Política de Dios, gobierno de Cristo: 112

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Política de Dios, gobierno de Cristo Francisco de Quevedo



¡Qué pocos ministros saben hacer desdenes al oro, y a la plata y a las joyas! ¡Qué pocos hay esquivos a la dádiva! ¡Qué pocas dádivas hay que sepan volver por donde vienen! Pues, Señor, no es severidad de mi ingenio, o mala condición de mi malicia: no tengo parte en este razonamiento. San Pablo pronuncia estas palabras: Quien codicia el oro y la plata, es ladrón, a robar vino, no entró por la puerta; porque el buen ministro, el buen pastor, no sólo no ha de codiciar para sí, pero lo mismo ha de protestar de los suyos, para quien tampoco tomó nada; que a sí y a ellos dice que sus manos daban lo que habían menester. Tan lejos ha de estar el pedir del ministro, que aun por ser pedir limosna pedir, ha de trabajar primero en su ministerio, que pedirla: así lo hizo San Pablo. ¡Qué honroso sustento es el que dan al ministro sus manos! ¡Qué sospechoso y deslucido el que tiene de otra manera al juez, al obispo, al ministro o al privado! Sus manos le han de dar lo que ha menester, no las ajenas. Así lo dice San Pablo, y con eso justifica el haber cumplido su ministerio con la pureza que debía. Miren los reyes a todos a las manos, y verán si se sustentan con las suyas, o con las de los otros; y también conocerán si entran por la ventana o por la puerta; pues los que entran por la puerta entran andando, y los que entran por otra parte suben arañando, y sus manos son sus pies, y las manos ajenas sus manos.


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