De los acusadores, de las acusaciones y de los traidores (Joann., 8.)
Adducunt autem scribae, et pharisaei, etc. «Tráenle los escribas y fariseos una mujer cogida en adulterio, pusiéronla en medio, y dijeron: Maestro, a esta mujer aprehendimos ahora en adulterio. En la ley nos mandó Moisen que a los semejantes los apedreásemos. ¿Qué dices tú? Esto decían tentándole para poderle acusar».
Nonne ego vos duodecim elegi?, etc. (Joann., 6.) «¿No os elegí yo a vosotros doce, y uno de vosotros es el diablo? Hablaba de Judas Simón Iscariote, porque éste era quien lo había de vender, como fuese uno de los doce».
Ni la acusación presupone culpa, ni la traición tirano; pues si fuera así, nadie hubiera inocente ni justificado. A ninguno acusaron tanto como a Cristo; y ninguno padeció traidor tan abominable ni traición tan fea. En las repúblicas del mundo los acusadores embriagan de tósigo los oídos de los príncipes: son lenguas de la envidia y de la venganza; el aire de sus palabras enciende la ira y atiza la crueldad; el que los oye, se aventura; el que los cree, los empeora; el que los premia, es solamente peor que ellos. Admiten acusadores de miedo de las traiciones, no pudiendo faltar traidores donde los acusadores asisten; porque son más los delincuentes que hacen, que los que acusan. El silencio no está seguro donde se admiten delatores. Éstos empiezan la murmuración de los príncipes, para ocasionar que otros la continúen. Son labradores de cizaña, siémbranla para cogerla; y porque la prudencia del que calla o alaba no sea mayor que su malicia, cuando espían dicen lo que calló y envenenan lo que dijo.
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