Virgencita, ya cayeron
en redor las hojas secas;
los ponientes ya no lucen
de su púrpura las galas,
y la escarcha, como lino
desgajado de las ruecas,
leve cruza por el valle,
de los cierzos en las alas.
Allá, lejos, en los flancos
sin verdor de la colina,
en la falda de los montes,
en los húmedos collados,
en la margen de las fuentes,
se acurruca la neblina
como grey de temblorosos
corderillos fatigados.
Virgencita, ya en el alma
no hay ensueños n'ilusiones;
como pájaros medrosos
se lanzaron al vacío
en demanda de otros nidos
los ardientes corazones,
y murieron asaetados
por la lluvia y por el frío...
Ven conmigo, yo te ofrezco
mi fogón, embalsamado
por la goma de los troncos
que crepitan y chispean;
soñarás mientras los cierzos,
con acento fatigado,
ya sollozan a las rejas,
ya, en la cumbre del tejado,
la balada del invierno
lentamente canturrean...