Pico, pico, a ver si me pongo rico
Había una vez un molinero que tenía mucho afán por ser rico; así era que cuando se ponía a picar la piedra de su molino, repetía sin cesar al dar los golpes:
- Pico, pico,
- a ver si me pongo rico.
Acertó a pasar por allí el Rey, y le preguntó Su Majestad qué era lo que estaba diciendo. A lo cual le contestó que con su afán de salir de pobre, decía:
- Pico, pico,
- a ver si me pongo rico.
Al punto regresó el Rey a su palacio y mandó hacer una torta muy grande, que hizo rellenar toda de monedas de plata, y se la envió al molinero.
Cuando el molinero la vio, le dijo a su mujer:
-Mira... mandaremos esta torta a nuestro compadre padre, que nos favorece mucho, y podrá favorecernos en adelante.
Y así lo hicieron.
Al cabo de unos días volvió el Rey a pasar por allí, y se encontró todo tan pobre y en el mismo estado en que lo halló la primera vez. El molinero estaba picando la piedra, y diciendo:
- Pico, pico,
- a ver si me pongo rico.
-¿No recibiste -le preguntó el Rey- una torta que te mandé?
-Sí, señor -contestó el molinero-; pero, ha de saber Su Real Majestad que tengo un compadre que me favorece, y a fin de aumentarle la buena voluntad, se la mandé para que se la comiese a mi salud.
-Está visto -dijo el Rey- que el que nació para pobre, por más que pique no ha de salir de su estado. Sabrás, hombre, como que la torta que te mandé estaba rellena de monedas de plata.
El molinero se desesperó y se arrancaba los cabellos.
-No te aflijas -le dijo el Rey-, que te he de ver rico o poco he de poder.
Dicho lo cual se volvió a su palacio real y le mandó al molinero una torta rellena de monedas de oro.
Al cabo de algún tiempo volvió el Rey a pasar por el molino, y se alegró mucho al ver que estaba todo allí muy compuesto y renovado; pero cuando se acercó a la hermosa casa, oyó que en ella lloraban amargamente. Indagó la causa, y supo que aquella noche había muerto el molinero, con la particularidad de tener asido en la mano un papel que nadie le podía arrancar. Entró el Rey en la estancia en que estaba el difunto; el pobre estaba tendido en su féretro, y con la rigidez de la muerte tenía asido aquel papel que nadie había podido arrancarle; pero el cual, al acercarse el Rey, soltó inmediatamente. El Rey lo recogió, y leyó estas palabras escritas en él:
- Yo pobre lo quise;
- Tú rico lo quieres;
- Resucítalo si puedes.