Por la gente de mar

Por la gente de mar (15 mar 1912)
de Mariano Salaverría
Nota: Mariano Salaverría «De sociología oceanográfica. Por la gente de mar» (15 de marzo de 1912) Euskal-Erria: revista bascongada, tomo LXVI, nº 1052, pp. 245-248.
DE SOCIOLOGÍA OCEANOGRÁFICA
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POR LA GENTE DE MAR.
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e las cosas pequeñas se forman las grandes. De un protozoo, elemento de vida sólo visible al microscopio, se forma el hombre. La encina, desafiadora de los años, y la palmera, que taladra la atmósfera, nacen de una pequeña semilla. Se compone de granos de tierra, de diminutos corpúsculos, de insignificantes átomos de materia cómica la más elevada montaña. Todo cuanto vemos, todo cuanto sentimos y pensamos, ha tenido un origen despreciable con relación a su magnitud actual. El hombre, la obra más grande de la Creación, no es sino el efecto de un puñado de barro. Un día Dios, que había ya creado el cielo y las estrellas, el mundo y las plantas y animales que lo habitan, cogió en sus manos un puñado de arcilla, le dió forma y soplándole, le dió vida. Así surgió el hombre, de cosa tan miserable y pequeña. Y así todo.

 Pues así también ha nacido en mi espíritu la idea de hablar algo respecto de las cosas de mar. ¿Es esta noticia, es aquella insinuación lo que la motiva? De todo un poco. La noticia de que el concejal don Manuel Palomeque ha pedido en nuestro Ayuntamiento que se coloquen de una vez las luces rojas de enfilación del puerto de San Sebastián[1], es una parte de la formación de esa idea. La necesidad de que los que tenemos la manía de pensar algo nos ocupemos de estas cosas que a la mar atañen, es otra parte de esa idea. En las dos baso mi trabajo, y comienzo por preguntarme: ¿Son merecedores los obreros del mar de los cuidados y atenciones que se tiene con los obreros del campo? O bien, ¿son nuestros arrantzales de peor condición que nuestros batzarres?
 Para mí, es indudable que sin los hombres de mar Guipúzcoa no hubiese gozado de la plena gloria en los tiempos pretéritos. Es Legazpi grande, grandes son Urdaneta y Garibay, lo es asimismo con gloria mundial Iparraguirre. Pero éstos, hombres principalmente de tierra, no superan a los hombres de mar. Frente a un Elcano, que da la vuelta al mundo y descubre para la ciencia náutica derroteros hasta entonces ignorados, y frente a un Oquendo o un Churruca, autores en mares remotos de hazañas que la fama ha escrito en el libro de la Historia con caracteres imborrables, las cosas de tierra pierden gran parte de su relieve. Si grande es el arado, no es menos grande el timón en esta Provincia. Con el uno se abre la tierra que provee de fuerzas físicas a los hombres, que los alimentos que da el suelo son más propios del cuerpo; pero con el otro se hienden las aguas, que contienen los alimentos más cargados de fosfatos, robustecedores de los nervios, que son, a su vez, los progenitores del espíritu.
 Y el espíritu es vida, y con la vida se siente los deseos de dominio. Así los guipuzcoanos, por esa proximidad con el mar, fueron más grandes cuando más cuidaron de las cosas de mar. Sus barcos balleneros arribaron infinidad de veces a las costas de Terranova antes del descubrimiento oficial de las Américas. Sus hombres de mar llevaron a tierras de Francia y de Inglaterra la ley del vencedor. Pactaron con reyes, impusieron las reglas del buen comercio allí donde encontraron obstáculos a su arrojo, y fueron grandes, siendo pequeños, esto es, un pueblo se impuso a una nación: Guipúzcoa dictó la ley que había de cumplir Inglaterra en el tiempo que los pescadores vascos comerciasen con los súbditos del rey Eduardo III o de Eduardo IV.
 Yo ya sé que alguien extrañará este mi lenguaje y calificarálo tal vez de ditirámbico. Pero mi doble condición natural me impele a ello. Se ha mecido mi cuna teniendo muchas veces por ruidos agradables las voces de los marineros, los silbidos del viento o el murmurar de las olas al romperse contra la costa. Los brazos que me acariciaban en mis primeros llantos eran de tierra adentro, de muy cerca de la cuna de Iparraguirre o no tan lejos de la de Garibay; pero el cielo que miraban mis ojos en mis alegrías se halla muy próximo al mar, si no caía sobre él. Por sangre, terrero; por nacimiento marinero. Doble naturaleza que es causa de que la materia y el espíritu luchen más entre sí que si pertenecieran a una sola naturaleza.
 Y el mar vence unas veces a la tierra, como en la ocasión presente. Por eso hablo del mar ahora, de los hombres del mar, con preferencia de los de tierra. Y pienso que si hay una Caja de reaseguros de labradores o ganaderos, una Caja de reaseguros de pescadores o patrones debiera haber también. Son dignos los pescadores de las atenciones de la Provincia. Es más, son merecedores de una distinción especial, en desquite de lo poco que en beneficio de ellos se ha hecho hasta ahora. Están expuestos los caseros a las sequías, a las heladas, a los vientos huracanados que arrasan los Arboles en la época de la floración; yero los marineros están expuestos a más. Los temporales que descargan sobre la tierra, antes han descargado sobre el mar, y si en tierra troncharon un árbol o echaron a perder una cosecha, en el mar pudieron volcar una lancha y privar de la vida a unos cuantos hombres y del pan a sus familias.
 Son dignos de que se les atienda en cuanto piden para la seguridad y prosperidad de su oficio. Y no sólo dignos de que se les atienda cuando piden, sino que se salga al encuentro de sus necesidades. No es a ellos a quienes, en definitiva, favorecen solamente las innovaciones que se hacen en bien de la clase. Las vidas que han arrancado de la furia del temporal los preventivos partes del Sr. Orcolaga[2], ha disminuido los motivos de nuestra congoja por la muerte de nuestros pescadores. Somos nosotros los que en nuestro egoísmo salimos gananciosos. Damos una moneda que se emplea en ciencia, en arte, en enseñanza o experiencias de las cosas de la mar, en lugar de darla (de continuar en nuestra pasividad e indiferencia por la prosperidad del pescador) para acallar el hambre de los huérfanos o vestir de luto a la viuda.
 Mas esto en cuanto a la persona, a la seguridad de las personas que se dedican a las faenas de la mar. Con ello, y la adaptación de la Ley sobre accidentes de trabajo a las catástrofes en el mar, en lo que sea justo y posible[3], se salvan los cuidados que despierta la desgracia del individuo y de su familia. Ahora, importa tener en cuenta otro punto. De nada le serviría al labrador cultivar amoroso la tierra si en vez de sanos frutos obtiene zizaña o la desolación más completa, como de nada serviría que el pescador vaya a la mar si no encuentra el pescado, si éste desaparece de los puntos que antes acostumbraba a vivir. Y éste es otro aspecto importante a estudiar, encomendado a la ciencia. Prestarle la ayuda oficial necesaria, es, por lo tanto, misión de la Provincia, principalmente. Son de ella los pescadores de Guipúzcoa, y ella debe atender toda iniciativa y mejora que se proponga en ese sentido. Hoy ya es una fuente de riqueza grande la industria pesquera, y puede serlo más. Por el pronto, cabría alentar todo propósito que tendiera a buscar en mares lejanos abundante pesca. De Inglaterra van a Canarias los buques ingleses en su afán de aumentar el caudal de sus ingresos por ese concepto. Nosotros podríamos ir no tan lejos. Bastaría con que pudiéramos internarnos un poco más de lo que ahora hacemos, claro que con barcos más resistentes, mientras se resuelve el problema que ya preocupa a otras naciones, es de establecer criadores de pescado en aguas amigas, racionalmente, con reglas de conducta rigurosas, ya que no hay otro remedio, como se acotan los campos que multiplican toda clase de aves, de venados, de roedores[4]. Hay que preocuparse algo de estas cosas de mar, que bien merecen la pena. Darlo todo a la tierra, es mantener diferencias que se traducen luego en una mayor propensión a la protesta airada.
          Mariano SALAVERRÍA
           (J. Gaztelu.)

  1. Importante reforma solicitada oficialmente del Excmo. Ayuntamiento por la Sociedad de Oceanografía de Guipúzcoa hace tiempo, y últimamente, por medio de una Comision especial, compuesta de los señores Marqués de Seoane, D. Paulino Caballero D. Manuel Mercader y D José M.ª de Aristeguieta.
  2. D. Juan Miguel Orcolaga, presbítero, Párroco dimisionario de Zarauz y popular Director del Observatorio Meteorológico de Igueldo, Vocal meritísimo de la Junta Directiva de la Sociedad de Oceanografía.
  3. Véase la luminosa y práctica Memoria leída en sesión de 18 de Enero pasado por el Vocal-Tesorero, Excmo. Sr. D. Tomás Balbás, aprobada por unanimídad, con plácemes, que va a ser elevada al Excmo. Sr. Ministro de la Gobernación y se ha publicada en el Boletín de la S. O. G.
  4. A esto ha tendido principalmente con éxito feliz, el reciente viaje oceanográfico a Madrid del Príncipe de Mónaco.