Plenitud/XXXVI (Amor vedado)

La riqueza no te está vedada, pero la desdeñas.
El poder no te está vedado, pero no lo buscas.
En cambio, te está vedado ya el Amor.
Las puertas del amor se cerraron para ti hace muchos años. Y en vano llamas y llamas. El aldabón resuena misteriosamente en la noche.
Pegas el oído a la cerradura y oyes tumulto alegre, risas de oro y de plata; convulso chasquear de besos.
Miras por el ojo de la gran cerradura, y ves pasar túnicas blancas, rosadas, azules, que mal encubren formas estatuarias. Todo allí es promesa o realización, bajo la luz azulosa de la luna o los blandos clarores de los crepúsculos.
Pasa la rubia, pasa la morena, y se llevan prendidos tus anhelos.
Te miran los ojos azules, los ojos verdes, los ojos negros, los ojos castaños, y tú imploras lo que parecen ofrecer esas miradas ... Pero un fallo enigmático de tu destino mantiene lejos de ti -el enamorado del amor- toda posibilidad de realizar lo que los hados parecían ofrecerte al elegir tu nombre.
Y comprendes que tus ansias son imposibles y anhelas el término de ellas.
Empero, por resuelto que esté tu Dios a impedir que te amen, no puede impedir que ames tú a todos los seres y todas las cosas. ¡Qué más! No puede impedir que le ames a EL
Cabe, pues, que repitas con el poeta francés: "Mon Dieu, tout puissant que vous etes, vous ne pouvez pas empecher que je vous aime!" Nada parece haber sido para ti solo, pregúntate simplemente en el silencio del atardecer y después de inventar tus dolores: "¿Has hecho, por desgracia, mal a alguien?"
Y si por ventura no lo has hecho, si la sola víctima has sido tú, si los únicos desgarramientos producidos por las malezas han sido los de tu carne, regocíjate cuanto puedas; pon en tu cara la más luminosa de tus sonrisas, y vete a dormir con el corazón sereno y reposado, ... Pero si no solamente no has Hecho ningún mal, sino que en medio de la tormenta Has acertado a hacer algún bien, que tu regocijo no tenga límites y tu alma esté más luminosa que el crepúsculo.