Poemas
de Catulo
Poemas 1-60


Versos del señor Benvenuto Campesani de Vicenza
acerca de la resurrección de Catulo, el poeta veronés

A mi patria vengo desde lejanas fronteras exiliado:
la causa de mi regreso un compatriota fue,
a saber, al que de los cálamos le atribuyó Francia su nombre,
y el que señala a la gente que pasa de largo el camino.
Con el talento que sea, a vuestro Catulo celebrad,
cuyo papiro encerrado bajo un modio estaba.

1

¿A quién dono este agradable, nuevo librito
con árida pómez recién pulido?
Cornelio, a ti, pues tú solías
creer que son algo mis tonterías,
ya entonces cuando osaste, único de los ítalos,
el tiempo explicar en tres pliegos,
doctos, Júpiter, y laboriosos.
Por ello ten para ti este librito, sea cual sea
y como sea; el cual, patrona Virgen,
más dure, perenne, de un siglo.

2

Pajarito, delicias de mi niña,
con el que jugar, que en el seno tener,
al que la yema del dedo dar, que la apetece,
y suele incitar a acres mordiscos,
cuando por la nostalgia mía esforzada,
a un amado no sé qué gusta de jugar,
y consuelito de su dolor,
creo que para que entonces su grave ardor se aquiete:
contigo jugar, como tú misma, pudiera yo,
y los tristes cuidados de mi ánimo aliviar.

Tan grato es para mí como cuentan que para la niña
esforzada su dorada manzana fue,
la que su ceñidor soltó, largo tiempo atado.

3

Plañid, oh las Venus y los Deseos,
y cuanto hay de personas más seductoras:
el pajarito muerto se ha, de mi chica,
el pajarito, delicias de mi chica,
al que más ella que a los ojos suyos amaba,
pues meloso era y a la suya conocía
misma tan bien como la chica a su madre
y no él del regazo de ella se movía
sino alrededor saltando, ora acá, ora allá,
a su sola dueña sin cesar pipiaba:
el que ahora camina por un camino tenebregoso
allá, de donde niegan que vuelva nadie.
Mas a vosotros mal haya, malas tinieblas
del Orco, que todas las cosas bonitas devoráis:
tan bonito pajarito a mí me quitasteis,
oh, hecho mal, oh, pobrecito pajarito:
por tu obra ahora los de mi chica,
de llorar, hinchaditos rojecen, sus ojillos.

4

La goleta aquella que veis, huéspedes,
dice que fue de las naves la más rápida
y que, de ningún nadador madero el ímpetu,
no podía preterirla, tanto si con palas
menester fuera volar, o si con lienzo.
Y esto niega que el litoral niegue
del amenazador Adriático, o las islas Cíclades
y Rodas la noble, y la hórrida tracia
Propóntide, o el bravo póntico Golfo,
donde ésta, después goleta, antes fue
peinada espesura, pues en la citoria cima
con su habladora melena a menudo su silbido emitió.
Oh, Amastris póntica, y Citoro de los bojedales,
para ti esto fue y es conocidísimo,
dice la goleta: desde su último origen
que estuvo, dice, en la cumbre tuya,
que imbuyó sus palas en la superficie tuya,
y que de ahí, a través de tantos impotentes estrechos,
a su amo llevó, izquierda o derecha
llamara el aura, o si Júpiter a la vez,
favorable, incidiera sobre uno y otro pie,
y que ningunos votos a los litorales dioses
por ella fueron hechos, aunque llegara desde un mar
novísimo a este hasta el fin límpido lago.
Pero estas cosas anteriormente fueron: ahora en recóndita
quietud vejece y, ella, se dedica a ti,
gemelo Cástor y gemelo de Cástor.

5

Vivamos, mi Lesbia, y amemos,
y los rumores de los viejos más severos
todos en un as estimemos.
Los soles morir y volver pueden:
a nosotros, cuando una vez se nos muere nuestra breve luz,
noche hay perpetua, una, para dormirla.
Dame besos mil, después ciento,
después mil otros, después un segundo ciento,
después sin cesar otros mil, después ciento,
después, cuando miles muchos hiciéramos,
los conturbaremos, para que no sepamos,
o para que ningún malvado envidiarlos pueda
cuando tantos sepa que son, de besos.

6

Flavio, las delicias tuyas a Catulo,
si no es que sean desagradables e inelegantes,
querrías decir y callarlas no podrías.
Pero no sé a qué suerte de febriculosa
ramera aprecias: esto te avergüenza confesar.
Pues que tú no viudas yaces las noches,
para nada callado, tu lecho lo clama,
de guirnaldas y sirio olivo fragante,
y el almohadón, y las bolsas, y este y aquel
hundido, y de tu trémulo lecho la agitada
argumentación y su circunvolución.
Pues de nada persistir sirve, de nada callar.
¿Por qué? No tan jodidos tus lomos abres
si tú no haces alguna tontería.
Por lo cual, lo que tengas de bueno o malo,
dinos a nos: quiero a ti y a tus amores
al cielo llamar con agradable verso.


7

Preguntas cuántos a mí besares
tuyos, Lesbia, sean bastantes y de sobra.
Cuan grande el número de las libisas arenas
en la laserpiciosa Cirene yace,
entre el oráculo de Júpiter flagrante
y el sagrado sepulcro de Bato el antiguo,
o cuantas estrellas muchas, cuando calla la noche,
los furtivos amores de los hombres ven:
tantos besos muchos, que tú beses,
para el vesano Catulo bastante y de sobra es,
los que ni percontar los curiosos
puedan, ni fascinarlos con malvada lengua.

8

Pobre Catulo, que dejes de hacer lo indebido,
y lo que ves pasado perdido lo digas.
Fulgieron un día cándidos para ti los soles,
cuando acudías adonde tu niña decía,
amada para nos cuanto amada será ninguna.
Allí, cuando aquellas muchas cosas divertidas se hacían,
que tú querías, y tu chica de querer no dejaba,
fulgieron verdaderamente cándidos para ti los soles.
Ahora ya ella no quiere: tú también, impotente, no quiere,
ni lo que huye sigue, ni triste vive,
sino con obstinada mente soporta, resite.
Salud, niña; ya Catulo resiste,
y no te requerirá ni rogará, involuntaria.
Mas tú te dolerás cuando ninguna seas rogada.
Impía, ay de ti, qué vida a ti te espera,
quién ahora a ti se acercará, a quién parecerás bonita,
a quién ahora amarás, de quién que eres se dirá,
a quién besarás, a quién los labios morderás.
Mas tú, Catulo, decidido, resiste.

9

Veranio, de todos mis amigos
antepuesto para mí a miles trescientos,
¿has venido a casa, a tus penates
y hermanos unánimes y vieja madre?
Has venido, oh para mí nuncios dichosos.
Te veré a ti, incólume, y te oiré de los iberos
narrando los lugares, hechos, naciones,
como la costumbre es tuya, y plegándome a tu cuello
agradable, tu boca y ojos suavemente besaré.
Oh, cuántos hay hombres más dichosos,
qué, que yo, más alegre o dichoso.

10

El Varo a mí, mío, a sus amores,
al verme ocioso, me llevó, desde el Foro:
una ramerilla, como a mí entonces de repente me pareció,
no en verdad desagradable ni desagraciada.
Allí cuando llegamos, recayeron a nosotros
discursos varios entre los cuales qué fuera
ya Bitinia, en qué medida se tenía,
y si en algo a mí me benefició de bronce.
Respondí lo que era, que nada ni para nos mismo
ni para los pretores había, ni la cohorte,
por que alguien la cabeza más ungida trajera,
especialmente los que tuvieran un mamado
de pretor y al que no le importara un bledo la cohorte.
“Mas, de cierto que, aun así”, dicen, “lo que allí
natural se dice que es, te agenciaste,
para la litera unos hombres.” Yo, para ante la chica
uno hacerme más afortunado,
“No”, digo, “a mí tan malamente me fue
que, una provincia porque mala me cayera,
no pudiera ocho hombres aparejarme rectos.”
Mas yo ninguno tenía ni aquí ni allí
que un roto pie de mi viejo diván
en el cuello colocarse pudiera.
Aquí ella, como digno era del más sodomita:
“Te lo suplico”, dice, “a mí, mi Catulo, un poco
éstos me presta, pues quiero a Serapis
hacerme llevar.” “Espera”, dije a la chica,
“esto que ora había dicho que yo tenía,
me huyó a mí la razón, mi amigo
Cina es, Gayo: él se los aparejó.
En verdad, si de él o míos, ¿qué a mí?
Los uso tan bien como si a mí yo me los aparejara.
Pero tú, insulsa, mal y molesta vives,
por la cual no se puede ser distraído.”

11

Furio y Aurelio, compañeros de Catulo
bien si a los extremos indos va a penetrar,
donde el litoral por la lejos resonante, oriental
onda es batido,
bien si a los hircanos o árabes blandos
ya si a los sagas o a los saeteros partos,
bien si las superficies que el septillizo
Nilo colora,
bien si tras los altos Alpes pisa,
de César divisando los monumentos, el magno,
el gálico Rin, los horribles, pintados de verde, últi-
mos britanos,
todo esto y cuanto traiga la voluntad
de los celestes, una vez a probar preparados,
unas pocas anunciad a mi chica,
no buenas palabras.
Con sus adúlteros viva y valga,
a los que de una vez abrazada tiene a trescientos,
a ninguno amando de verdad, pero una y otra vez de todos
los ijares rompiendo,
y no al mío se vuelva, como antes, a mi amor,
el que por culpa de ella cayó como de un prado
la última flor, después de que, de largo pasando,
tocada por el arado ha sido.

12

Marrucino Asinio, de tu mano siniestra
no bonitamente te sirves: en el juego y el vino
levantas los lienzos de los más distraídos.
¿Esto salado que es crees? Se te escapa, tonto:
cuanto quieras sucia cosa y desagraciada es.
¿No me crees a mí? Cree a Polión,
tu hermano, que tus hurtos incluso por un talento
que se mutaran quisiera, pues es de gracias
lleno un chico, y de donaires.
Por lo cual, o endecasílabos trescientos
espera, o a mí el lienzo remite,
el cual a mí no me mueve por su valor:
en verdad es un souvenir de un amigo.
Pues unos sudarios játivos, de los iberos,
me enviaron a mí de regalo Fabulo
y Veranio: que los ame necesario es,
como al Veraníolo mío y a Fabulo.

13

Cenarás bien, mi Fabulo, cabe mí,
en pocos –si a ti los dioses te favorecen– días,
si contigo trajeras una buena y magna
cena, no sin una cándida chica,
y vino y sal y todas las carcajadas.
Esto si, digo, trajeras, encanto nuestro,
cenarás bien; pues de tu Catulo
lleno el bolsillo está de arañas.
Pero por contra recibirás puros amores
o si algo más suave y elegante hay:
pues un ungüento te daré que a mi chica
donaron las Venus y los Deseos,
el cual tú cuando olfatees, a los dioses rogarás
que todo a ti te hagan, Fabulo, nariz.

14A

Si a ti más que a los ojos míos no amara,
gratísimo Calvo, por el presente este
te odiaría a ti con odio vatiniano:
pues qué he hecho yo o qué he dicho,
por que a mí con tantos poetas mal me pierdas.
A ese cliente los dioses males muchos den,
que tantos impíos a ti te envió:
que si, como sospecho, este nuevo y hallado
presente te lo da a ti Sila el gramático,
no es para mí mal, sino bien y dichosamente,
porque no perecen tus esfuerzos.
Dioses magnos, horrible y sacro libelo
el que tú evidentemente a tu Catulo
enviaste para que al siguiente día pereciera,
en las Saturnales, el mejor de los días.
No, no esto a ti, falso, así saldrá,
pues, si luciera, a los cofres
correré de los libreros: los Cesios, los Aquinos,
Sufeno, todos colectaré los venenos
y a ti con estos suplicios te remuneraré.
Vosotros de aquí entre tanto adiós, salid
allá, de donde vuestro mal pie trajisteis,
del siglo malestar, pésimos poetas.

14B

Si alguno acaso de mis inconveniencias
lectores seréis, las manos vuestras
no os horrorizaréis de acercar a nos...

  • * *


15

Te encomiendo a ti, Aurelio, a mí
y a mis amores. La venia púdica te pido
de que, si algo en el ánimo tuyo has deseado
que casto ansiaras y enterillo,
me conserves el chico a mí púdicamente,
no digo de la gente: nada tememos
a éstos que en la plaza ora acá ora allá
de largo pasan en la cosa suya ocupados.
Mas de ti tengo miedo y de tu pene
infesto para los chicos buenos y malos,
el cual tú por donde gustes, cuando gustes mueve,
cuanto quieras, cuando esté para afuera preparado.
A éste único exceptúo, según creo púdicamente,
que si a ti una mala mente o un furor insensato
a tan gran culpa te empujara, canalla,
de que nuestra cabeza con trampas provoques,
ay, entonces pobre de ti y de mal hado,
a quien, tirándote de los pies y abierta la puerta,
te recorrerán rábanos y berenjenas.

16

Os encularé y me la mamaréis
bardaje de Aurelio y marica de Furio,
que a mí por los versículos míos me creísteis,
porque son blanditos, poco púdico,
pues casto ser honra al piadoso poeta
mismo: sus versículos nada necesario es,
que entonces al fin tienen sal y encanto
si son blanditos y poco púdicos,
y que lo que escueza incitar puedan
no digo a los chicos, sino a estos vellosos
que sus duros lomos no pueden mover.
¿Vosotros, porque miles muchos de besos
leísteis, que mal soy yo un hombre creéis?
Os daré por el culo y me la mamaréis.

17

Oh Colonia, que deseas en tu puente largo divertirte
y bailar preparado tienes, pero temes las ineptas
piernas del puentecillo, erguido sobre ejecillos resucitados,
no boca arriba vaya y en el cavo pantano se tumbe:
así para ti bueno, según tu placer, el puente se haga,
en el que de Salisubsal los sacrificios incluso sean acogidos,
pero el presente este a mí da, Colonia, de la más grande risa.
Cierto munícipe mío quiero que de tu puente
vaya en picado al lodo, por cabeza y pies,
pero donde, de todo el lago y el pútrido pantano,
lividísima y máximamente es profunda la vorágine.
Insulsísimo es un hombre y no tiene gusto, en la traza de un chiquillo
bienal, en el tembloroso acodo de su padre durmiendo.
Con él aunque se ha casado en verdísima flor una chica,
y chica que un ternecillo cabrito más delicada,
de guardar ella más diligentemente que las negrísimas uvas,
divertirse a ella la deja como quiere, y ni un pelo solo le importa
y no se subleva por su parte, sino que como un aliso
en su fosa yace desjarretado por la liguria segur,
justo tanto todo sintiendo como si ninguna tuviera por ningún lugar.
Este tal estupor mío nada ve, nada oye,
él mismo que existe, o si existe o no existe, esto también lo ignora.
Ahora a él quiero de tu puente enviarlo de cabeza,
si capaz esto es de repente de sacarlo de su estúpida modorra
y boca arriba esta actitud abandona en el pesado cieno,
como su férrea suela en la tenaz vorágine la mula.

(18-20)

Poemas espurios

21

Aurelio, padre de las hambres,
no de éstas sólo, sino de cuantas o fueron
o son o serán en otros años,
encular deseas a mis amores,
y no a escondidas: pues junto estás, juegas a su vera,
prendido a su lado todo intentas.
En vano: pues a ti, que insidias a mí me levantas,
te tocaré yo primero con una mamada.
Y esto, si lo hicieras saciado, yo callaría.
Ahora de esto mismo me duelo: que a hambrear
de ti y a estar sediento el chico aprenderá.
Por lo cual cesa tú, mientras lícito es a tu pudor,
no al final llegues, pero habiendo mamado.

22

El Sufeno ese, Varo, que buenamente conoces,
hombre es seductor, y decidor, y urbano,
y él mismo, de largo, muchísimos versos hace.
Creo yo que tiene él o diez mil o más
escrituras, y no así, como se hace, en un palimpsesto
referidas: papiros regios, nuevos libros,
nuevos ombligos, cinchas rojas de membrana;
alineadas a plomo y con pómez todas igualadas.
Ellas, cuando las leas tú, el lindo aquel y urbano
Sufeno un simple ordeñador de cabras o un cavador
por contra te parecerá: tan espantosamente dista y cambia.
Esto, ¿qué creamos que es? El que ahora poco gracioso,
o si algo que esta cosa más agudo, parecía,
el mismo, que un desagraciado campo es más desagraciado,
una vez que poemas toca, y, el mismo, nunca
igual es de feliz que un poema cuando escribe:
tanto se goza en sí mismo y tanto a sí mismo él se admira.
No es admirable: en lo mismo todos caemos y no hay nadie
a quien no en alguna cosa ver a un Sufeno
puedas. El error suyo a cada uno atribuido ha sido,
pero no vemos del costal lo que en la espalda está.

23

Furio, que ni siervo tienes ni arca,
ni chinche ni araña ni fuego,
pero tienes padre y también madrastra,
cuyos dientes bien un pedernal comerse pueden:
te va pulcramente a ti con tu padre
y con el leño de esposa de tu padre.
Y no me admiro, pues bien estáis todos,
pulcramente digerís, nada teméis,
no incendios, no pesadas ruinas,
no hechos impíos, no engaños de veneno,
no otras suertes de peligros.
Y aun cuerpos más secos que un cuerno
o si algo más árido hay tenéis,
del sol y el frío y el hambre.
¿Por qué razón no te iría a ti bien y dichosamente?
Tú sudor no tienes, no tienes saliva,
moco y mala pituita de nariz.
A esta limpieza añade una más limpia,
que el culo tuyo más puro que un salero está,
y ni diez veces cagas en todo el año,
y aun esto más duro es que una alubia o unas piedrecillas,
lo cual tú si con las manos trizaras o refregaras,
nunca un dedo emponzoñarte podrías.
Estas ventajas tú tan felices, Furio,
no quieras despreciar ni tener en poco,
y los sestercios cien, que sueles,
de pedirme cesa: pues bastante eres feliz.

24

Oh quien la florecilla eres de los Juvencios,
no de éstos sólo, sino cuantos o fueron
o a partir de ahora serán en otros años:
preferiría que las riquezas de Midas hubieras dado
a éste que ni siervo tiene ni arca,
a que así te dejaras que él te ame.
“¿Quién? ¿No es una bella persona?” Dirás. Lo es,
pero el bello este ni siervo tiene ni arca.
Esto tú cuanto quieras desdeña y atenúa:
y ni siervo aun así él tiene, ni arca.

25

Sodomita de Talo, más suave que de un conejillo el cabello
o de un ánsar la medulilla, o lo más bajito de la orejilla,
o el pene lánguido de un viejo y el moho arañoso,
y tú mismo, Talo, más rapaz que un turbio vendaval
cuando una rica caja sus rajas muestra abriéndose,
devuélveme el palio a mí mío, que me levantaste,
y el sudario játivo y los tapices tinos,
inepto, que abiertamente sueles tener como ancestrales.
Los cuales ahora de tus uñas despega y devuélvemelos,
no sea que en tu costadillo de lana y manos blandecillas
quemantes flagelos indecentemente a ti te acribillen
e insólitamente bullas, como diminuta nave
sorprendida en un gran mar, enloquecido el viento.

26

Furio, la villita vuestra no a los soplos
del Austro expuesta está ni a los del Favonio
ni del salvaje Bóreas o del Subsolano:
a la verdad, a miles quince y doscientos.
Oh viento horrible y pestilente.

27

Ministro del añejo, chico, falerno:
sírveme a mí los cálices más amargos,
como la ley de Postumia manda, la maestra,
que una ebria baya más ebria.
Mas vosotras, adonde quiera de aquí salid, linfas
del vino perdición, y hacia los severos
migrad. Éste, mero es Tioniano.

28

De Pisón compañeros, cohorte inane
por sus aptos saquillos y expeditos,
Veranio óptimo y tú, mi Fabulo,
¿qué cosas portáis? ¿No bastantes, con este
soso, fríos y hambre soportasteis?
¿Es que algún gasto en las tablillas consta
de un ahorrillo, como a mí que, siguendo
a mi pretor, cuento lo dado como ahorrillo?
Oh, Memio: bien a mí, boca arriba, y largo tiempo
todo ese cipote lentamente me hiciste mamar.
Pero, por cuanto veo, en parejo caso
estuvisteis, pues de un nada menor capullo
hartos estáis. ¡Busca nobles amigos!
Mas a vosotros, males muchos los dioses y diosas
os den, oprobios de Rómulo y Remo.

29

¿Quién esto puede ver, quién puede soportarlo
si no un impúdico y un voraz y un tahúr,
que Mamurra tenga lo que la Comata Galia
tenía antes y la última Bretaña?
Sodomita de Rómulo, ¿esto verás y soportarás?
¿Y aquél ahora, soberbio y desbordante,
recorrerá los dormitorios de todos
como un blanquito palomo o un Adóneo?
Sodomita de Rómulo, ¿estas cosas verás y soportarás?
Eres un impúdico y un voraz y un tahúr.
¿Con este nombre, emperador único,
estuviste en la última isla de occidente,
para que esta vuestra rejodida méntula
doscientos mil se comiese o trescientos mil?
¿Qué otra cosa es que siniestra liberalidad?
¿Poco dilapidó o poco engullido ha?
Los paternos bienes los primeros derrochó,
segundos los botines pónticos, tras eso terceros
los iberos, cual sabe el caudal aurífero, el Tajo,
ahora en Galia es temido y Bretaña.
¿Por qué a esta mala persona alentáis, o qué éste sabe
sino ungidos patrimonios devorar?
¿Con este nombre, de la ciudad el más opulento
suegro, y tú, yerno, lo perdisteis todo?

30

Alfeno ingrato y para tus unánimes amigos falso,
¿ya tú nada te compadeces, duro, de tu dulce amiguito?
¿Ya a mí en traicionarme, ya no dudas en engañarme, pérfido?
Y no los hechos impíos de los falaces hombres a los celestiales placen,
lo cual tú olvidas y, pobre de mí, me abandonas en mis males.
Ahay, ¿qué han de hacer, di, los hombres, o en quién han de tener fe?
Ciertamente tú, tú me ordenabas mi alma entregarte, inicuo,
induciéndome al amor, como si seguro todo para mí fuera.
Tú mismo ahora te retraes y tus dichos todos y hechos
que los vientos, incumplidos, se los lleven, y las nieblas aéreas, dejas.
Si tú olvidado te has, empero los dioses se acuerdan, se acuerda la Fe,
la cual, que a ti te pese pronto el hecho hará, tuyo.

31

De las penínsulas, Sirmión, y de las islas
el ojillo, cuantas en los límpidos pantanos
y en el mar vasto llevan los dos Neptunos,
cuán gustosamente a ti, y cuán contento en ti te veo,
apenas a mí mismo yo creyendo que la Tunia y los bitunos
campos he dejado y te veo a ti, en seguridad.
Oh, qué, que los dejados cuidados, es más bendito,
cuando la mente su carga deja y de la peregrina
fatiga cansados venimos al lar nuestro
y nos acostamos en el añorado lecho.
Esto es lo que solo hay, por fatigas tan grandes.
Salve, oh, encantadora Sirmión, y de tu amo goza,
que él goza, y vosotros, oh de Lidia lago y olas,
reíd cuanto de risas hay en casa.

32

Te amaré, mi dulce Ipsitila,
mis delicias, mis encantos:
manda que a ti venga yo a la siesta,
y, si lo mandaras, aquello ayuda:
que ninguno atranque del umbral la tablilla
o que a ti no te agrade fuera salir,
sino en casa te quedes y prepares para nos
nueve continuas copulaciones.
A la verdad, si algo has de hacer, al punto mándalo,
pues bien comido yazgo, y, harto, boca arriba,
atravieso túnica y palio.

33

Oh el mejor de los ladrones de balnearios,
Vibenio, el padre, y tú, su sodomita hijo,
pues si de diestra el padre más emponzoñada,
de culo el hijo es más voraz,
¿por qué no al exilio y a sus malas orillas
os vais, puesto que en verdad de tu padre las rapiñas
conocidas son del pueblo, y tus nalgas peludas,
hijo, no puedes por un as seguir vendiendo?

34

De Diana estamos en la fe,
mozas y mozos íntegros:
a Diana, mozos íntegros
y mozas, cantemos.
Oh Latonia, del grandísimo
Júpiter grande progenie,
a quien su madre cerca de la delia
oliva nacida dejó,
de esos montes la dueña para que fueras,
y sus espesuras verdeantes,
y sotos recónditos,
y caudales sonantes.
Tú, Lucina por las dolientes,
Juno llamada por las paridas,
tú potente Trivia, y, de bastarda luz,
llamada eres Luna.
Tú, que con tu carrera, diosa, mensual
mides el camino anual,
los rústicos techos del agricultor
de buenos frutos llenas:
seas con cualquier nombre que a ti
place, santa, y de Rómulo,
como antiguamente solido has, con buena
fuerza salvaguarda el linaje.

35

Al poeta tierno, a mi camarada,
quisiera, a Cecilio, papiro, digas
que a Verona venga, dejando del Nuevo
Como las murallas y la laria costa,
pues ciertos pensamientos quiero
de un amigo que escuche, suyo y mío.
Por lo cual, si sabio es, la ruta devorará
aunque una cándida muchacha mil veces
al ir le llame y las manos al cuello
ambas echándole ruegue que se detenga,
la que ahora, si a mí la verdad me es anunciada,
por él muere de impotente amor,
pues desde el momento que leyó su comenzada
Del Díndimo la Señora, desde entonces a la pobrecilla
fuegos le comen su interior medula.
Te perdono a ti, sáfica muchacha,
que la Musa más docta, pues ha sido encantadoramente
la Magna Madre por Cecilio comenzada.

36

Anales de Volusio, cagado pliego,
su voto cumplid por mi chica,
pues a la santa Venus y a Deseo
votó, si a ella restituido le fuera yo
y dejaba de blandir bravos yambos,
que los más selectos escritos del peor
de los poetas al dios de tardo pie daría
para que unos infelices leños los chamuscaran.
Y esto la peor de las chicas vio que ella,
jocosamente, graciosamente, votaría a los divinos.
Ahora, oh del azul ponto creada,
la que el santo Idalio y los Urios abiertos,
la que Ancona y Gnido la arundinosa
honras, y que Amatunte, y que Golgos,
que Dirraquio, del Adriático la taberna,
acepto haz y devuelto el voto,
si no desagradable y desagraciado es.
Mas vosotros entre tanto venid al fuego,
llenos de campo y de inelegancias,
Anales de Volusio, cagado pliego.

37

Salaz taberna y vosotros, contubernales,
desde los hermanos del píleo la novena pila,
¿solos pensáis que tenéis pollas vosotros,
que a solos vosotros lícito es cuanto hay de chicas
follaros y creernos a los demás hircos?
¿Acaso porque contiguos os sentáis, insulsos,
cien o doscientos, no creéis que me atreveré
yo a que al par los doscientos me la maméis, los asistentes?
Y bien, pensadlo, pues para vosotros de toda
la taberna el frente con polvos escribiré,
pues mi chica, que yo, la que de mi seno huyó,
amé tanto cuanto amada será ninguna,
por la que yo he grandes batallas luchado,
se ha sentado aquí. A ella, buenos y dichosos,
todos la amáis, y, ciertamente, lo que indigno es,
todos insignificantes y callejeros adúlteros,
tú antes que todos, único de los de pelo largo,
de la conejosa Celtiberia hijo,
Egnacio, al que bueno hace tu opaca barba
y tu diente, fregado con ibera orina.

38

Mal va, Cornificio, a tu Catulo
mal va, por Hércules, y laboriosamente,
y más y más por días y horas.
A él tú, lo que mínimo y facilísimo es,
¿con qué palabras consolado le has?
Estoy airado contigo. ¿Así a mis amores?
Unas pocas, las que quieras, de palabras:
más afligidas que las lágrimas de Simónides.

39

Egnacio, porque cándidos dientes tiene,
los hace brillar todo el tiempo, por doquier. Si venido se ha del reo
a la banqueta, cuando el orador incita al llanto,
los hace brillar él; si cabe la pira de un devoto hijo
se plañe, huérfana cuando le llora, único, su madre,
los hace brillar él. Sea lo que sea, donde quiera que esté,
haga lo que haga, los hace brillar: esta enfermedad tiene,
ni elegante, a fe mía, ni urbana.
Por lo cual avisarte debo a ti yo, buen Egnacio.
Si urbano fueras, o sabino, o tiburtino,
o un gordo umbro o un obeso etrusco
o un lanuvino moreno y dentado
o un transpadano –para los míos también tocar–,
o quienquiera que puramente se lavase los dientes,
aun así, que los hicieras brillar tú todo el tiempo, por doquier, yo no querría:
pues, que una risa inepta, cosa más inepta ninguna hay.
Ahora bien, celtíbero eres: en la tierra celtiberia,
lo que cada uno mea, con esto se suele, por la mañana,
el diente y el roso espacio de la encía frotar,
así que, cuanto este vuestro diente más pulido está,
tanto que tú más cantidad has bebido, predica, de orina.

40

¿Qué mala mente a ti, pobrecillo de Rávido,
te lleva de cabeza hacia mis yambos?
¿Qué dios por ti no bien invocado
te dispone a incitar una malsana pelea?
¿Acaso es para arribar a las bocas de la gente?
¿Qué quieres? ¿Como sea ser conocido deseas?
Lo serás, puesto que a mis amores
quisiste amar, con larga condena.

41

Ameana, esa joven refollada,
enteros diez mil a mí me ha rogado,
esa joven de indecentilla nariz,
del derrochador formiano la amiga.
Parientes que tenéis a la joven a cargo:
a amigos y a médicos convocad.
No está sana esta joven, ni preguntar
suele cómo es al bronce imaginador.

42

Venid, endecasílabos, cuantos sois
todos, de todas partes, todos cuantos todos sois:
juego cree que yo soy una adultera indecente,
y niega que a mí me ha de devolver nuestros
pugilares, si sufrirlo podéis.
Persigámosla y requirámoslos.
Que quién es, preguntáis: aquélla que veis
indecentemente avanzar, mímicamente y molestamente
riendo con boca de cachorro galicano.
Alrededor apostaos de ella y requerídselos:
“Adúltera pútrida, devuelve los codicillos,
devuelve, pútrida adúltera, los codicillos.”
¿No un as te importa? Oh, lodo, lupanar,
o si más perdido puedes algo ser.
Pero no, aun así, ha de creerse esto bastante,
que si no otra cosa se puede, rubor
de su férrea cara de perra saquemos.
Clamad juntos, otra vez, con más alta voz:
“Adúltera pútrida, devuelve los codicillos,
devuelve, pútrida adúltera, los codicillos.”
Pero nada conseguimos, en nada se conmueve.
De mudar habéis la manera y modo vosotros,
si algo conseguir más allá podéis:
“Púdica y proba: devuelve los codicillos.”

43

Salve, ni de mínima nariz muchacha,
ni de bonito pie, ni de negros ojillos,
ni de largos dedos, ni de boca seca,
ni, claro es, de demasiado elegante lengua,
del derrochador formiano la amiga,
¿que tú, la provincia narra, eres bonita?
¿Contigo la Lesbia nuestra se compara?
Oh siglo sin gusto y desagraciado.

44

Oh fundo nuestro, o sabino o tibur,
pues que tú eres tibur defienden aquellos cuya intención
no es a Catulo herir, mas los que esto quieren,
por cualquier prenda que sabino es contienden,
pero, oh, ora sabino, ora, más verdaderamente, tibur:
estuve a gusto en tu suburbana
villa, y mala de mi pecho expulsé una tos,
una que, no sin merecerlo, a mí mi vientre,
mientras suntuosas cenas ando buscando, me dio.
He aquí que, mientras de Sestio quiero ser convidado,
un discurso contra Antio el candidato,
lleno de veneno y pestilencia, leí.
Desde entonces a mí una pesadez fría y una frecuente tos
me ha sacudido sin cesar, hasta que a tu seno hui
y me restablecí con ocio y con ortiga.
Por lo cual, rehecho, máximas a ti gracias
te doy porque no te has vengado de mi pecado,
y no suplico ya, si los abominables escritos
de Sesto yo recibiere, que pesadez y tos
le lleve su frío no a mí, sino al propio Sesto,
que entonces me llama: cuando su mal libro he leído.

45

A Acmé Septimio, sus amores,
teniéndola en el regazo, “Acmé”, dice “mía,
si a ti perdidamente no te amo y a amarte en adelante
todos los años estoy asiduamente dispuesto,
cuanto el que capaz más es de perecer,
solo yo, en la Libia y en la India tostada,
salga al encuentro de un garzo león.”
Esto que dijo, Amor, como por la siniestra antes,
por la diestra estornudó su aprobación.
Mas Acmé, levemente su cabeza girando
y dulce de su chico los ebrios ojillos
con aquella purpúrea boca suavemente besando,
“Así”, dice, “mi vida, Septimillo,
a este único dueño sin cesar sirvamos,
como a mí un mucho mayor y más acre
fuego me arde en mis blandas medulas.”
Esto que dijo, Amor, como por la siniestra antes,
por la diestra estornudó su aprobación.
Ahora, de un auspicio bueno partidos,
con mutuos ánimos aman y son amados:
a su sola Acmé el pobrecillo Septimio
prefiere que a a las sirias y bretañas;
en su solo Septimio la fiel Acmé
hace sus delicias y placeres.
¿Quién a otras personas más dichosas
ha visto? ¿Quién una Venus más auspiciadora?

46

Ya la primavera, desheladas, vuelve a traer las templanzas,
ya del cielo equinoccial el furor,
con las agradables auras del céfiro, calla.
Sean abandonados los frigios, Catulo, campos,
y de la Nicea bullente el campo fértil.
A las claras ciudades de Asia volemos.
Ya mi mente estremecida ansía vagar,
ya alegres de su afán los pies cobran fuerzas.
Oh dulces compañías de mis camaradas, adiós:
a quienes, lejos a la vez de casa que partimos,
distintas vías, diversamente, nos devuelven.

47

Porcio y Socratión, las dos siniestras
de Pisón, sarna y hambre del mundo / pura,
¿a vosotros ha antepuesto a mi Veraníolo
y a mi Fabulo el capullo de Priapo aquel?
¿Vosotros banquetes aseados suntuosamente
de día hacéis, y mis camaradas
buscan en un cruce las invitaciones?

48

De miel los ojos tuyos, Juvencio,
si alguien me dejara sin parar besarlos,
sin parar hasta miles trescientos besaría,
ni nunca me parecería que saciado estaría,
no si más densa que las áridas aristas
fuera de nuestro besar la siembra.

49

Oh el más diserto de los de Rómulo nietos,
cuantos son y cuantos fueron, Marco Tulio,
y cuantos después en otros años serán,
gracias a ti máximas Catulo
te da, el peor poeta de todos,
tanto el peor poeta de todos,
cuanto tú el mejor patrono de todos.

50

De ayer, Licinio, en el día, ociosos,
mucho bromeamos en mis tablillas,
como convenía que fuera a unos chicos delicados.
Escribiendo versículos, cada uno de nosotros
bromeaba con un ritmo ora éste, ora esotro,
rindiendo su vez entre el juego y el vino,
y de allí salí, por tu gracia
encendido, Licinio, y tus donaires,
que ni, triste de mí, la comida me agradara
ni el sueño cubriera de quietud mis ojos,
sino por todo el lecho indómito de furor
diera vueltas deseando ver la luz
para contigo hablar y junto a ti estar.
Mas, agotados de fatiga mis miembros, después que
semimuertos en mi cama yacían,
este, alegre amigo, poema te hice,
por el que percibieras mi dolor.
Ahora, audaz guárdate de ser, y las preces nuestras,
te rogamos, guárdate de despreciar, ojillo mío,
no sus castigos Némesis te demande a ti.
Es una vehemente diosa: de herirla te guardarás.

51

Aquel a mí, que par es a un dios, parece,
aquel, si impío no es, que supera a los divinos,
el que sentado en contra una y otra vez a ti
te contempla y oye,
dulce riendo, lo que, pobre de mí,
todos me arranca los sentidos, pues una vez que a ti,
Lesbia, te he contemplado, nada tengo más yo
de voz en la boca,
sino la lengua se atiere, tenue bajo mis órganos
una llama dimana, por el sonido suyo
tintinan mis oídos, y gemelas se cubren
mis luces de noche.
El ocio, Catulo, para ti molesto es:
por el ocio exultas y demasiado vibras:
el ocio también a reyes antes y a dichosas
perdió ciudades.

52

¿Qué es, Catulo, qué te demoras para morir?
En la silla curul el bocio de Nonio se sienta,
por el consulado perjura Vatinio:
¿Qué es, Catulo, qué te demoras para morir?

53

Me he reído de no sé quién ora, del corro,
que, cuando admirablemente los vatinianos
cargos mi Calvo había explicado,
admirado dice esto, y las manos levantando:
“Dioses magnos, mamarracho diserto.”

54

De Otón la cabeza que un pueblo es más diminuta,
y de Herio rústicamente semiaseadas las piernas,
sutil y leve el pedo de Libón.
Si no todo esto, que te desagradaran quisiera yo
a ti y a Fuficio, viejo recocido, ...
Enójate otra vez con mis yambos
de ello inmerecedores, único emperador.

55

Nos te rogamos, si por ventura no molesto te es,
nos muestres dónde están tus tinieblas.
A ti en el Campo menor te buscamos,
a ti en el Circo, a ti en todos los libelos,
a ti en el templo sagrado del supremo Júpiter.
A la vez, del Magno en el paseo,
a las mujercillas todas, amigo, prendí,
a las que con rostro vi, aun así, sereno.
“Ah, cededme”, así yo hostigaba,
“a Camerio a mí, malísimas chicas.”
Una dice, un seno sacando:
“Helo aquí, de rosa en mis pezones se esconde.”
Pero a ti ya soportarte de Hércules una labor es:
con tan gran arrogancia a ti te niegas, amigo.
Dinos dónde has de estar, sal
audazmente, entrégate, confíate a la luz.
¿Ahora te tienen de lechecilla unas chicas?
Si la lengua tienes cerrada en la boca
los frutos desperdicias del amor todos.
De la verbosa charla goza Venus.
O, si quieres, lícito sea que cierres el paladar,
mientras de vuestro amor sea yo partícipe.

56

Oh cosa ridícula, Catón, y divertida
y digna de los oídos y de tu carcajada.
Ríe todo lo que amas, Catón, a Catulo:
cosa es ridícula y por demás divertida.
Sorprendí ora a un chiquillo que a una chica
meneaba; a él yo, si place a Dione,
con el pértigo de la mía rígida, lo abatí.

57

Pulcramente les va a estos inmorales sodomitas,
a Mamurra, el bardaje, y a César,
y no es admirable: manchas pares en los dos,
urbana la una, y aquella formiana,
impresas en ellos residen y no se limpiarán,
morbosos al par, gemelos los dos,
en una misma camilla instruidillos ambos,
no éste que aquél más voraz adúltero,
rivales socios de las chiquillas.
Pulcramente les va a estos inmorales sodomitas.

58

Celio, la Lesbia nuestra, la Lesbia aquella,
aquella Lesbia que Catulo sola
más que a sí y a los suyos amó todos,
ahora, en los cruces y las callejas,
desbulla a los magnánimos, de Remo nietos.

58B

No si el guardia yo me fingiera aquel de los cretes,
no Ladas yo, o el piealado Perseo,
no si el pegáseo vuelo me llevara,
no el de Reso, el de la nívea y rauda biga,
añade ahí piedepluma y volátiles,
y de los vientos al par requiere la carrera,
que juntos, Camerio, a mí me dedicaras:
agotado yo, aun así, en todas mis medulas,
y por muchos desmayos consumido
estaría, a ti, amigo, de buscarte.

59

La bononiense Rufa a Rúfulo chupa,
la mujer de Menenio, la que a menudo en los sepulcretos
visteis de la propia pira arrebatar la cena,
cuando, el devuelto pan del fuego persiguiendo,
por el medio afeitado incinerador era golpeada.

60

¿Acaso a ti una leona en los montes libistinos,
o Escila ladrando por la más baja parte de sus ingles,
de tan mente dura te engendró y agresiva,
que de un suplicante la voz en su postrero lance
despreciada tuvieras, ah tú, demasiado fiero corazón?