​Plácido​ de Joaquín Nicolás Aramburu


 Tranquila el alma, la mirada quieta,
 inocente, sin miedo y resignado,
 llega al suplicio, a muerte condenado,
 el gran mestizo, Plácido el poeta.
 

 Rota la lira que cantó discreta
 las glorias de su pueblo infortunado,
 yace bajo las plantas de un soldado
 que ni talento ni virtud respeta.
 

 Ya cae el buen cubano sin mancilla;
 Dios no ha escuchado su dolor profundo
 por más que le invocara en la capilla.
 

 Pero del genio que brillo fecundo
 aún repite la voz en nuestra Antilla:
 ¡Ay, que me llevo en la cabeza un mundo!