Pájinas libres - Manuel González Prada

El Perú no sufrió calamidad más desastrosa que la guerra con Chile. Las campañas de la Independencia i la segunda lucha con España nos costaron preciosas vidas i grandes sacrificios; pero nos dieron vida propia, nombradía i levantaron el espíritu nacional. El 9 de diciembre nacimos, el 2 de Mayo crecimos, nos ajigantamos.

Es que, en 1824 i 1866, no sufrimos el empequeñecimiento de la derrota. La sangre derramada en los campos de batalla, los capitales destruídos en el incendio, las riquezas perdidas en el saqueo de las poblaciones, mui poco significan en comparación de los males que inficionan el organismo de las naciones vencidas. El perjuicio causado por nuestro vencedor no está en los asesinatos, en las devastaciones ni en las rapiñas: está en lo que nos deja i nos enseña.

Chile se lleva guano, salitre i largos jirones de territorio; pero nos deja el amilanamiento, la pequeñez d'espíritu, la conformidad con la derrota i el tedio de vivir modesta i honradamente. Se nota en los ánimos apatía que subleva, pereza que produce rabia, envilecimiento que mueve a náuseas.

Chile nos enseña su ferocidad araucana. En la última contienda civil nos mostramos crueles hasta la barbarie, hicimos Y que el roce con un enemigo implacable i sanguinario había endurecido nuestras entrañas. Brotaron, de no sabemos dónde, al en cólera o fieras desconocidas en la fauna peruana. La injénita mansedumbre del carácter nacional tuvo regresiones a la fiereza primitiva. En la nación magnánima (donde las discordias civiles terminaron siempre con el olvido para los errores comunes i la conmiseración para el hermano caído) queda hoi, después de i lucha, el odio d'enemigos vascuences, el rencor de tigre a tigre. Rencor i odio que deberíamos reservar para el enemigo de todos, los atizamos contra nosotros mismos. De nuestro sueño cataléptico, despertamos para sólo esgrimir los puños i lanzarnos imprecaciones de muerte.

Es que en el comercio íntimo, en el trato duradero i en la conquista secular, se opera fusión de razas con amalgamiento de vicios i virtudes; mientras en la invasión destructora i violenta, vencido i vencedor olvidan las virtudes propias i adquieren los vicios del estraño. Los pueblos más civilizados ocultan su reverso salvaje i bestial: en la guerra se verifica el choque de hombre contra hombre por el lado bestial i salvaje.

Si el Perú se contajió con la ferocidad araucana, Chile se contaminó con el virus peruano. El contacto de ambas naciones recuerda el abrazo de Almanzor, un medio de comunicarse la peste. Nadie ignora que nuestro vencedor de ayer se ve atacado ya por el cáncer de la más sórdida corrupción pública: las prensas de Santiago i Valparaíso lo dicen a todas horas i en todos los tonos. Chile retrata hoi al Perú de la Consolidación i del contrato Dreyfus: entra por el camino que nosotros seguíamos, será lo que fuimos. El mendigo que hace poco se llamaba feliz con la raja de sandía i el puñado de porotos, se ahitará mañana en los opíparos festines del magnate improvisado. Con facilidad se vuelve pródigo el tahur que entra pobre a la casa de juego i sale rico por un golpe de fortuna.

Pero no veamos una compensación de nuestras calamidades en la corrupción política de nuestro enemigo ni pensemos abandonarle nuestra riqueza i nuestro territorio como un presente griego, ni creamos que en su organismo acabamos de inocular un jermen de muerte prematura.

Chile, con todas sus miserias, nos vencerá mañana i siempre,si continuamos siendo lo que fuimos i lo que somos. Rodeado con el prestijio de sus victorias, posee crédito; así que en toda guerra tendrá dinero, i con el dinero, soldados i buques, rifles i cañones, amigos i espías.

De loco debe tacharse al pueblo que para robustecerse no abriga más esperanza que la debilitación de los pueblos limítrofes. Ver encorvarse al vecino ¿equivale a crecer nosotros? Ver sangrar un enemigo ¿da una gota de sangre a nuestras venas? El decaimiento de Chile debería regocijamos, si el nuestro cesara o fuera menor, si en tanto que él se achica nosotros creciéramos; pero mientras Chile decrece en progresión aritmética, nosotros lo hacemos en progresión jeomética. La fuerza de la naciones se oculta en ellas mismas, viene de su elevación moral. La luz del gas que arde a nuestros ojos, irradia los rayos del Sol almacenados en las entrañas de la Tierra; el hombre que nos deslumbra con su jenerosidad o heroísmo, descubre las virtudes en incubadas lentamente al calor de una buena educación.

De veinte años a la fecha, desde las victorias de Prusia, el mundo europeo tiende a convertir sus hombres en soldados i sus poblaciones en cuarteles. A la plaga de los individuos —el alcoholismo— responde la peste de las naciones —el militarismo—. Nadie se pregunta si habrá conflagración universal, sólo se quiere adivinar quién desenvainará la espada, dónde será el campo de batalla, qué naciones quedarán arrolladas, pisoteadas i pulverizadas. Todos aguardan la crisis suprema, porque saben que los bedores de sangre sufren también sus ataques de delirium tremens.

Chile, con el instinto de imitación, natural a los pueblos juveniles, remeda el espíritu guerrero de alemania i enarbola en América el estandarte de la conquista. El Imperio Alemán apresó con sus garras de águila Alsacia i Lorena; Chile cojió con sus uñas de buitre Iquique y Tarapacá, i, para ser más que Alemania, piensa cojer Arica, Tacna i acaso el Perú entero.

Entre tanto ¿qué hacemos nosotros? Viviendo en la región de las teorías, olvidamos que los estados no se rijen por humanitarismo romántico ni ponen la mejilla izquierda cuando reciben una bofetada en la derecha; olvidamos que ante la inmolación de un pueblo todos observan una purdencia egoísta, cuando no cubren de flores al vencedor i abruman de ignominias al vencido; olvidamos, por último, que en las relaciones individuales los hombres menos civilizados conservan un resto de pudor social i guardan las apariencias de guiarse por la filantropía, mientras en la vida internacional las naciones más cultas se quitan la epidermis civilizada i proceden como salvajes en la selva.

Nosotros no caímos porque las guerras civiles no debilitaran o nos esquilmaran. Luchas más desgarradoras i tenaces que las nuestras sostuvieron l'Arjentina, Venezuela, Colombia i perticularmente México. Caímos porque Chile, que vela mientras el Perú duerme, nos sorprendió pobres i sin crédito, desprevenidos i mal armados, sin ejército ni marina.

¡Ojalá hubiéramos pasado por algunas de aquellas revoluciones que remueven de alto abajo la sociedad i la dividen en dos bandos sin consentir indiferentes o egoístas! Desgraciadamente, como las tempestades en el Océano, todas nuestras sediciones de cuartel se deslizaron por la superficie sin alcanzar a sacudir el fondo.

Si las sediciones de pretorianos denuncian decadencia, los continuos levantamientos populares manifiestan superabundancia de vida. Las naciones jóvenes poseen un sobrante de fuerza que dirijen contra su propio organismo cuando no l'emplean en l'agricultura, la industria, las artes o la conquista. Los pueblos se ajitan para su bien, como los niños saltan i corren para lubrificar sus articulaciones i desarrollar sus músculos. Las guerras civiles sirven de aprendizaje para las guerras esteriores: son la jimnasia de las naciones. Santas las llamó Joseph de Maistre, i Chateaubriand sostuvo que retemplaban i rejeneraban a los pueblos.

Nuestros procedimos en sentido inverso: figurándonos que nuestro empirismo semiteolójico i semiescolástico era el summum de la sabiduría, cerramos el paso a todo lo que no fuera esclusivamente nacional i nos entregamos ciegamente a la iniciativa de nuestros hombres. I ¿qué tuvimos? Lo de siempre: buenos sabios que de la instrucción pública hicieron un caos, buenos hacendistas que nunca organizaron un solo presupuesto, buenos diplomáticos que celebraron convenciones funestas, buenos marinos que encallaron los buques i buenos militares que perdieron las batallas.

Hoi mismo, después del tremendo cataclismo, nos adormecemos en la confianza, olvidamos que Chile nos daría mil vidas para la juventud, no para hombres que han de luchar en los campos de batalla, sino para funcionarios pasivos que han de anquilosar sus articulaciones entre los cuatro muros de una oficina. Continuamos con todas nuestras preocupaciones de casta i secta, con todas nuestras pequeñeces de campanario. Si persona estraña viene a ofrecernos luz o a querer inocularnos el fermento de vida moderna, nos sublevamos en masa, nos creemos ofendidos el orgullo nacional, i llamamos dignidad herida a lo que en todas partes se nombra ignorancia presuntuosa i desvergonzada. Cuando pluma estranjera censura nuestros vicios sociales o descubre las miserias de nuestros hombres públicos, estallamos de ira i pregonamos a la faz del mundo que en los negocios del Perú deben mezclarse únicamente los peruanos, que nuestros hombres públicos no pertenecen al tribunal del jénero humano, sino a la jurisdicción privativa de sus compatriotas... Afirmaciones de topo que nada concibe más allá de la topera, esclusivismos de infusorio que limita su radio visual a la gota de agua.

Nada tan hermoso como derribar fronteras i destruir el sentimiento egoísta de las nacionalidades par'hacer de la Tierra un solo pueblo i de la Humanidad una sola familia. Todos los espíritus elevados i jenerosos converjen hoy al cosmopolitismo, todos repetirían con Schopenhauer que "el patriotismo es la pasión de los necios i la más necia de todas las pasiones". Pero, mientras llega la hora de la paz universal, mientras vivimos en una comarca de corderos i lobos, hai que andar prevenidos para mostrarse corderos con el cordero i lobos con el lobo.

Tenemos que cerrar el paso a la conquista i defender palmo a palmo nuestro territorio, porque la patria no es sólo el pedazo de tierra que hoy bebe nuestras lágrimas i mañana beberá nuestra sangre, sino también el molde especial en que se vacia nuestro sér, o mejor dicho, l'atmósfera intelectual i moral que respiramos. Tanto debe el hombre al país en que nace, como el árbol al terreno en que arraiga. Conquistarnos, equivale a modificar súbitamente nuestro modo d'existir, a sumerjinos en otro medio ambiente para condenarnos a la asfixia.

I no todo se reduce a nuestro mezquino interés personal. Gozamos de las propiedades nacionales como se goza de un bien usufructuario: si de nuestros padres heredamos un territorio grande i libre, un territorio grande i libre debemos legar a nuestros descendientes, ahorrándoles la afrenta de nacer en país vencido i mutilado, evitándoles el sacrificio de recuperar a costa de su sangre los bienes i derechos que nosotros no supimos defender a costa de la nuestra. Nada tan cobarde como la jeneración que paga sus deudas endosándolas a las jeneraciones futuras.

Ideas más nobles obligan también a repeler todo ataque i vengar todo atropellamiento. "Sufrir una injuria es dar alas a la violencia i contribuir cobardemente al triunfo de la injusticia. Si, el derecho vulnerado cediera sin resistir, el mundo caería mui pronto en garras de la iniquidad".

Los hombres de ayer, que olvidaron todo eso, desfilan a nuestros ojos, sofocando en su pecho la voz del remordimiento i queriendo borrar de su frente las indelebles manchas de lodo i sangre; los hombres de hoi seremos execrados por la jeneración de mañana, si no damos a nuestros músculos vigor para herir i a nuestro cerebro luz para saber dirijir el golpe.

Necesitamos verificar una evolución par'adaptamos al medio internacional en que vivimos. Por carácter, por la benignidad del clima, por la riqueza del país, por la facilidad de vivir holgadamente con poco trabajo, somos pacíficos, anticonquistadores, amigos del reposo i refractarios a la emigración. Por nuestra posición jeográfica, rodeados del Ecuador, el Brasil, Bolivia i Chile, condenados fatalmente a ser campo de batalla donde se rifen los destinos de Sud América, tenemos, que trasformamos en nación belicosa. El porvenir nos emplaza para una guerra defensiva. 0 combatientes o esclavos.

Cierto, el querer caprichoso no basta para crear instintos nacionales o improvisar acontecimientos; pero la voluntad, firme i guiada por la Ciencia, logra modificar el mundo esterno, variar lentamente la condición moral de las sociedades i convertir al hombre en la verdadera Providencia de la Humanidad. Hai animal submarino que, a falta de ojos, adquiere antenas para caminar a tientas en las profundidades tenebrosas, i ¡un pueblo hundido e el oprobio de la derrota no puede crearse pasiones para odiar ni fuerzas para vengarse!

La evolución salvadora se verificará por movimiento simultáneo del organismo social, no por simple iniciativa de los mandatarios. ¿Por qué aguardar todo de arriba? La desconfianza nosotros mismos, el pernicioso sistema de centralizar todo en m nos del Gobierno, la manía de someternos humildemente al impulso de la capital, influyeron desastrosamente en la fortuna del país. Especie de ciegos acostumbrados al lazarillo, quedamos inmóviles al sentirnos solos. Cuando en la guerra perdimos Lima, nos encontramos sin ojos, sin cerebro, como decapitados : En la nación bien organizada el pueblo no vive como el pasajero que descansadamente dormita en su camarote i de cuando en cuando abre los ojos para saber por curiosidad el número de leguas recorridas: por el contrario, todos mandan, todos trabajan, todos velan, porque hacen a la vez de capitán, de tripulación i de pasajeros.

Hai un valor que en los lances supremos conduce al sacrificio, i otro valor que en la existencia diaria se ciñe al cumplimiento de vulgares deberes. No necesitamos ahora del valor poético i acaso fácil porque sólo requiere un momento de resolución; necesitamos, sí, del valor prosaico i acaso difícil porque exije constancia en el trabajo i conformidad en la medianía. Morir violentamente, a la luz del Sol, entre el aplauso de la muchedumbre, causa menos amargura que perecer lentamente en la oscuridad 1 silencio de una mina.

Estamos caídos, pero no clavados contra una peña; mutilados, pero no impotentes; desangrados, pero no muertos. Unos cuantos años de cordura, un ahorro de fuerzas, i nos veremos en condiciones de actuar con eficacia. Seamos una perenne amenaza, ya que todavía no podemos ser más. Con nuestro rencor siempre vivo con nuestra severa actitud de hombres, mantendremos al enemigo en continua zozobra,le obligaremos a gastar oro en descomunales armamentos i agotaremos sus jugos. Un día de tranquilidad en el Perú es una noche de pesadilla en Chile.

Hablar de revancha inmediata, de próxima reivindicaión a mano armada, toca en delirio; lo seguro,lo cuerdo, estriba en apercibirse para la obra mañana. Trabajemos con la paciencia de la hormiga,i acometamos con la destreza del gavilán. Que la codicia de Chile engulla guano i salitre; ya vendrá la hora de que su carne coma hierro i plomo.

Dejemos a otros el soñar reivindicaciones sin combates o revoluciones sin víctimas, i pensemos que lo malo no está en derramar sangre, sino en derramarla infructuosamente. Los pueblos no cuentan con más derechos que los defendidos o conquistados con el hierro; y la libertad nace en las barricadas 0 campos de batalla,no en protocolos diplomáticos ni ergos y distingos de Salamanca.

Digan lo que digan ilusos i sentimentales,quien vence, vence. El vencedor, aunque pulverice al vencido i cometa delitos de lesa humanidad, deslumbra i seduce al mundo. En la mascarada de la Historia, todo crimen con l'aureola del buen éxito se conquista el nombre de virtud.

Si algo cuesta salir vencido; respondan los habitantes de Iquique i Tarapacá, condenados a vivir de huéspedes en su propia casa; responden los de Arica i Tacna, destinados a esperar dudoso rescate, como navegantes cautivados por piratas arjelinos.

Nosotros, que vemos el Sol sin que nos dé sombra la figura del invasor, no alcanzamos a imajinar la reprimida cólera de los peruanos sometidos a la dominación de Chile. Ellos confían i esperan en nosotros. No hablan; pero en silencio nos tienden los brazos, en silencio vuelven los ojos hacia nosotros,en silencio paran el oído aguardando escuchar el rumor de nuestros pasos. Como la Polonia de Víctor Hugo, las poblaciones del Sur esperan i esperan, i nadie va.

I ¿quién ha de ir? Antes que nosotros vayamos hacia ellas alguien regresará contra nosotros. Chile n'olvida el camino del Perú, volverá. I sus venidas son de temerse, porque recuerdan las invasiones de los hunos i las razzias de los árboles: él destruye todo lo inmueble, desde la casa del rico hacendado hasta la choza del pobre indio; él traslada a Santiago todo lo mueble,desde el laboratorio de la escuela hasta el urinario de la plaza pública. Quien fabrique un'habitación, trabaje una mina o siembre un campo, debe pensar que fabrica, trabaja o siembra para Chile. La madre que se regocija con su hijo primojénito, debe pensar que ha de verle acribillado por balas chilenas; el padre que s'enorgullezca con su hija predilecta, debe pensar que ha de verla violada por un soldado chileno.

Mientras se desgalgue la segunda invasión, atengámonos , ver en todas nuestras cuestiones financieras o internacionales la solapada intervención de Chile, cuando no la injerencia escandalosa i las órdenes conminatorias. Resuelto el problema de Arica y Tacna, suscitará nuevas complicaciones para mantenernos en continuo jaque; i el día que aparente olvidarnos o finja sentimientos benévolos, será cuando piense más en nosotros i fragüe mayores perfidias en nuestro daño. No satisfecho con habernos herido i espoliado ni con hacernos sentir a cada momento la humillación de la derrota, Chile buscará frívolos achaques para denigrarnos i acometernos, porque persigue la obra sistemática i brutal de imprimirnos en la cara un afrentoso estigma, de clavarnos un puñal en el corazón.



1888