las leyes que forjasteis. Tened siempre en la memoría lo que Cristo dijo: Vae vobis Scribae et Phraissae hypocritae qui clauditis regnum coelorum ante homines: vos non intratis, nec introeuntes sinitis intrare.[9] ¡Menos codicia y más caridad!

Ahora lo que te diré particularmente es esto: Que tú eres un infeliz mentecato, que dices muchas tonterías, pero esto casi no es culpa tuya; no podía esperar otra cosa de ti, y no quisiera castigarte por ellas. Pero tú tuviste el atrevimiento de no sólo insultar a los otros, en lo cual has faltado a la verdad y a la caridad, sino también de alabarte a ti mismo y todavía en letra bastardilla, para que todos lo notasen. Tu dijiste hablando de tí. Este Padre, yo le conozco bien, —o tú mentías o tú D. Pepe que resulta que no te conocía, y en cuanto a ti no te conoces, te lo aseguro;— aunque pareces algo testarudo, (¿qué algo?) ¿no ves cómo mi báculo se rompió en tu cabeza que no parece sino de piedra? pero no tenías necesidad de decirlo, porque todo el mundo sabe que ser testarudo es cualidad de gente ruda y no educada. Sin embargo, no sueles hablar en balde, —esto hasta cierto punto es verdad: cada palabra tuya es objeto de risa, así en la tierra como en el cielo.— ni acostumbras decir las cosas sin haberlas pensado, (tal vez; sólo que debes ser muy limitado de pensamiento). Por esta tonta vanidad mereces que yo te imponga una penitencia, un castigo, una vez para siempre, porque no me has de obligar a venir, a reprenderte cada vez que dices tonterías, mi vida no está dedicada a corregir tus mentecatadas.

Y el Obispo se puso a meditar:

—Sin duda que a tenerte que juzgar según tu modo de pensar, deberías ir al infierno o a tu purgatorio, cuando menos; pero no, Dios no se guiará por tu criterio… Además que causas cierto indirecto bien haciendo reir a costa tuya a mucha gente ilustrada, y para esto se necesita cierta abnegación. ¿Debo hacer que los indios, al encontrarte, ni se quiten el sombrero ni te besen la mano? Sería bueno para castigar tu orgullo, pero los pobres indios serían después desterrados o cuando menos encarcelados, y no está bien aumentar el mal que haceis. ¿Debes sufrir lo que atribuyes a Voltaire, interpretándolo como un castigo? Casi lo merecías, porque parece que aplaudías aquel mal; pero algunos crédulos pueden haberte creido, y al verte después sufriendo la misma pena, no vayan a pensar que tienes algo de común con aquel hombre de talento; no, no es eso. ¿Te dejaré manco y mudo? Sería el mejor castigo, pero tus hermanos lo van a interpretar como una prueba a que te somete Dios… no, esta vez no me cogeis. ¿Qué haré contigo?

¡Ah! continuó, después de meditar en tu pecado hallarás la penitencia: te condeno a que toda tu vida sólo digas y escribas tonterías, para que el público se ría de ti, pues lo que dices no sirve más que para eso. ¡Y el día del juicio serás juzgado como mereces!

¡Amén! contestó Fr. José Rodriguez.

Dicho esto la visión desapareció, la luz del quinqué se tornó amarillenta, el suave perfume se desvaneció y al día siguiente Fr. José Rodriguez escribía con más bríos mayores tonterías. ¡Amén!


NOTAS

Este cura creyéndose llamado a desacreditar el Noli Me Tángere de Rizal, publicó una serie de opúsculos bajo el epígrafe de Cuestiones de Sumo Interés, cuyos ejemplares se vendían en las iglesias después de las misas. Con respecto a los libritos del Fr. José Rodriguez, escribió Rizal a Mariano Ponce el 30 de septiembre de 1888, "tengo el placer de ver que aun escribiendo con los pies les hago un terrible daño: ¡Con que si llego a escribir con la mano!… "Si mis enemigos sólo escribiesen como los PP. Rodriguez y Font nada me importaría; pero lo malo es que los tengo entre nuestros paisanos, que algunos con sus ambiguas frases me desacreditaron mucho."

En este escrito que satiriza a las "Cuestiones," Rizal demostró su vasta erudición sobre la historia del Cristianismo.



  1. Esta reproducción fue copiada de un folletín del mismo título (una rara edición) que se halla archivada en la Biblioteca Nacional, Manila.
  2. Nadie se engañe, hermanos; no hay más que dos lugares (para las almas) y no existe ningún tercero. El que no mereciere reinar con Cristo, perecerá con el diablo, sin ninguna duda.
  3. Sino que al separarse el alma, que los ojos de la carne no ven, los ángeles la reciben y la colocan, o en el seno de Abraham si es fiel, o en el infierno si es pecadora.
  4. Quienquiera que no entre en el reino de Dios, sufrirá las penas eternas.
  5. No quiero que ignoreis, hermanos, lo que hay acerca de los que duermen, para que no os contristeis, como los que no tienen esperanza —Pablo a los tesalónicos, Cap. IV-13.
  6. He aqui el resumen de la fe cristiana: esperar una vida verdadera después de la muerte. —de cons. mort.
  7. Y si se envía al estanque de fuego y azufre al que no dió vestidos al desnudo, ¿qué ha de pasar al que cruel le despojó el vestido? Y si no ha de descansar el avaro poseedor de las cosas propias, ¿cómo lo pasará el ladrón insaciable de las cosas ajenas? —De remiss peccat. Cap. XIV
  8. Tus cristianos sin embargo, por los cuales te crucificaron y mataron; para que muertos mismos no temiesen, sino que estuviesen seguros de la resurrección, no solamente lloran sus muertos de palabra y de obra, sino que hasta se atropellan para ir a la iglesia y llorarlos hasta algunos de tus clérigos y pastores interponen su ministerio, dispuestos al duelo como para insultar tu voluntad. —De cons. mort.
  9. Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que cerrais el reino del cielo a los hombres: ni entrais ni depais a los demás entrar.