Preludio obligado
Lector, aquí me tienes por quinta vez en liza,
de históricos recuerdos te mando otro centón:
huyendo de un presente que el genio esteriliza,
mi templo es el pasado, mi altar la tradición.
De incásica huaca yo sé los secretos;
alcoba cerrada nunca hay para mí;
yo entiendo de magia, yo sé de amuletos,
yo soy taumaturgo, yo soy zahorí.
Si acaso me peta, bailar hago a un muerto;
yo tengo varita de ignota virtud;
si un texto me falta que pruebe un aserto,
lo pido a la Biblia, lo pido al Talmud.
Aquello que calla la historia adivino;
comento las suras que trae el Korán;
ya soy eremita, ya soy libertino;
ya vivo con Cristo, ya estoy con Satán.
Ya narro una dicha, ya cuento un desastre;
si hoy mal hablo de uno, mañana hablo bien;
tengo eso que llaman trastienda de sastre
y zurzo un vestido de guiñapos cien.
Tertulios son míos virrey y arzobispo;
de reo y verdugo compinche soy yo;
si el cuerpo me pide jarana, me achispo
con monjas severas, con damas de pro.
Yo soy infatigable trabajador. Hacino
las piedras para que otro levante arco triunfal.
Rebuscador de archivos, forrado en pergamino,
¿desdeñará mis piedras la historia nacional?
Miraflores, diciembre de 1879.