Por la mañana
Nota: se ha conservado la ortografía original, excepto en el caso de la preposición á.
Muchas veces me sucede
que cuando despunta el alba
yo también despunto, y salto
al suelo desde mi cama.
Una vez ya fuera de ella
abro al punto mi ventana,
la luz del sol prefiriendo
a la de mi vela ó lámpara.
Vístome de cualquier modo
—que a mí no me importa nada
si vá bien puesto el gabán
ó si está bien la corbata —
y, apoyando los dos brazos
al marco de mi ventana,
fumo tranquilo un cigarro,
me coloco bien las gafas
y en esta bella postura
miro la gente que pasa.
¡Ojalá que tal no hiciera!
¡Ojalá tal no mirara!
porque veo tantas cosas
originales y raras,
que hay para llenar diez tomos
de más de quinientas páginas.
Te diré algunas, lector,
que tú no te imaginarás,
pues estas cosas que digo,
no son cosas, son... cosazas.
Ya veo venir a misa
á la simpática Clara,
modista de in illo tempore
y en día capitana.
Pero ¡calle! no vá a misa:
llega al portal de una casa
y hace señas a este lado...
¡Bueno! volvamos la cara.
Vuélvola y veo venir
á un mozo de buena estampa...
¡Toma! ¡pues si es Restituto,
practicante de farmacia!
Llega el mozo muy ufano;
la moza la mano alarga
y en santa conversación
mano a mano el rato pasan,
¡y mientras, el capitán
tranquilo duerme en su cama!
¡y mientras, allá en la iglesia
toca a misa la campana!
Pero ¿quién es aquél ente
que hacia aquí marcial avanza,
llevando al brazo una cesta
y en una mano el paraguas?
¡Ah! es el señor don Felipe
propietario de Tafalla,
que se vá él a hacer la compra
porque no tiene criada
y cuando habla con cualquiera,
dice dándose importancia:
—«Cinco criados tenemos
de ambos sexos en mi casa. »
Mas... allá viene un sargento
que, ó la vista a mí me engaña
ó viene llamando a voces
á la doncella Mariana.
Esta, que ya lo ha observado
desde el balcón —donde estaba
dando zurra a unos vestidos, —
se pone muy encarnada,
pero al mismo tiempo dice:
—Sube, que duermen en casa.
Y el militar al momento
las escaleras asalta.
En esto viene una tía
mugrienta y mal arreglada;
se le acerca un señorito
que se cubre con la capa,
y dándola dos pesetas
recibe en cambio una carta.
Se vá la vieja, y el joven
se marcha batiendo palmas.
Abre su tienda silbando
un comerciante en quincalla,
y no bien ha concluido
de hacerlo, que ya una dama
entra pidiendo carmín,
polvos de dientes y Opiata:
y esa que ahora está ojerosa
y vieja, y horrible y... pálida,
la veremos esta tarde
totalmente transformada.
Por allí viene un hortera
persiguiendo a una muchacha;
por allá pasa un cesante
que habrá dormido en la plaza;
por aquí veo a un mocito
con un levisac de alpaca,
porque no tiene gabán,
y dice con cierta gracia:
—Dá gusto salir a cuerpo,
que está hermosa la mañana.
Acá vienen dos fregonas
murmurando de sus amas,
y diciendo de sus amos
cosas... que parecen fábulas.
Abrense puertas y tiendas,
pasa un escuadrón de cabras
metiendo con sus cencerros
más ruido que una batalla.
La buñolera cjue grita,
mis vecinitas que cantan,
el aguador que reniega,
los perros que a un tiempo ladran,
los carteros que, rompiendo
las puertas, en todas llaman,
la diligencia que sale,
el farolero que apaga,
los de la limpieza pública,
que a todo títere manchan,
los estudiantes que alegres
van a la primera cátedra,
todo, en fin, forma un gran cuadro
que me marea y me agrada.
¡Cuántas cosas que se ignoran
vi yo desde mi ventana!
Y mientras los que han dormido
entumecidos levantan. ...
¡y mientras allá en la iglesia,
toca a misa la campana!...