Pedagogía social/Coeducación
La coeducación sexual es un capítulo de la coeducación integral. Parcialmente instituída, por amorosos que sean los cuidados dedicados a la coeducación sexual, los resultados no arribarán sino a conclusiones parciales, discordantes y contraproducentes, en la mayoría de los casos.
La solución a que aspira es esencialmente humana. Y nada tan difícil de manejar como los más delicados resortes.
Sentado en principio que su realización aisladamente debe ser provisoria, definámosla, "sistema que consiste en reunir en la misma escuela y en la misma aula a varones y mujeres para darles una educación e instrucción equivalente".
Apenas tolerado en algunos países, libremente ensayado por unos, abiertamente preferido por otros, la coeducación sexual ha llegado a ser criticada hasta en el país que mayores beneficios le debe: los Estados Unidos.
En Alemania, Inglaterra, Holanda, Suecia, Noruega, gran parte de Suiza, son mixtas las escuelas primarias frecuentadas por protestantes.
Desde la edad de 10 a 12 años hasta la Universidad, sepáranse los varones de las mujeres en las escuelas primarias superiores e institutos de enseñanza secundaria.
La coeducación sexual, desde la escuela infantil hasta la normal y universitaria, ensáyase en algunas colonias inglesas y en los Estados Unidos en población escolar de origen protestante. Circunstancia notable. Los estados que más rápidamente progresan prefiere abiertamente la coeducación sexual.
Antes de pasar rápida revista por los inconvenientes achacados a este sistema, notemos que, en todas las regiones habitadas por católicos, la coeducación sexual ha encontrado insalvables obstáculos. Doquiera la naturaleza ha creado un matiz, una diferencia, los prejuicios religiosos han cavado un abismo. Dividir para reinar ha sido y sigue siendo el lema clerical.
Inconvenientes intelectuales, físicos y morales atribúyense a la coeducación.
¿Debe ser idéntica, en todo momento y en todos los casos, la educación e instrucción dada a uno y a otro sexo?
Equivalente, sentamos al deflnirla. Nada impide separar los varones de las mujeres o dar, en un mismo salón, trabajo apropiado a cada sexo.
Siendo un hecho que por razones de herencia, de medio ambiente y de educación, que serán fácil pero lentamente descartadas en adelante, el hombre ha llegado a un desarrollo intelectual incuestionablemente superior, ¿no hay peligro evidente en someter al varón y a la mujer a un mismo sistema educativo que exigirá de ambos el mismo esfuerzo?
Aparentemente la razón es de peso: No así si nos remitimos a la experiencia. Todo el que haya estudiado en Facultades, por ejemplo, de régimen mixto, comprobará que, en igualdad de circunstancias, la mujer aprende con mayor facilidad que el hombre y da exámenes más brillantes. ¿Contradicen estos hechos la teoría sentada al principio de la actual inferioridad femenina? Si de cerca observamos las causas, veremos que, lejos de ello, la confirman. Los organismos inferiores se desarrollan en menor tiempo que los superiores; así también el grado de evolución conquistado está en relación con el mayor o menor tiempo de maduración.
Además, caracterízase lo inferior por su fácil adaptación al medio, por su poder de imitación, por su mimetismo engañoso.
La generalidad de los estudios, desde el Jardín de Infantes hasta la Universidad, no exigen más que esfuerzos de memoria mecánica, adopción de ajenas teorías, imaginación reproductora vivísima, psitacismo, verborragia. Y bien, la joven desarróllase más rápidamente que el varón; adáptase maravillosamente al medio; tiene notable poder de imitación; su memoria verbal es única y el mimetismo podría ser clasificado entre las cualidades femeninas por excelencia.
De ahí que la alumna, generalmente superior al alumno, en igualdad de condiciones, llegado el caso de sacar provecho de esa instrucción puramente verbal, encuentra en la falta de facultades prácticas —no ejercitadas por su sexo y por lo tanto no heredadas—; en el exceso de facultades teóricas e imaginarias, es decir, inútiles; y en la oposición de los intereses creados y fortalecidos por el ambiente familiar, social, político, universal, insuperable obstáculo que vuelve contra ella misma, por la decepción que disminuye las fuerzas, lo asimilado con relativa facilidad.
Pero, lo que por ahora interesa, el surmenage femenino queda descartado de la coeducación.
—¿Y el masculino? Peligro es ese que nadie ha notado aún. Como las facultades psíquicas femeninas son las brillantes y más rápido su poder de asimilación, creeráse que el varón tiene que esforzarse para alcanzar los mismos resultados. Si se reflexiona en que en él lo existente es personal, característico, propiedad intrínseca, bien pronto se desechará todo temor.
—¿Debe ser idéntica, en todo momento y en todos los casos, la educación física dada a la mujer y al varón?
Equivalente, volvemos a insistir: Gracia, harmonía, esbeltez, euritmia. He ahí el ideal femenino. Fuerza, precisión, habilidad, es el masculino.
Siendo la moral una resultante del armonioso desarrollo de lo físico y de lo psíquico, las diferencias sexuales normales, consecuencia de los temperamentos y de las funciones, subsistirán a pesar de que la orientación general sea una y se dé en común, aprovechando las ocasiones que surjan.
Como se ha sentado, inconmovible cual verdad revelada, que la coeducación no podrá ser ensayada con esperanzas de éxito en los países de raza latina, citaré dos experimentos realizados, respectivamente, en Francia —donde costumbres, prejuicios y religión le son abiertamente contrarios— y en la República Oriental del Uruguay.
Desde 1880 hasta 1894, Mr. Paul Robin, al hacerse cargo del Orfelinato Prévost, ensayó el método integral de educación, cuya base práctica fué la coeducación sexual.
En Cempuis, en plena región clerical, él, un librepensador, luchó 14 años consolidando con lo mejor de él mismo esa institución, finalidad de su vida, que prejuicios religiosos echaron por tierra infamándola, calumniándola.
Remito, para detalles, a la admirable obra "Educación integral", escrita por Gabriel Giroud, ex alumno de Cempuis.
Obra en mi poder, gentilmente ofrecido por la señora Julia S. de Curto, el informe que, en 1878, elevó el vicepresidente de la sociedad Amigos de la Educación a la comisión directiva, presidida por Francisco A. Berra sobre un ensayo de coeducación practicado en el Durazno, República Oriental del Uruguay.
El mismo doctor Berra historia, en 1899, ese caso: "La experiencia universal prueba que la reunión de personas de los dos sexos es más favorable a la educación de la infancia por causas análogas a las que obran en el ánimo de las personas mayores para que se respeten más cuando hombres y mujeres están reunidos que cuando están separados.
"En los establecimientos mixtos se abstienen los varones porque están en presencia de niñas; y se abstienen las niñas porque están en presencia de varones. El pudor y el respeto ejercen mayor imperio de sexo a sexo, que entre niños del mismo sexo. Referiré uno de los muchos casos que pudieran citarse: Una sociedad popular del Uruguay fundó una escuela para varones, otra para niñas. Esta, dirigida por doña Julia S. de Curto, marchó bien. La otra, después de un cambio de maestro, se desordenó, y el desorden creció hasta punto tal, que los alumnos, muchos de ellos de 15, 16 y 17 años, llegaron a ser el terror del vecindario. La sociedad popular, después de haber agotado infructuosamente los medios disciplinarios usuales, se reunió para deliberar con tal motivo. No había dos opiniones: Era necesario poner fin al escándalo cerrando la escuela de varones. Ya se iba a votar cuando se anunció a la Directora de la Escuela de Niñas. Se la oyó con estupor: Iba a proponer, como remedio eficaz del mal, la reunión de aquellos desenfrenados con las niñas. La negativa fué unánime e instantánea. Ella insistió, razonó, empeñó su palabra. Tanta resolución y tanta confianza animaron a la sociedad a probar, a condición de expulsar a todos los varones en cuanto se produjera la más leve inconveniencia. Cundió rápidamente la noticia de esta audaz determinación y, antes de 24 horas, las madres atemorizadas habían retirado sus niñas excepto unas pocas. La maestra no se desalentó por ello. Recibió a los nuevos alumnos, sentó a cada uno al lado de una niña, en mesa-bancos hechos para dos personas y empezó a dar lecciones sin hacer la menor prevención. Según lo acordado, dos miembros de la sociedad fueron ese día a enterarse del estado de la escuela: Profundo silencio, orden ejemplar, ninguna novedad. La visita se repitió al día siguiente, al otro, en varios días más: el mismo orden. Un día se encontró la comisión con una novedad: En un pizarrón vió una raya trazada a tiza que denunciaba una falta. La maestra expuso que uno de los varones había dicho algo a su compañera durante la lección. Era hora de salida. Fuéronse varios. Llegó el turno de uno de los varones; la maestra lo despide como a los demás; él se pone de pie pero no marcha; está cabizbajo. La maestra le pide explicación; él se le acerca humildemente y le suplica que le borre la falta. —¿Quién le había dicho que era suya? Nadie. Él se lo presumía porque en el momento de señalarla conversaba. —¿Qué? —Pedía un lápiz a su compañera porque se había despuntado el suyo. La maestra desaprueba el hecho y resiste el pedido; él lo repite una, dos y tres veces y por último prorrumpe en llanto. Meses después, al final del año, fuí a presidir los exámenes. Me encontré con la Escuela llena de niñas y varones, de 6 a 15 ó 16 años de edad, sentados con mucha compostura, una niña junto a un varón. Todo había marchado del modo más satisfactorio; las madres que al principio de la innovación se habían alarmado volvieron sucesivamente a mandar sus niñas, y otras más habían seguido el ejemplo. La escuela Mixta de la Sociedad Popular del Durazno fué modelo de corrección". —F. A. Berra.
Y todo marchó con igual resultado durante los 8 años que la señora de Curto dirigió la escuela.
Afirmo, por propia experiencia en la Escuela Normal Mixta de La Plata fundada y dirigida por ese genio pedagógico que se llamó Mary O. Graham, que en la Argentina, como en todo país joven, la coeducación tiene la seguridad del triunfo. No pesa sobre América, tierra de promisión —y así puede llamársela después de haber visitado decrépitas naciones— no pesa sobre América la tradición de largos siglos de galantería morbosa y frívola; joven y sana, tiene derecho a contar en la excelsitud de la naturaleza humana y en la libertad.
—¿Cómo implantará la Argentina el sistema de coeducación sexual?
Insistamos en que es la rueda más delicada del complicado engranaje de la educación integralmente humana que transformará la escuela actual anti-natural y anti-lógica, en la escuela-hogar, al aire libre, cerca del mar, en la montaña o en el llano, donde el niño estará rodeado por aquéllos que para él vivan y no, como hoy, por aquéllos que por él viven, convirtiendo en profesión lo que es un sacerdocio; donde la educación y la instrucción moral serán base y finalidad de toda enseñanza. Pero eso pertenece a un lejano porvenir, época en que el hombre habrá sentido en dolor y recién aspirado en ideal, que su vida, en él mismo y en sus descendientes y el mejoramiento de esa vida, en el presente y en lo futuro —superándose a sí mismo al crear—, deben constituir su único y poderoso núcleo educativo.
Hoy por hoy, contentémonos con lo factible aisladamente sin perder de vista el plan de conjunto a que arribaremos en lo futuro.
Nuestra ley de educación es, aparentemente, favorable a esta reforma. Pero como el árbol se conoce en sus frutos, basta visitar las escuelas nuestras, prácticamente unisexuales, para deducir que esa ley peca por su base.
Un agregado la modificará radicalmente: El disponer que en toda escuela se inscriban mitad por mitad varones y niñas, comenzando, el primer año con el primer grado y, sucesivamente, año tras año, extendiéndose, hasta abarcar toda la enseñanza primaria.
Contraria a toda verdadera humana cultura es la fundación de institutos de enseñanza secundaria exclusivamente para mujeres. Si el número de mujeres es menor al de los varones, en la totalidad de los estuclios secundarios, sitúese el Liceo o Colegio Nacional Mixto —mitad varones y mitad mujeres—, insisto en este equilibrio, en el centro de la ciudad, facilitando todo medio de acceso a él, y ábrase la inscripción.
Los alumnos llegados a la Universidad no exigen los mismos cuidados porque ya son más capaces de bastarse a sí mismos. De paso haré notar que el desequilibrio en la inscripción, ya dé más varones o ya más mujeres, es igualmente pernicioso. Remito al caso de la Facultad de Filosofía y Letras.
El único inconveniente con que la escuela mixta tropezará es aquél con que la actual escuela tropieza. Que para educar se necesitan maestros, apóstoles y no profesionales o ganapanes. Y es un hecho doloroso que está en la conciencia de todo el que a educar se dedica, que nuestras escuelas normales no forman más que al profesional. No hay en ellas ideal que vivique lo enseñado, no hay en ellas almas grandes consagradas por entero a la más noble de las tareas. A despertar en el niño y en el joven al dios que duerme en él y cuya sola promesa de apoyo es seguridad de genial afirmación en lo futuro.
Permitid que estas amargas verdades las diga quien puede hablar con conocimiento de causa, quien vió a una maestra y aprendió, en esa vida sacrificada toda a la enseñanza, cómo se educa.
Antes de analizar las causas y de proponer los remedios, haré notar que, siendo la coeducación delicadísima y esencial rodaje en la complicada máquina escolar, exige de quien lo manipule tacto e inteligencia, fusionados por el amor al niño. Después de lo aseverado anteriormente inútil parecería buscar entre nosotros quienes reunan esas cualidades, sobre todo la de amar al niño. Lejos de mí semejante afirmación. El mal régimen actual ahoga, desvía, atrofia el innato amor del hombre o de la mujer por el niño. La escuela-hogar, la coeducación sexual, su finalidad, la religiosidad humana, sacarán de nuevo por verdadero al principio: la función hace al órgano. Y el maestro, apóstol, creador, artista, será engendrado por la escuela humana.
—¿A qué tenderá la coeducación para aproximar en la escuela el reino de lo divino natural, de la cultura integral del hombre?
A la coeducación social, en primer término. Entendiéndose por ello, la escuela laica, del Estado, para todos sin excepción de castas ni de categorías donde, ricos y pobres, durante los primeros años de la vida en que las impresiones son indelebles, conquistarán la sabiduría — el cómo ser feliz en medio de los felices — de acuerdo con sus aptitudes para el mayor bien de la humanidad.
Para el niño reclamamos la coeducación social, sexual y humanamente integral proponiendo como medios prácticos la escuela infantil única — hasta los 10 años — la implantación progresiva y equilibrada de la coeducación basada en la educación e instrucción sexual y la transformación de la antihumana escuela actual en un hogar de niños y para niños, al aire libre, cerca del mar, en la montaña o en el llano cuando, en un futuro que deseamos siquiera entrever, el hombre se ha- ya convencido de que su único deber, del que todos los demás derivan, es mejorarse individualmente y superarse a sí mismo al dar vida a un nuevo ser.
Para el maestro auguramos la transformación de su actual profesión en divino apostolado.
—¿Qué medidas prácticas encaminarán a ello?
El profesorado tiene que ser necesariamente mixto. Sabido es que no se crea un organismo con una ley ni con un anhelo. Pero quizás determinadas medidas contribuyan a que se desarrolle lo larvado.
La enseñanza primaria está casi exclusivamente en manos femeninas. Y de esta casi exclusividad, como de cualquier desequilibrio, no son ventajas las que lógicamente deben esperarse. Siendo mixta la escuela para equilibrio y armonía de ambos sexos, por idéntica razón mixto debe ser el personal docente. ¿Cómo llevar al hombre a una ocupación míseramente retribuída? Dignificándola por el aumento de sueldo y sobre todo por la seguridad del ascenso: estableciendo el escalafón escolar.
Diráse que, así y todo, no se llegará jamás en la Argentina a equilibrar la proporción de maestros y maestras. Estoy de ello convencida. Por iguales razones, en los Estados Unidos la mujer tiene en sus manos la casi totalidad de la educación infantil. Pero hay otro recurso ensayado allí con admirables resultados: el permitir que la mujer ocupe puestos directivos. No sólo el ofrecerle la conquista de la dirección de establecimientos docentes sino el hacer accesible, en igualdad de condiciones, al hombre y a la mujer, las inspecciones, las vocalías, las presidencias de los consejos de educación.
Una ojeada sobre la denigrante posición actual de la mujer que solicita trabajo como maestra o como catedrática hará resaltar la mejora moral, la dignificación que importara al magisterio el arribo de la mujer a esos puestos directivos. Pensar tan sólo que son casi exclusivamente mujeres las que solicitan y que son exclusivamente hombres los que conceden y se hallará la causa fundamental del descrédito en que ha caído la palabra "maestra".
Para el magisterio reclamamos, entonces, una orientación que arribe al personal mixto, la dignificación de esa carrera al establecer la ley orgánica del profesorado y el escalafón escolar que permita a cada maestro la posible conquista de los puestos directivos. Complemento lógico de tal ley, será el establecer, como condición previa para ocupar cualquier cargo docente o directivo, que el candidato sea "maestro" en el más amplio concepto del término.
Mixta la escuela, mixto el personal docente, mixta la dirección de enseñanza que orienta y gobierna, el ciclo de la coeducación sexual se completará y se perfeccionará a sí mismo por razones intrínsecas, de propia y legítima conservación, y no extrínsecas, artificiales como ahora sucede.