Perfiles de una llaga social/Capítulo III

CAPITULO III


DE COMO EL JUEGO CAUSA LA RUINA Y DESGRACIA DE UNA FAMILIA


« Querido padre:

« Comprendo su estado de aislamiento, y por ello padezco bastante; quisiera estar á su lado para endulzar algun tanto sus sufrimientos.

« Como Vd., tambien deploro la disoluta vida de Alfredo con toda mi alma; nada me es dado intentar para sacarlo de su lastimoso estado; pena me da el decirlo, pero mi hermano hace una vida que es para vergüenza nuestra; cuando no está detenido en la Policía, vésele vagar de un lado á otro, asechando la ocasion de encontrar algun conocido ó desprevenido á quien estafar.

Hace seis dias le dí una levita, no se la ha puesto siquiera; aterrido de frio y al descubierto por algunas partes sus carnes. Una casa de empeño fué quien le facilitó algunas monedas, que quedaron como siempre en el juego.

« No me oye ni quiere saber nada que se relacione con nosotros; el corazon se me desgarra al verle en tal estado.

« Yo continúo en mi empleo; soy bastante apreciado de mis principales, y creo que pasando algun tiempo, podré gozar de mas sueldo. La contaduría de la casa es lo mas intrincada que Vd. pueda imaginarse, pero como el comercio precisa constancia y contraccion, no desanimo, pues dia llegará en que me aumenten mi escaso sueldo de tres mil reales, con los que á duras penas puedo vivir en esta ciudad, si atiendo (como es mi deber) al autor de mis dias.

« Tal vez para el verano pida licencia por ocho dias, y entónces procuraré ver si con halagos llevo á mi hermano y conseguiremos su completa regeneracion: pues mucho me temo, que así venga á parar en lo que muchos párias desheredados y sea un golpe mas que no podríamos resistir.

« Cuidese Vd. mucho y dé mis afectuosos recuerdos al señor Cura y Vd. lo que quiera de su hijo que le quiere.

« Eduardo »


« Posdata. - Dispense sí no le mando mas que esos quince duros, demasiado comprenderá mi estado.

« Vale. »


— Es un tesoro, Sr. Cura, es un hijo modelo que me anonada: ninguna reconvencion sale de sus lábios; como Vd. vé por esta carta, todo su afán es mandarme el fruto de sus economías, sin contar lo que empleará en su hermano...

— Digno de estimacion es el tal jóven; sin duda alguna Vd. puede sentir una verdadera satisfaccion con tal hijo. Muchísimo valor tiene á mis ojos esa constancia para enviarle recursos, que Vd. de seguro sabrá emplear santamente, como sagrado que es. Fruto de economías y privaciones; Dios ha de premiarlo, no lo dude, Don Agapito, su hijo Eduardo, con estos hábitos, ha de ser con el tiempo una persona á quien Dios ha de premiar, concediéndole bienes de fortuna; él es jóven, y en el comercio, cuando sobra honradez y constancia, todo se consigue: confianza, pues, mi querido amigo, y para concluir (y que esto no sirva de reconvencion) demasiado conozco que Vd. no es el mismo, pero no puedo por menos de advertirle que frecuentando los sitios que Vd. acostumbra y manejando el juego, aunque él sea inocente, es muy fácil, es presumible que Vd. gastando primero lo que le mandan, sin darle el destino que se le dedica, concluye Vd., por solicitar de su hijo lo que ni pueda, ni en conciencia deba darle, y como veo aquí una rémora para la consecucion de los fines sagrados de esto, por eso le advierto sea precavido, viva alerta, pues es muy espuesto producir, á la par que su desgracia, la desgracia de su hijo.

Demasiado comprenderá Vd. que esto solo es advertirle.

— Agradezco su intencion, Sr. Cura, el cariño que siempre nos ha demostrado le hace ver con exageracion las cosas y su temor por hechos que no se sucederán: comprendo demasiado todo lo ocioso y deleznable que seria mi proceder si tal hiciere; ya han cambiado los tiempos, y la esperiencia, como cruel madrastra, me ha enseñado lo bastante para no incurrir otra vez en faltas como las pasadas.

Cerca tengo el ejemplo que me apartará del juego, mi desgraciado Alfredo!!.... Pena me dá el pensarlo.... Pero ni atiende á mis consejos y siguiendo la corriente impetuosa del vicio, me tiene duramente escarmentado, todo cuanto tengo, es poco para él, siempre pidiendo, siempre quejas y mas quejas, sin que nada baste á contentarlo, ni nada para apartarlo de este fatal camino. ¡Dios le ayude, pues me declaro impotente para conjurar la desgracia que le persigue!

Promesas y protestas, jamás faltan al desgraciado jugador; todo le parece justo, menos apartarse del objeto de su pasion.

Así de esta manera sucedía con Don Agapito; protestas primeramente, juramentos despues, y promesas mas tarde, concluyeron por hacerle algo olvidadizo; el juego tomó su primitivo imperio, si bien en menor escala que antes; ahora disponía de los continuos envíos de Eduardo y pretestando una cosa ú otra, sabía sacarle, lo que el infeliz jóven tenía que pedir adelantado, por no negar el pedido de su padre, que según él era asunto de honor.

En vano devoraba en silencio su pena el bondadoso Eduardo, consideraba una falta irreparable, el recriminar á su padre, acordándose de la primera vez que lo hizo junto á su madre moribunda en un momento de locura.

Sin darse por apercibido, trataba en el misterio, de alejar á su padre del maldito vicio; en vano apelaba á tal ó cual persona; todas eran encubridoras de sus defectos; escasos los que á semejanza del bondadoso sacerdote, le hiciesen apercibir de su conducta y afeasen su proceder.

Por dos veces habia venido Eduardo solicitando permiso de sus principales, á pasar unos dias con su padre: con aumento de sueldo y en vísperas de labrarse un porvenir, era tenido por el salvador del padre y tal vez del hijo, y es por esta razon, por la cual los conocidos, facilitaban lo que antes les era dificil de obtener, dada su anterior conducta, y el oscuro horizonte del porvenir.

— No ya por mí, decia Eduardo á su padre; por mis principales debe Vd. abstenerse del juego. Ciertas palabras de doble sentido, sonrojan mi frente y me avergüenzan, y sin defensa posible, tengo que permanecer mudo espectador.

No creo que suceda, pero probable sería que no inspirase la demasiada confianza que precisa una casa comercial, efecto de su proceder; y sería lo bastante para impedirme el logro de mis deseos.

Cuando uno trata con personas laboriosas y honradas, donde el trabajo tiene sentado su imperio, produce malísimo efecto, suena muy discordante al oído, y en una palabra, no puede admitirse la pasion del juego, sea este cual fuere.

Se disculpa algun tanto el vicio, cuando irreflexivamente, la aturdida juventud sin saber lo trascendental del hecho, se entrega á él, pues inconsciente, de sus actos casi no es responsable.

Pero en su edad! en su edad, no puede ser admisible; es lo mas vituperable de todos los actos.

Piense padre mio, que cuando las canas coronan nuestra cabeza, cuando se encuentra el ocaso de la vida; el juego, es el mayor de los crímenes; crímen por Vd., crímen por sus hijos, y crímen por el escándalo que lleva en sí.

¡La edad del recojimiento! La edad de los consejos!

La edad de la sensatez, ocupada en desarrollar un vicio!!!

No hay defensa posible, no existe disculpa para atenuar tamaño crimen.

— Conozco la razon, hijo mio, todo es cierto, no me avergüences mas de lo que estoy, soy un miserable, pero ya veo que desconoces, lo que es un compromiso de honor!

No puedes imaginarte lo que padezco al encontrarme frente á frente, con una persona á quien debo..... No puedo remediarlo:

Me sobra vergüenza, y por eso busco el juego, para ver si pago mis deudas, no creas que es el vicio, no, y mil veces no; es el deseo de pagar, ese es el móvil que me arrastra.

— Pues felices nos debemos considerar padre mio; no mas juego, no mas vicio, en camino me encuentro de poder dar cima á su ideal. Constancia no me falta, y prometo solemnemente pagar cuanto deba; pero á condicion de dárseme tiempo; poco.... muy poco tal vez.

— No sabes el bien que harías al autor de tu vida; entonces verás como cambia mi vida, como empleo mi tiempo en bendecirte, y salvar á tu desgraciado hermano; porque lo salvaré. Oh! eso yo te lo prometo lo salvaré, y seremos modelo de padres é hijos.

¡Excelentes proyectos, risueñas esperanzas, que pronto desvaneció el tiempo!

Estéril es el sacrificio de Eduardo, nada consigue, la situacion empeora, profundas raices es preciso desprender, y no hay fuerzas bastantes, no hay virtud suficiente, que las saque á la superficie, para que así no presten su ponzoñosa sabia.

Ya no basta lo que Eduardo proporciona, exíjele mas y mas, y lábrase la ruina de todos.

Alfredo, mas exijente con Don Agapito, desde que sabe las contínuas remesas de su hermano, turba la tranquilidad del padre, si alguna disfruta.

Dos veces se ha presentado en casa, huyendo de una víctima estafada; y dos veces tambien ha salido en busca de sus truhaneros, y llevando consigo cuanto ha podido rapiñar.

Su razon está ofuscada, su corazon empedernido, y en vano será intentar sacarle del lodazal inmundo en que lo detienen sus vicios; hace una vida salvaje y por todos conceptos lastimosa: cuando pinche de billar, ayuda para robar al desconocido; cuando ayudante de cocina, permanece en un bodegon los días suficientes para matar el hambre. Duerme sobre una silla en un cuarto de juego, ó pide por caridad un asiento en un café, donde pasar la noche.

Errante, y fugitivo, escóndese de dia en algun lupanar inmundo, para no caer en manos de la justicia, y por la noche sale como el murciélago, en busca de pan con que arrastrar la vida miserable.

Dos años han pasado, nada sabe el padre de él, ni procura intentarlo.

¡¡Quién conocerá á Don Agapito!! No es posible ..... no es él .... mentira .....

Decrépito y encorvado, harapiento y descuidado, insita á todos al juego. Próximo está su fin, él lo conoce, pues siente fenómenos estraños que atribuye á la vejez y son causa de los remordimientos de su conciencia. Un vicio mas ha venido á coronar el cuadro de ignominia, la embriaguez, él se embriaga, para hacer mas cortos los momentos de tortura que le persiguen; se embriaga como supremo recurso de su estado miserable.

Todos le desprecian, todos huyen de él como asqueroso reptil y por todas partes encuentra la repulsion y horror que su vista produce.

Nada pudo conseguir Eduardo exhaustos sus bolsillos, contrayendo deudas despues, para poder cumplir su sagrado compromiso.

Llegó á perder la colocacion, pues no inspiraba bastante confianza por la conducta de su padre y de su hermano.

Loco, aburrido, en un estado de desesperacion, vuelve á su pueblo natal, para conocer por sí el estado y causa de su desgracia.

Nada encuentra de lo que fué su hogar, todo cambiado; en triste y bajo tugurio habita el padre, por todos despreciado; y mortal congoja amenaza su vida; fuera de sí, demudado el semblante y con resolucion, intenta contra su vida, para no presenciar aquel cuadro de miseria; pero el venerable sacerdote, llega en su ayuda.

— ¿Qué pretendes hacer, desgraciado? ¡Dios mio: basta ya; aplaca tu cólera divina!

Ven á mis brazos, no desmayes, conozco bastante tu desgracia: grande es en efecto, muy grande, pero mas todavía es la misericordia de Dios.

— No puedo Sr. Cura ... no encuentro fuerzas para sobrellevar mi desgracia. ¿Qué es de mi padre? ¿qué es de mi hermano...? Pobre madre mia, pobre mártir!!! Si vieras á los objetos queridos de tu corazon!!

—-Todo es conforme á los inescrutables juicios del que todo lo puede, tu buena madre estará desde el cielo observando tus acciones, y esperando el momento supremo de poder bendecirte, porque tu estás destinado para regenerar á tu padre y salvar á tu infeliz hermano.

Confianza en Dios hijo mio, lleva tu cruz con resignacion, pues por pesada que ella te parezca, nunca ... nunca lo será tanto como la del divino salvador del género humano.

— Que Dios tenga piedad de mi!!

Yo no observaré mas el estado de insensatez de mi padre, no oiré á cada momento las azañas de mi hermano.

No seré inocente responsable de sus estravíos. No, no lo seré.

Quiero ocultar mi vergüenza, quiero abandonar tanta hediondez y desaparecer para siempre en un lugar donde no me persiga la deshonra; donde ignorado de todos y mudado hasta el nombre, siendo único responsable de mis actos, no tenga que ocultar el rostro, ni bajar la frente, pues todos ignorarán quien fué mi padre, quien mi hermano; seré un nómada, un ser que no sabe de donde viene ni á donde va á parar, pero que se aleja de los que le conocen, para no llevar siempre en la frente, la señal de la ignominia.

— Valor, hijo mio; valor.

— Valor me sobra en este momento ... nada temo ya, soy un pária, soy un nuevo sér que viene á la vida sin que nadie se preocupe por él, ni por su parte, tampoco conozca á nadie; perdon señor á Vd. siempre le tendré grabado en mi corazon, siempre recordare que Vd. ha sido nuestro ángel salvador. Pero fuera de Vd., á nadie, á todos olvido, á todos desprecio ... y á todos perdono, porque yo no puedo despreciar á nadie.

Huyo de aquí, llevando el alma destrozada, pues ni siquiera me es dado recibir el último adios de mi padre; sin conocerme, yace miserablemente arrojado en el suelo, víctima de la embriaguez.

Basta de inmundicias; fuera miseria, adios para siempre, jamás sabrán de mi y todos ignorarán la muerte que el destino me depare.

Adios por última vez.

Todo acabó!!!

Nota. —Preparado ya el trabajo para la imprenta, recibo el capítulo cuarto, que no puedo prescindir de agregar: asi es que bórrese todo lo que parezca inoportuno, y sustitúyase por el siguiente capítulo, mas en armonía con mis deseos.