Pedro de Quevedo y Quintano (Retrato)
EL OBISPO DE ORENSE.
editar
Don Pedro de Quevedo y Quintano nació en Villanueva del Fresno, Diócesis de Badajoz, en 12 de Enero de 1736, de una familia no menos distinguida por su nobleza y bienes de fortuna, que por el generoso uso que hacia de sus riquezas. Destinado por sus padres y por inclinación propia á la carrera de las letras y de la Iglesia, estudió la Gramática Latina en el colegio de Jesuitas de Badajoz, la Filosofía y la Teología en el de S. Bartolomé y Santiago de Granada, bajo la dirección de los mismos Padres, y se graduó de Bachiller en ambas ciencias por aquella universidad. Su carrera, desde que se graduó de Licenciado en Avila hasta que fue promovido al Obispado de Orense, no se diferencia á primera vista de las de los demás eclesiásticos que siguen los mismos estudios, pasan por las mismas pruebas y ocupan los mismos cargos. Pero lo que eminentemente le distinguía entre los demás estudiantes y clérigos de su tiempo, y aun entre todos los hombres, era su genio pronto y vivo, su aplicación tenaz, su aprovechamiento extraordinario, á que se agregaba una piedad profunda, un recogimiento sin igual, una santidad de costumbres la mas respetable, y una liberalidad y caridad sin límites, que rayaba en prodigalidad y abandono. Dar y socorrer eran la primera necesidad de su alma, asi como adquirir es la del común de los hombres, y Quevedo era caritativo y generoso con el mismo ahinco y pasión con que otros son avaros. Frugal en su casa, mal traído en su persona, repartía á los pobres todos los productos de su prebenda, y sus padres tenían que mantenerle cuando canónigo, del mismo modo que cuando estudiante. En aquel objeto eran invertidas las ropas, las alhajas, los regalos que su familia le enviaba: aun se recuerda en Salamanca que dió á los pobres el dinero que le fue librado para recibirse de Doctor, y que hubo de repetirse el envió por mano de tercero, para que no le diese igual destino.
Tantas virtudes, unidas al concepto que se tenia granjeado de capacidad y sabiduría, le elevaron á la silla de Orense en 1776. Cuál se mostrase en el Ministerio pastoral, lo dice la opinión pública, que desde entonces hasta su fallecimiento consideró resucitados en él los Prelados de la Iglesia primitiva, haciendo resonar en España y fuera de ella con ecos de veneración y de aplauso el nombre del Obispo de Orense. Llegada la época de la invasion francesa, sus virtudes y su caracter recibieron nuevo lustre y se manifestaron con mayor actividad y energía. Negóse resueltamente á concurrir á la asamblea de Bayona; resistió reconocer á Josef Napoleon, dando para ello las razones tan sólidas como enérgicas que constan de la carta que con esta ocacion escribió al Consejo de Castilla en Julio del mismo año; fue Presidente de la Junta de Orense, despues de la de Lobera, y asistió también algún tiempo á la Suprema de Galicia. Y cuando el Mariscal Soult le invitó desde Orense á que se restituyese á aquella capital, excitándole con toda suerte de honor y de respeto á que fuese á aquietar desde allí la agitación de la provincia, él, retirado entonces en Portugal, contestó con no menos urbanidad que firmeza, agradeciendo la honra y negándose á la propuesta.
En 1810 al trasladar la Junta Central el poder supremo que ejercía á la primera Regencia, nombró al Obispo Quevedo presidente del nuevo Gobierno, para darle mas autoridad y respeto con un nombre tan reverenciado. Dudóse mucho que aceptase aquel cargo, pero se embarcó, y llegó á Cádiz en Mayo del mismo año, entrando á tomar la parte que le cabía en el gobierno supremo, y ejerciéndola con la misma integridad y entereza que todas las demás comisiones que había tenido en su vida. El instaló, como Presidente de la Regencia, las Cortes extraordinarias: opuesto por carácter y por doctrina al principio político adoptado por aquella asamblea, como base de su autoridad y operaciones, el Obispo se negó á reconocerlo en el juramento que le fue exigido, y de aqui las contradicciones que tuvo, el proceso que se le formó y después su resistencia á jurar la Constitución del año 1812, de que resultaron la ocupación de sus temporalidades y su expatriación. No insistiremos mas en estos hechos tan ciertos como notorios: el Obispo sin duda hizo en ellos prueba respetable de entereza y lealtad, pero siendo tan recientes, y viviendo aun tantos de los que alli se hallaron é intervinieron, él mismo nos aconsejaría esta prudente circunspeccion, y no permitiría que diésemos ocasión con su alabanza á comparaciones y recriminaciones odiosas.
Cesaron estos tristes debates con la venida de S. M. en 1814. El Obispo entró en Orense como en triunfo, y gozó desde entonces la tranquilidad y satisfaccion debidas á su mérito y á sus servicios. Renunció el Arzobispado de Sevilla, negóse á venir á la Corte á que se le invitó diferentes veces, y como á la fuerza hubo de admitir las insignias de la Gran Cruz de Cárlos III, y por último el Capelo. para el que sin noticia suya fue propuesto al Sumo Pontífice por S.M. Su modestia, ó mas bien indiferencia por estas satisfacciones mundanas, salia en sus palabras como reinaba en su corazon. En el regocijo y fiestas con que la ciudad de Orense solemnizó su investidura de Cardenal, se le oyó decir: toda esta bulla se reduce a que seré enterrado con ropa encarnada en vez de morada
Su muerte, tal dulce como pronta, acaeció en 28 de Marzo de 1818: sus exequias fueron magníficas; pero el mayor lustre de su pompa eran las lágrimas de todos los menesterosos, que perdian en él su bienhechor y su amparo, y la veneracion profunda y religiosa con que los concurrentes acompañaban los restos de aquel varon singular, dechado admirable de virtudes apostólicas.