Primeras consecuencias

​Lugar del desembarco​ de Luis Arcos Ferrand

Internada la expedición en el territorio del país, ve multiplicarse a su paso el contingente de sus adeptos. En el trayecto hasta la barra de San Salvador "treinta o cuarenta hombres montaraces", buscan un lugar en las filas; y aquellos otros hombres, montaraces también, a su manera, los reciben con los brazos abiertos. No era raro que en un pueblo oprimido, todos los hombres montaraces se sintieran hermanos.
Próximos ya al pueblo de San Salvador, que por informes recogidos se hallaba ocupado por una fuerza enemiga como de cien hombres al mando de Laguna, la noche favorece sus planes y consiguen acercarse más, sin ser sentidos, pues los oficiales de la guarnición están de baile.[1] Advertido Laguna de la presencia de los patriotas, dispone que un oficial Balbuena vaya a reconocerlos. Al encuentro del emisario se adelanta don Manuel Lavalleja, quien preguntado por Balbuena sobre qué gente era aquélla, contesta Lavalleja: "Es la vanguardia del ejército libertador".[2] Instado para que se plegase al movimiento, Julián Laguna abandona el campo patriota después de conferenciar con Lavalleja, quien entonces le advierte "que lo iba a cargar inmediatamente".[3] Es el primer choque de las armas patriotas. La brega es corta y pronto sobreviene la dispersión de los imperiales. No exageraba don Manuel Oribe, cuando afirmaba en carta a don Luis C. de la Torre: "el 23 batimos en San Salvador a Servando Gómez y al Coronel Laguna, donde los dispersamos sin tirar un tiro y sí sólo a sable".[4] Al día siguiente entran los expedicionarios en Santo Domingo Soriano y el pueblo los recibe sin ninguna muestra de reserva. "En esta muy noble, valerosa y leal villa de Santo Domingo Soriano, puerto de la salud del Río Negro, en 24 días del mes de abril de 1825, los señores Justicia y Regimiento juntos y congregados en esta casa de nuestro Alcalde de primer voto, don José Vicente Gallegos, a pedimento del Comandante de las fuerzas armadas de la Patria, don Juan Antonio Lavalleja, que entró este día en esta villa, quien juntos nos pasó tres oficios: el 1° para que en el momento se mandaran aprestar las milicias del Departamento, que se hallaban bajo el mando de la Patria; el 2°, encargándonos el orden y sostén del vecindario y castigara a los malos, hasta la última pena si sus delitos así lo merecieran, y el 3°, privando todo auxilio a las fuerzas enemigas de la patria; cuyas contestaciones pasó nuestro Alcalde a nombre de este Cabildo; y no teniendo más que acordar, cerramos este nuestro acuerdo".[5] Con posterioridad los capitulares de Soriano dieron cuenta a Lecor "de la entrada de las fuerzas de la patria en esta Villa", y le acompañaron copia de los oficios de Lavalleja y de las contestaciones del Cabildo.[6]
La laboriosa gestación está dando sus primeros frutos. La campaña, hasta entonces oprimida, corre a agruparse en torno de los que vienen a salvarla. De linde a linde hay como un estremecimiento de nueva vida. Son las fuerzas dormidas, pero no muertas, que vuelven a recuperar el impulso inicial. "Vamos a tener patria, y si tan pronto la tenemos se lo debemos a su coraje y decisión".[7] No hacía Santiago Vázquez sino reflejar la nota dominante de este ambiente alborozado, cuando expresaba a Lavalleja: "La suerte de la Banda Oriental puede estar sujeta a accidentes y alternativas, pero jamás lo estará la carrera majestuosa que V. y sus dignos compañeros se han abierto para la inmortalidad".[8]
"La Gaceta Mercantil" de Buenos Aires es bien explícita respecto de la magnitud del pronunciamiento, cuando haciéndose eco de informes de un individuo conductor de la noticia, expresa que "quedaban con el valiente Lavalleja más de 200 hombres a los que se "agolpaban" en cada momento los desgraciados "orientes", ansiosos de vengar la opresión en que los pusieran la traición y aspiración de un Imperio".[9]
En su número del 4 de mayo refiere "El Argos" el banquete con que los ingleses habían celebrado el 23 de abril, en la fonda de Faunch, el día de San Jorge; y entre los brindis pronunciados, reproduce uno del gran patriota Pedro Trápani, cuyo tono revela las esperanzas que los sucesos alentaban en los nativos. Dice así: "Porque se consigan los esfuerzos que hacen los patriotas por libertar una pequeña parte de este continente que aún gime bajo las ignominiosas cadenas de los déspotas. Hablo, señores, de la linda y desgraciada Banda Oriental, cuyos hijos han demostrado ser tan dignos enemigos de los ingleses en la guerra como amigos sinceros de ellos en la paz".[10] El mismo periódico, en suelto del 14 de mayo, asegura que los pueblos de la Banda Oriental llegarán a ser libres de sus opresores porque sus sacrificios y su resolución así lo exigen".
Prosigamos el relato de los hechos. Mientras los cruzados tentaban sus primeros pasos, Rivera había dado cuenta a Félix Olivera, de "haber desembarcado en el Arenal Grande como 50 o 60 hombrea, los más oficiales, con Dorrego y Lavalleja", los cuales, según agregaba, "dispersaron al Coronel Laguna, que se hallaba sólo con 12 hombres en San Salvador".[11] La noticia había partido quizá de Buenos Aires, pues el Cónsul del Imperio, Pereira Sodré, anunciaba al Gobernador de la Colonia, el 18 de abril, que habían pasado para esta banda, "Lavalleja, Manuel Oribe, Alemán y juntamente algunos oficiales más con 20 o 30 soldados con bastante armamento y dinero".[12] A su vez el Gobernador de la Colonia respondía a este oficio, manifestando que "el señor brigadier don Frutos por estos días estará sobre ellos con 500 hombres".[13] El suceso de Monzón desbarata después los cálculos de los imperiales, y la revolución se extiende, rotas ya las únicas vallas que detenían todavía su natural expansión. El prodigio se cumple. Es siempre el pasado que vuelve para combinar la disposición de las cosas y dirigir las voliciones de los hombres conforme a un plan providencial. Lavalleja y Rivera están juntos otra vez. Son los hombres de 1817 que vuelven. Es la consigna y hay que cumplirla. Quizá en la noche, cuando el reflejo de los fogones iluminó con su luz mortecina y gloriosa la paz del campamento, ahora todo uno, aquellos dos hombres, que acababan de sacrificar sus rencores y reservas, debieron sentir que la suerte toda de la patria estaba en sus manos. Todo vuelve a lo que antes fue. Al cabo de los años transcurridos, las manos se estrechan y los corazones se entienden. Es el milagro de la voluntad cuando es cosa del corazón lo que la mueve.
El 2 de mayo Lavalleja escribe a su esposa, doña Ana Monterroso, desde San José: "El 19 de abril salté en tierra con los 33 patriotas; el 23 ataqué a don Julián Laguna y a Servando en San Salvador. El 24 entré en Soriano. No quise atacar a la Capilla de Mercedes por evitar un desorden en los vecinos de aquel pueblo. Continué mi marcha al interior de la campaña y tuve noticia que don Frutos venía en marcha de la Colonia a incorporarse a una fuerza de 300 portugueses que cruzaban la campaña, y ésta fue cortada por nosotros. Desatendí todas las atenciones y me propuse perseguirlo, y el 29 a las once de la mañana lo tomé con seis oficiales que le acompañaban y 50 y tantos soldados".[14]
Los patriotas siguen sin obstáculos su marcha, y después de pasar por Canelones, llegan en la mañana del 7 de mayo al Cerrito de la Victoria. "El corto escuadrón desplegóse al galope por retaguardia de la cabeza en batalla, contestando al unísono a una arenga breve de su jefe, en tanto el porta elevaba la bandera en la cumbre del pequeño calvario, sitio de históricas leyendas."[15]
Ya se insinuó antes que el acuerdo entre Rivera y Lavalleja fue un factor decisivo en la marcha de la revolución. Comprendiéndolo ellos así, quisieron hacerlo bien palpable a los orientales y a los brasileños; y el medio de difusión lo constituyeron los manifiestos que se transcriben. Para exhortar a las tropas de su mando, Lavalleja y Rivera les decían: "Amigos: Vuestros Jefes os saludan, llenos del afecto con que siempre habéis distinguido nuestras personas y animados de vuestro decidido patriotismo, luego que nos habéis visto unidos para salvar nuestra digna patria os entregasteis al impulso y sin trepidar un solo momento han volado a seguirnos; nuestra gratitud será eterna, nueva muestra de vuestra noble confianza; nosotros afianzaremos hasta llenar vuestras dignas esperanzas y corresponderemos en un todo a vuestro empeño sagrado. Nosotros confiamos con vuestra constancia para la consolidación de la grande obra. Sed constantes orientales, y no separéis de vuestra vista el precioso objeto de la revolución; es preciso que averigüéis en vuestro seno todas las virtudes que os han hecho hijos de la grandeza: no manchéis un renombre tan glorioso con una conducta vil; vuestros Jefes y amigos os suplican y mandan que respetéis al vecindario, su familia y sus haberes; ellos han prodigado el fruto desunidor, minorando el alimento de sus hijos para facilitar la empresa; la sangre con que se han regado los campos que han servido de teatro a nuestras glorias, es la de los amigos, hermanos y parientes; todo lo han perdido en la empresa y conformados esperan recibir por nosotros su libertad, su sociego y respetados como propios ciudadanos de un país libre... —• Arroyo de la Virgen, 5 de mayo de 1825".[16]
Tratando de estimular en las tropas brasileñas sentimientos de solidaridad con la causa que los patriotas representaban, era ésta su exhortación: "Don Fructuoso Rivera y don Juan Antonio Lavalleja, a quienes muchos de vosotros conocéis, tienen la satisfacción de saludaros y haceros saber que el Brasil en 1822 descortinó sus miras y aclamó su independencia. Portugal hacía más de diez años que preveía estas consecuencias, y para frustrarlas maquinó la injusta invasión de este territorio en el año 16, pretextando mediar nuestras diferencias..." "Vosotros brasileños conocisteis esto mismo cuando os resolvisteis en 823 a despedazar el yugo y proclamar vuestra Libertad e Independencia, pero la maliciosa política de esos tiranos tendió nuevos lazos a vuestra incauta fe, para haceros volver a vuestra antigua servidumbre y de acuerdo el hijo con el padre tuvieron la osadía de echar por tierra el soberano Congreso que habíais instalado, cuya representación entorpecía sus miras ambiciosas". "Tropas Brasileñas. Jefes, Oficiales superiores, inferiores y soldados: Nosotros os hablamos con la verdad que nos es característica; si vosotros sois liberales, ¿por qué queréis desmentir vuestros principios oponiéndoos a nuestra sagrada libertad? Consentid en, nuestras ideas y en nosotros y hallaréis hospitalidad y un comercio pacífico que estreche más y más los vínculos de nuestra perpetua amistad".[17]
En consonancia con la anterior exhortación, exponían a los vecinos brasileños: "Don Fructuoso de Rivera y don Juan Antonio Lavalleja, a quienes los más de vosotros conocéis de bien cerca, os hablan con toda la pureza de sus sentimientos, para aseguraros que sin embargo del desarrollo que este país ha hecho a nuestra dirección para proporcionarse su libertad justa, así como el Brasil ha proclamado la suya, esto era consiguiente, pero así misino la guerra no es movida contra vuestras personas y bienes, es solamente contra la fuerza armada que se oponga y quiera privarnos de nuestros derechos; por esta razón nos apresuramos a haceros sabedores de que podréis sin cuidado alguno quedar en la Provincia, seguros que en toda forma seréis respetados y protegidos por el Gobierno y de todos los que dependan de sus órdenes. La guerra será honrosa y terminará muy en breve, por cuanto nuestros derechos se reclaman solamente a libertar nuestro país. Los brasileños serán nuestros amigos toda vez que sin oposición evacúen la Provincia y se retiren a sus pertenencias. Vecinos brasileños: no despreciéis la oferta que os hacen vuestros amigos, en que os ofrecen su palabra de honor".[18] Cuando las tropas levantan su bandera en el Cerrito, Montevideo se dispone a sufrir una vez más la irritación de Lecor. Este hombre vulgar, que entonces había perdido hasta las buenas maneras, "desconfía de todos, arresta a muchos patriotas, desarma al pueblo y deja tan sólo las armas en manos de portugueses".[19]
Los sitiadores, en tanto, en número de 73, van a librar el primer lance con fuerzas de la plaza. Son Oribe, Manuel Lavalleja y Atanasio Sierra los que dirigen. El choque obliga a los imperiales a retirarse con precipitación.
Los reveses excitan la saña de los conquistadores y comienzan las prisiones y los confinamientos en el bergantín de guerra "Pirajá", que anclado en Montevideo, llena cumplidamente los más siniestros designios de Lecor. En "La Gaceta Mercantil" del 5 de mayo, se recoge la versión de que las prisiones han sido numerosas en Montevideo y de haber abandonado la ciudad, entre otros: Juan F. Giró, Juan Benito Blanco, Lorenzo Pérez, José Cátala, José Alvarez, León Ellauri, Emilio González, Ramón Massini, José Vidal, Manuel Vidal, Fernando Otorgués, Juan Pérez, Francisco Solano Antuña.[20]
Dentro del recinto de Montevideo fracasa entonces el proyectado movimiento de los pernambucanos: y las persecuciones continúan, y por todos los medios se trata de intimidar a la población, hasta llegar los brasileños a reclamar airados, "la trasplantación de todo hombre que hablase castellano".[21]
La empresa militar de los cruzados ha tendido todas sus líneas. Lavalleja se estacionará en el Pintado; Rivera quedará en el Durazno; Oribe y Calderón en el Cerrito; sobre las Vacas marchará desde Maldonado Leonardo Olivera; Simón del Pino mantendrá sus cuarteles en sus pagos de Canelones, y Manuel Durán operará en San José, mientras otras partidas atenderán los reclamos de la Colonia. Es la materialización de la obra estupenda de los cruzados. "Desbórdase la revolución hasta la frontera de Cerro Largo, sin quedar más puntos en poder de los brasileños, en la parte meridional del Río Negro, que Colonia y Montevideo."
Y es tal la sugestión y el arraigo del patriótico empeño, que según relato de un cronista digno de crédito, 600 hombres de caballería brasileña que se hallaban en Punta de Carretas cuando los orientales llegaron al Cerrito, permanecieron "en fría expectación" frente a las partidas que coronaban la eminencia, mientras la enseña de los Treinta y Tres se levantaba como la bandera de la mañana que entonces empezaba a clarear.


  1. Spikerman. op. cit.
  2. De María, op. cit.
  3. Spikerman, op. cit.
  4. De María op. cit.
  5. Archivo General Administrativo. Libro de Actas del Cabildo de Soriano.
  6. Archivo General Administrativo. Libro de actas del Cabildo de Soriano.
  7. Carta de José J. Muñoz a Lavalleja. Colección Lamas. Archivo y Museo Histórico.
  8. Colección Lamas, Archivo y Museo Histórico.
  9. Biblioteca Nacional. Buenos Aires.
  10. El Argos, núm. 146. Biblioteca Nacional, Buenos Aires.
  11. Catálogo de la Correspondencia Militar del año 1825.
  12. Deodoro de Pascual, op. cit.
  13. Deodoro de Pascual, op. cit.
  14. De María, op. cit.
  15. Acevedo Díaz, Grito de Gloria.
  16. Archivo y M. Histórico, papeles del Juzgado de San José (copia).
  17. Archivo y Museo Histórico (copia).
  18. Archivo y Museo Histórico (papeles del Juzgado Letrado de San José).
  19. De la Sota, manuscrito citado.
  20. Núm. 461. Biblioteca Nacional, Buenos Aires.
  21. De la Sota, manuscrito citado.