Por tropezar con una piedra
Por tropezar con una piedra
Cuentan los biógrafos del Eminentísimo Cardenal y Regente de España Cisneros, que siendo muy mozo salió de su pueblo, Torrelaguna, villa de la provincia de Madrid. Iba con el propósito de buscarse la buenaventura. Aunque siempre tuvo, desde la infancia primera, un gran sentimiento religioso y una veneración idolátrica por la Virgen del Carmen, no eran sus planes los de encerrarse en un convento. Más bien solicitaba la gran vehemencia de su corazón tomar parte en las guerras que entonces, como casi siempre, horrorizaban a la humanidad. Con el humilde hatillo sobre el hombro y una varita de enebro en la mano atravesó las sendas de la montaña guadarrameña, el que luego iba a ser famoso entre los famosos. Y al saltar un arroyo tropezó con un pedazo de piedra que le cortó el dedo grueso y le obligó a detenerse en la marcha. Por momentos se le iba inflamando el pie. Cojeaba, y siéndole imposible continuar el camino, procuró acogerse a un convento de Benedictinos que estaba cerca del lugar del suceso. Pidió amparo. Uno de los frailes le acogió religiosamente. Allí se le curó, permaneciendo más de veinte días en la casa de los religiosos. El fraile que le había recibido halló en el carácter del caminante algo extraordinario. Enterose de que el mocito sabía latín, y de que era muy devoto. Los consejos del fraile determinaron de la carrera de Cisneros. Allí nació en el alma de este una fervorosa inclinación a servir a Dios en el altar.
Si no hubiera tropezado Cisneros con la piedra que le hirió en el dedo gordo del pie derecho, acaso hubiera sido un soldado, un conquistador o un vencido.
Véase por qué vías misteriosas la voluntad de Dios actúa entre los hombres.