La milicia de Dios, de Cristo nuestro Señor, Dios y hombre; y la enseñanza superior de ambas para reyes y príncipes en sus acciones militares Sección primera
Haec locutus sum vobis, ut in me pacem habeatis. In mundo pressuram habebitis: sed confidite, ego vici mundum. «Esto os he dicho a vosotros para que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis trabajo: mas confiad, que yo vencí al mundo.» (Joann., cap. 16.)
Ite: ecce ego mitto vos sicut agnos inter lupos. «Id: ved que yo os envío como corderos entre lobos.» (Luc., cap. 10.)
Nadie extrañará este capítulo (que divido en dos secciones, porque son dos las milicias de su argumento) sabiendo que Dios se llama Dios de los ejércitos, que mucho tiempo eligió capitanes generales, escogió los soldados, ordenó las jornadas, dispuso los alojamientos, facilitó las interpresas y dio las victorias. Esto se lee en el Testamento viejo, Moisés, David, Josué y Judas Macabeo. No trataré de aquel género de guerra en que Dios con ranas y mosquitos deshacía a los tiranos, ni del escoger los cobardes y dejar los valientes para vencer, ni de abrir en garganta el mar para que tragase a Faraón con todas sus escuadras. Este modo de milicia, muy poderoso Señor, no se puede imitar; empero débese imitar la santidad de aquellos reyes y caudillos, para merecer de Dios que le use con nosotros. Ya repitió el milagro de Josué con fray Francisco Jiménez de Cisneros, bienaventurado arzobispo de Toledo, en la batalla de Orán. ¿Cuántas veces envió al glorioso apóstol Santiago, único y solo patrón de las Españas, a dar victorias gloriosas a su pueblo y a aquellos reyes que en oración y lágrimas confiaban con pocas fuerzas en sólo su auxilio? De manera que esta parte de milicia, que no se puede imitar, se ha de procurar merecer; pues siempre Dios es Dios de los ejércitos.
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