Presentimientos
Reina la paz... el olvido
sus negras alas extiende;
la soledad aquí mora;
la humanidad aquí duerme.
Lentas horas de silencio
a otras horas se suceden...
la noche eterna aquí nace;
la luz del mundo aquí muere.
Las tinieblas de la nada
de este lugar se desprenden,
y la faz del almo cielo
con su luto se entristece.
El fulgor agonizante
del sol que baja al poniente
besa en trémulos soslayos
la quietud de aqueste albergue
y huye de aquí amedrentado;
pues su resplandor perenne
resbala, amarillo y turbio,
por los campos de la muerte...
Un impulso irresistible
mis errantes pasos mueve
y me guía a esta mansión
donde mil pechos inertes
marcan las eternas horas:
¡latidos que no se sienten,
pero que escucha mi alma
y bajo mis plantas hierven!
¡Ay! en busca del descanso
aquí las pasiones vienen:
cada silencioso nicho
toda una historia comprende.
Las horas del porvenir
desalentadas perecen
cuando llegan a este sitio,
y aunque tenaces esperan
mil y mil siglos sentadas
en esos trises dinteles,
nunca brillará una aurora
del caos en el negro oriente.
Esta necrópolis muda
tiene un lenguaje solemne
que penetra el corazón
con inquietudes crueles.
Tal vez mañana yo mismo,
debajo de estos cipreses...
¿Y qué me importa? ¿Hay acaso
un instante más alegre
que el anterior a la vida
y el posterior a la muerte?
¡Alegre! sí... no creáis
que el asonante me impele
a poner ese adjetivo,
sino que le busco adrede.
Y esta es una gran cuestión
que en mi juicio se resuelve
con tres palabras que omito
y que las dijo un muy célebre
pensador, conciudadano
de la melómana Euterpe.
¿El no sufrir, es gozar?
¿qué es no querer? ¿algo quiere
la negación? Yo no quise
la existencia... Pero ¿tiene
voluntad de no querer
aquel que elegir no puede?
No. Bien, pero sin embargo,
resulta que vine a este
lugar que llamamos mundo
sin memorial precedente
de mi parte... Yo agradezco
al Criador estas mercedes
que no le pedí; mas como
según las humanas leyes
los privilegios no obligan,
si me dejáis que recuerde
la teología sagrada
que estudié en mis años verdes,
os probaré... ¿Y qué interesa
a la sosegada gente
que duerme en torno de mí
una digresión tan feble?
Dejémosla por ahora,
y el confesor le conteste
al que sea tan insensato
que a metafísico se eche,
con perjuicio de sí mismo
y a más de sus intereses,
porque hoy no se compran ya
las obras de cierta especie,
y es disparate escribirlas
cuando el mundo retrocede
a las regiones tranquilas
del orden, y no se siente
ni el más ligero fragor
de ese volcán que otras veces
parió un progreso «maldito»...
Sí, ¡maldito! ¿Viva el régimen
retrógrado! ¡qué sosiego!
¡qué paz! ¡qué silencio!... ¡imbéciles!
¡también entre estos sepulcros
reina la paz... de la muerte!
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¡Cuánto genio! ¡cuánta vida!
¡cuánta esperanza ya estéril!
¡cuánta hermosura y candor!
¡qué de latidos ardientes,
de ensueños y de ambiciones
trae la humanidad en germen,
a estas solitarias tumbas
donde habrá de dormir siempre!
Aquí, polvo, allí, la nada...
¡soplos de aire pestilente
que las brisas arrebatan,
y en la inmensidad se pierden!...
¡Ah!... no... mi alma se agita,
sus alas inmensas tiende,
mide el Océano azul,
llena la región celeste,
falta mundo, y sobra alma,
alma inquieta, audaz, rebelde,
investigadora y grande,
reina en la materia débil.
Alma que de frágil polvo
pura y rauda se desprende
y ansía goces misteriosos
y busca el puro deleite,
de una santa inspiración,
ideal, sublime, leve,
impalpable, misteriosa,
como la luz, como el éter.
¡Existe Dios y otro mundo!
Mi razón no los comprende;
adivínalos mi alma,
y mi corazón los bebe
como recuerdos pasados,
como aromas que presienten.
Existe algo menos sandio
que la vida y que la muerte;
existe un vivir más digno
que nuestro vivir imbécil;
el «porqué» de nuestra vida
no es hacerse y deshacerse;
es muy bella nuestra alma
para un existir tan breve;
fuera injusto dar el ser
de la dulce nada a trueque,
tan sólo para unos días
de desventuras crueles,
y luego este ser robarnos
diciendo a la vida... ¡muere!
¡Tan ridícula comedia
la humanidad ser no puede!
Entre nacer y morir
hay un punto que no hiere
nuestra vista, y es el móvil
de la vida y de la muerte.
Hay en nuestro corazón
algo que espera y que teme,
y hay, en fin, de esa otra vida
una cosa que se siente,
que se respira, se busca,
se ambiciona, se prevee,
¿Qué importa que la razón,
lámpara sola que mecen
tantos rudos vendavales,
nombre a esa cosa no encuentre?
Existen Dios y otro mundo;
existen y existir deben...
y nuestra alma necesita
ilusiones tan solemnes.
¡Mirad! La duda hace poco
me amenguaba: caña endeble,
mísero insecto creía
ser yo al contemplarme en este
recinto de tantas «nadas»
que recuerdan tantos seres.
Ahora la fe me sublima;
ahora la fe me engrandece,
y sobre la sepultura
donde pronto he de caerme
aquí, en el linde del mundo,
alzo tranquila la frente;
la esperanza me sonríe
y me llama, y en mis sienes
rueda el pensamiento, y brotan
alas al alma, y el éxtasis
me lleva en pos, y en sus brisas
mi genio se desvanece
y hacia ese Dios y ese mundo
sus plácidas alas mueve:
se explaya en su porvenir,
en su esperanza se duerme,
y empapado en su poesía,
tiembla, llora, calla y cree.