Pensamientos (Rousseau 1824): 20

LIBERTAD DEL HOMBRE.


Ningun ser material es activo por sí mismo, y yo lo soy: en vano se me quiere disputar esto; lo siento, y este sentimiento es mas fuerte que el raciocinio que le combate. Tengo un cuerpo sobre el cual obran los demas, y que obra sobre ellos: esta accion recíproca no puede ponerse en duda; pero mi voluntad es independiente de mis sentidos: consiento ó me resisto, me rindo ó soy vencedor; y siento perfectamente en mí mismo cuando hago lo que he querido hacer, ó cuando no hago mas que ceder á mis pasiones. Siempre tengo el poder de querer, no siempre la fuerza de ejecutar. Cuando me entrego á las sensaciones, obro segun el impulso de los objetos esternos: cuando me echo en cara esta debilidad, solo escucho á mi voluntad. Soy esclavo por mis vicios, y libre por mis remordimientos: el sentimiento de mi libertad no se borra en mí sino cuando me depravo, y cuando, en fin, estorbo que se levante la voz del alma contra la ley del cuerpo.

No conozco la voluntad sino por el sentimiento

de la mía, y el entendimiento no me es mas conocido. Cuando se me pregunta cual es la causa que determina mi voluntad, pregunto á mi vez cual es la que determina mi juicio, porque es claro que estas dos causas solo son una; y si se comprende bien que el hombre es activo en sus juicios, que su entendimiento no es otra cosa que el poder de juzgar y de comparar, se verá que su libertad no es mas que un poder semejante ó derivado de aquel. Elige el bien, si ha juzgado bien de lo verdadero; y el mal, si ha juzgado erróneamente. ¿Y cual es la causa que determina su voluntad? Su juicio. ¿Y cual es la causa que determina su juicio? La facultad inteligente, su potencia de juzgar: la causa determinante está en él mismo. En pasando mas allá, nada entiendo.

Sin duda que yo no soy libre de no querer mi propio bien, ni de querer mi mal; sin embargo, en esto mismo consiste mi libertad, en que no puedo querer sino lo que me conviene ó que yo pienso convenirme, sin que nada que me sea estraño me determine. ¿Se sigue de aquí que yo no soy árbitro de mí mismo porque no lo sea de otro que yo?

El principio de toda accion reside en la

voluntad de un ser libre, y no es posible remontarnos mas allá. No es el nombre de libertad el que no significa nada, es el de necesidad. Suponer algun acto, algun efecto que no derive de un principio activo, es suponer verdaderamente unos efectos sin causa, es caer en el círculo vicioso: ó no hay primer impulso, ó todo primer impulso no tiene ninguna causa anterior, y no hay verdadera voluntad sin libertad. El hombre es pues libre en sus acciones, y como tal animado por una sustancia inmaterial.

Si el hombre es activo y libre, si obra por sí mismo, todo lo que hace libremente está fuera del sistema ordenado por la Providencia, y no puede ser imputado á esta. La Providencia no quiere el mal que hace el hombre abusando de la libertad que le da, pero no le impide hacerlo; ya sea porque de parte de un ser tan débil este mal sea nulo á sus ojos, ó ya porque no pudiese impedirlo sin violentar su libertad, y hacer un mal mayor, degradando su naturaleza. Le ha hecho libre para que hiciese, no el mal, sino el bien por eleccion. Le ha puesto en estado de hacer esta eleccion, usando bien de las facultades de que le ha dotado; pero

ha limitado de tal modo sus fuerzas, que el abuso de la libertad que le deja no puede turbar el órden general. El mal que hace el hombre recae sobre él mismo, sin variar en nada el sistema del mundo, y sin estorbar que á despecho de sí misma se conserve la especie humana. Quejarse de que Dios no le estorba hacer el mal, es quejarse de que le haya hecho de una escelente naturaleza, de que haya puesto en sus acciones la moralidad que las ennoblece, y de que le dió derecho á la virtud. El goce supremo está en el contento de sí mismo: para merecer este contento, se nos ha puesto sobre la tierra, se nos ha dotado de libertad, somos tentados por las pasiones, y contenidos por la conciencia. ¿Que mas podia hacer en nuestro beneficio la misma potencia divina? ¿Podia hacer contradictoria nuestra naturaleza, dando el premio de las buenas obras á quien no tuviese la potestad de obrar mal? ¡Que! para estorbar que el hombre fuese malo, ¿era preciso limitarle al instinto y hacerle bruto? No, no, Dios de mi alma, jamas te acusaré de haberla formado á imágen tuya para que como Tú pudiese ser bueno, libre y feliz.