Panegírico al Duque de Lerma

​Panegírico al duque de Lerma​ de Luis de Góngora y Argote


I

Si arrebatado merecí algún día
tu dictamen, Euterpe, soberano,
bese el corvo marfil hoy de esta mía
sonante lira tu divina mano;
émula de las trompas su armonía,
el Séptimo Tríón de nieves cano,
la adusta Libia sorda aun más lo sienta
que los áspides fríos que alimenta.


II

Oya el canoro hueso de la fiera,
pompa de sus orillas, la corriente
del Ganges, cuya bárbara ribera
baño es supersticioso del oriente;
de venenosa pluma, si ligera,
armado lo oya el Marañen valiente;
y débale a mis números el mundo
del fénix de los Sandos un segundo.


III

Segundo en tiempo sí, mas primer Sando
en togado valor, dígalo armada
de paz su diestra, díganlo trepando
las ramas de Minerva por su espada,
bien que desnudos sus aceros cuando
cerviz rebelde o religión postrada
obligan a su rey que tuerza grave
al templo del bifronte dios la llave.


IV

Este, pues, digno sucesor del claro
Gómez Diego, del Marte cuya gloria
a las alas hurtó del tiempo avaro
cuantas le prestó plumas a la historia,
éste, a quien guardará mármoles Paro
que engendre el arte, anime la memoria,
su primer cuna al Duero se la debe
si cristal no fue tanto cuna breve.


V

Del Sandoval, que a Denia aun más corona
de majestad que al mar de muros ella,
Isabel nos lo dio, que al sol perdona
los rayos que él a la menor estrella,
hija del que la más luciente zona
pisa glorioso, porque humilde huella
(general de una santa compañía)
las insignias ducales de Gandía.


VI

Alta resolución, merecedora
del que ya le previene digno culto
su nieto generoso, oculto ahora,
bien que prescribe su esplendor lo oculto:
debido nicho la piedad le dora,
la devoción al no formado bulto
de bálsamo (en el oro que aun no pende),
alimenta los rayos que le enciende.


VII

Joven después el nido ilustró mío,
redil ya numeroso del ganado
que el silbo oyó de su glorioso tío,
pastor de pueblos bienaventurado;
con labio alterno aun hoy el sacro río
besa el nombre en sus árboles grabado.
¡Tanta le mereció Córdoba, tanta
veneración a su memoria santa!


VIII

Dulce bebía en la prudente escuela
ya la doctrina del varón glorioso,
ya centellas de sangre con la espuela
solicitaba al trueno generoso,
al caballo veloz que envuelto vuela
en polvo ardiente, en fuego polvoroso;
de Quirón no biforme aprende luego
cuantas ya fulminó armas el Griego.


IX

Tal vez la fiera que mintió al amante
de Europa con rejón luciente agita;
tal, escondiendo en plumas el turbante,
escaramuzas bárbaras imita;
dura pala, si puño no pujante,
viento dando a los vientos ejercita,
la vez que el monte no fatiga vasto,
Hipólito galán, Adonis casto.


X

De espumas sufre el Betis argentado
remos que lo conduzgan, ofreciendo
el oro al tierno Alcides, que guardado
del vigilante fue dragón horrendo;
delicias solicita su cuidado
a las nudosas redes, exponiendo
lo que incógnito más sus aguas mora,
que extraña el cónsul, que la gula ignora


XI

Napea en tanto a descubrir comienza
bien peinado cabello, mal enjuto,
siendo al Betis un rayo de su trenza
lo que es al Tajo su mayor tributo;
salió al fin, y hurtando con vergüenza
sus bellos miembros a silvano astuto
(que infamar lo vio un álamo prolijo)
esto en sonantes nácares predijo:


XII

«Crece, oh de Lerma tú, oh tú de España
bien nacido esplendor, firme coluna,
que al bien creces común, si no me engaña
el oráculo ya de tu fortuna;
Cloto el vital estambre de luz baña
al que Mercurio le previene cuna,
al santo rey que a tu consejo cano
los años deberá de Octavïano».


XIII

Siguió a la voz (mas sin dejar rompido
a Juno el dulce transparente seno),
aplauso celestial, que fue al oído
trompa luciente, armonioso trueno.
A mayoral en esto promovido
su pastor sacro, el margen pisó ameno
en que, de velas coronado, el Betis
los primeros abrazos le da a Tetis.


XIV

No después mucho lazos tejió iguales
de Calíope el hijo intonso al bello
garzón augusto, que a coyundas tales
rindió no solo mas expuso el cuello;
abeja de los tres lilios reales
(dándole Amor sus alas para ello)
dulce aquella libó, aquella divina
del cielo flor, estrella de Medina.


XV

Deidad que en isla no que errante baña
incierto mar luz gemina dio al mundo,
sino Apolos lucientes dos a España
y tres Dianas de valor fecundo:
gloria del tiempo Uceda, honor Saldaña,
orbes son del primero y del segundo;
sidonios muros besan hoy la plata
que ilustra la alta Niebla que desata.


XVI

La antigua Lemus, de real corona,
ínclito es rayo su menor almena
a la segunda hija de Latona,
que de Sebeto aun no pisó la arena
cuando al silencio métrico perdona
la tantos siglos ya muda sirena,
cantando las que invidia el sol estrellas,
negras dos, cinco azules, todas bellas.


XVII

De un duque esclarecido la tercera
Cintia el siempre feliz tálamo honora,
la que bien digna de mayor esfera
su luz abrevia Peñaranda ahora.
Al padre en tanto de su primavera
los verdes años ocio no desflora,
marqués ya en Denia, cuyo excelso muro
de africanos piratas freno es duro.


XVIII

Al régimen atento de su estado,
a sus penates lo admitió el Prudente
Filipo, afecto a su elocuente agrado,
aun entre acciones mudas elocuente.
Ya (mal distinto entonces) el rosado
propicio albor del Héspero luciente,
que ilustra dos eclípticas ahora,
purpureaba al Sandoval que hoy dora.


XIX

Cetro superior fuerza suave
a la gracia (si bien implume) hacía
del pollo, fénix hoy que apenas cabe
en los prolijos términos del día;
de quien será en los siglos la más grave,
la mayor gloria de su monarquía,
elección grata al cielo aun en la cuna,
si a la emulación áulica importuna;


XX

a la invidia, no ya a la que el veneno
del quelidro, que más el sol calienta,
sino el alado precipicio ajeno
de las frustradas ceras alimenta;
esta, pues, que aun el más oculto seno
de los augustos lares pisa lenta,
celante altera el judicioso terno
de los sátrapas ya de aquel gobierno.


XXI

Mentida un Tulio, en cuantos el senado
ambages de oratoria le oyó culta,
la yedra acusa, que del levantado
apenas muro la estructura oculta;
temor induce, y del temor cuidado,
tan ponderosamente que resulta
la merced castigada, que en Valencia
los eslabones arrastró de ausencia.


XXII

¡Oh ceguedad! ¿Acuerdo intenta humano
fatal corregir curso fácilmente?
Tal ya de su reciente mies villano
divertir pretendió raudo torrente;
mucho le opuso monte mas en vano,
bien que desenfrenada su corriente
a cuanta Ceres inundó vecina
riego le fue la que temió ruina.


XXIII

Sale al fin, y del Turia la ribera,
vestida siempre de frondosas plantas,
dulce continuada primavera
le jura muchas veces a sus plantas;
de apacibilidad hace severa
homenaje recíproco otras tantas
el virrey, confirmando su gobierno
ósculo de justicia y paz alterno.


XXIV

Examinó tres años su divino
talento el que, no solo de alabanza
mas de premio, paréntesis bien diño
al período fue de su privanza.
Dejando al Turia sus delicias, vino
donde ya le tejía la esperanza
los verdes rayos de aquel árbol solo,
que los abrazos mereció de Apolo.


XXV

Camina, pues, de afectos aplaudido
a expectación tan infalible iguales,
cual del puente espacioso que has roído
con diente oculto, Guadiana, sales,
de los campos apenas contenido,
que templo son bucólico de Pales.
La ceremonia, en su recebimiento,
oro calzada, plumas le dio al viento.


XXVI

No del impulso conducido vano
de la ambición, al pie de su gran dueño
asciende, en cuya poderosa mano
dos mundos continente son pequeño.
Alas batiendo luego al soberano
sucesor se remonta, en cuyo ceño
se ríe el Alba, Febo reverbera,
águila generosa de su esfera.


XXVII

Menos dulce a la vista satisface
cristal, o de las rosas ocupado
o del clavel que con la aurora nace,
de aljófares purpúreos coronado,
que un pecho augusto. ¡Oh cuánta al favor yace
en líbica no arena, en variado
jaspe luciente sí, pálida insidia,
bebiendo celos, vomitando invidia!


XXVIII

Servía y agradaba; esta le cuente
felicidad (y en urna sea dorada)
piedra, si breve, la que más luciente
la antigüedad tenía destinada;
servía, y el enfermo rey Prudente
(de su vida la meta ya pisada)
con el hijo asentía en el afeto,
dignando de dos gracias un sujeto.


XXIX

Al mayor ministerio proclamado
de los fogosos hijos fue del viento,
que al Betis le bebieron ya el dorado
ya el cerúleo color de su elemento.
De sus miembros en esto desatado
el rey padre, luz nueva al firmamento
en nueva imagen dio: pórfido sella
la porción que no pudo ser estrella.


XXX

El heredado auriga, Faetón solo
en la edad, no Faetón en la osadía,
al diadema de luciente Apolo
en sombra obscura perdonó algún día.
Luto vestir al uno y otro polo
hizo, si anegar no su monarquía
en lágrimas, que pío enjugó luego
de funerales piras sacro fuego.


XXXI

Entre el esplendor, pues, alimentado
de flores, ya suave ahora cera,
y el dulcemente aroma lagrimado,
que fragranté del aire luto era,
los oráculos hizo del estado
digna merced del Sandoval primera
el Júpiter novel, de más coronas
ceñido que sus orbes dos de zonas.


XXXII

Su hombro ilustra luego suficiente
el peso de ambos mundos soberano,
cual la estrellada máquina luciente
doctas fuerzas de monte hoy africano;
ministro escogió tal, a quien valiente,
absuelto de sus vínculos en vano
el inmenso hará, el celestial orbe,
que opreso gima, que la espalda corve.


XXXIII

Próvido, el Sando al gran Consejo agrega
de espada votos y de toga armados,
que cuarto apenas admitió colega
la ambición de los triunviros pasados.
De competente número la griega,
la prudencia romana, sus senados
establecieron; bárbaro hoy imperio
concede a pocos tanto ministerio.


XXXIV

Tan exhausta, si no tan acabada,
halló no solo la real hacienda
mas lastimosa aún a la insaciada
del interés voracidad horrenda,
que España, del marqués solicitada,
generosa a su rey le hizo ofrenda;
siglos de oro arrogándose la tierra,
copia la paz y crédito la guerra.


XXXV

Confirmóse la paz, que establecida
dejó en Vervín Filipo ya Segundo,
que las últimas sombras de su vida,
puertas de Jano, horror fueron del mundo.
De álamos temió entonces vestida
la urna del Erídano profundo
sombras, que le hicieron, no ligeras,
sus Helíades no, nuestras banderas.


XXXVI

Alegre en tanto, vida luminosa
el hijo de la musa solicita
a la tea nupcial, que perezosa
le responde su llama en luz ermita;
en sus conchas el Savo la hermosa
guardó al Tercer Filipo Margarita
cuyo candor, en mejor cielo ahora,
suave es risa de perpetua Aurora.


XXXVII

Esta, pues, gloria nuestra, conducida
con esplendor real, con pompa rara,
de Graz, con mayor fausto recebida
del Octavo Clemente fue en Ferrara.
De joya tal quedando enriquecida
tan gran corona de tan gran tiara,
en leños de Liguria el mar incierto
vencido, Vinaroz le dio su puerto.


XXXVIII

De Valencia inundaba las arenas
España entonces, que su antiguo muro,
digno sí, mas capaz tálamo apenas
del himeneo pudo ser futuro.
Desatadas la América sus venas
de uno ostentó y otro metal puro:
¿qué mucho si, pisando el campo verde,
plata calzó el caballo que oro muerde?


XXXIX

Del leño aun no los senos inconstante
la bella Margarita había dejado,
y de su esposo ya escuchaba amante
lisonjas dulces a Mercurio alado:
al Sandoval, en céfiros volante,
de treinta veces dos acompañado
títulos en España esclarecidos,
en grana, en oro, el Alba, el Sol, vestidos.


XL

Con pompa recebida al fin gloriosa
la perla boreal fue soberana
en ciudad vanamente generosa
de nación generosamente vana.
Dulce un día después la hizo esposa
flamante el Castro en púrpura romana.
Fuese el rey, fuese España, e irreverente
pisó el mar lo que ya inundó la gente.


XLI

Esperaba a sus reyes Barcelona
con aparato, cual debia, importuno
a rayo ilustre de tan gran corona,
a murado tridente de Neptuno.
Ninguna de las dos real persona
ni de los cortesanos partió alguno
sin arra de su fe, de su amor seña,
aquélla grande, estotra no pequeña.


XLII

Al santuario luego su camino
del monte dirigieron aserrado,
donde el báculo viste peregrino
las paredes, que el mástil derrotado.
De este segundo en religión Casino
sus pasos votan al Pilar sagrado;
ufana al recebillos se alboroza
(mirándose en el Ebro) Zaragoza.


XLIII

Del reino convocó los tres estados
al servicio el marqués y, al bien atento
del interés real y convocados,
dacio logró magnífico su intento.
Sus parques luego el rey, sus deseados
lares repite, donde entró contento,
cuando a la pompa respondia el decoro
en estoque desnudo, en palio de oro.


XLIV

Entre el concento, pues, nupcial, oyendo
del Arno los silencios, nuestro Sando
las armas solicita, cuyo estruendo
freno fue duro al florentín Fernando;
el Fuentes bravo, aun en la paz tremendo,
vestido acero (bien que acero blando),
terror fue a todos mudo, sin que entonces
diestras fuesen de Júpiter sus bronces.


XLV

La quietud de su dueño prevenida
sin efusión de sangre, la campaña
de Carrión le duele humedecida,
fértil granero ya de nuestra España,
pobre entonces y estéril, si perdida
la mejor tierra que Pisuerga baña;
la corte les infunde, que del Nilo
siguió inundante el fructuoso estilo.


XLVI

De la esterilidad fue, de la inopia,
Gamón dulcemente perdonado
las espigas, los pomos de la copia,
al Júpiter debidos hospedado.
Pisuerga, sacro por la urna propia
y sacro mucho más por el cayado,
en muros tanto, en edificios medra,
que sus márgenes bosques son de piedra.


XLVII

Vigilante aquí el Denia, cuantos pudo
prevenir leños, fía a Juan Andrea,
que a Argel su remo los conduzga mudo,
si castigado hay remo que lo sea;
venda el trato al genízaro membrudo
cuando al corso no hay turco que no crea
su bajel, que no importa, si en la playa
el mar se queda, que el bajel se vaya.


XLVIII

¡Oh Argel! ¡Oh de ruinas españolas
voraz ya campo tu elemento impuro!
¡Oh a cuántas quillas tus arenas solas,
si no fatal, escollo fueron duro!
¡Imiten nuestras flámulas tus olas,
tremolando purpúreas en tu muro,
que en cenizas te pienso ver surcado
o de tus ondas o de nuestro arado!


XLIX

No ya esta vez, no ya la que al prudente
Cardona (desmentido su aparato),
las velas, que silencio diligente
convocaba, frustró segundo trato.
Volviéronse los dos: que llama ardiente,
sin vanas previas de naval recato,
la justicia vibrando está divina
contra esta pirática sentina.


L

En el mayor de su fortuna halago,
la que en la rectitud de su guadaña
Astrea es de las vidas, en Buitrago
rompió cruel, rompió el valor de España
en una Cerda. No mayor estrago,
no (cayendo) ruina más extraña
hiciera un astro, deformando el mundo,
enjugando el océano profundo,


LI

que de Lerma la ya duquesa, dina
de pisar gloriosa luces bellas,
que a su virtud del cielo fue Medina
cuna, cuando su tálamo no estrellas.
Cuantas niega a la selva convecina
lagrimosas dulcísimas querellas
da a su consorte ruiseñor viudo,
músico al cielo y a las selvas mudo.


LII

Prorrogando sus términos el duelo,
los miembros nobles, que en tremendo estilo
trompa final compulsará del suelo,
en los bronces selló de su lucilo.
De Pisuerga al undoso desconsuelo
aun la urna incapaz fuera del Nilo.
¿Qué mucho si, afectando vulto triste,
llora la adulación y luto viste?


LIII

Parte en el duque la mayor tuviera
el sentimiento y aun el llanto ahora,
si la serenidad no le trojera
alta del Infantado sucesora;
la que el tiempo le debe primavera
al Favonio en el tálamo de Flora,
siempre bella, florida siempre, el mundo
al Diego deberá Gómez segundo.


LIV

Al que delicia de su padre, agrado
de sus reyes, lisonja de la corte,
en coyunda feliz tan grande estado
el dote fue menor de su consorte,
Mecenas español, que al zozobrado
barquillo estudioso ilustre es norte,
¡oh cuánta le darán acciones tales
jurisdicción gloriosa a los metales!


LV

No después mucho madre esclarecida
a Margarita hizo el primer parto,
que ilustró el hemisferio de la vida
desde el adusto Can al gélido Arto.
Palas en esto láminas vestida
quinto de los planetas quiere al Cuarto
de los Filipos, duramente hecho
genial cuna su pavés estrecho.


LVI

Sus Gracias Venus a ejercer conduce
el ministerio de las Parcas triste:
cardó una el estambre, que reduce
a sutil hebra la que el huso viste;
devanándolo otra, lo traduce
a los giros volúbiles que asiste,
mientras el culto de las musas coro
sueño le alterna dulce en plectros de oro.


LVII

Agradecido el padre a la divina
eterna majestad, himnos entona
en regulados coros, que termina
la devoción de su real persona;
Piadoso luego rey, cuantas destina
penas rigor legal tantas perdona,
a los que al son de sus cadenas gimen
en los tenaces vínculos del crimen.


LVIII

Señas dando festivas del contento
universal, el duque las futuras
al primero previene sacramento,
que del Jordán lavó aun las ondas puras.
Emulo su esplendor del firmamento,
si piedras no lucientes, luces duras
construyeron salón, cual ya dio Atenas,
cual ya Roma teatro dio a sus scenas.


LIX

Diligencia en sazón tal, afectada
o casual, concurso más solene,
del rey hizo britano la embajada,
y el aplauso que España le previene;
de la vocal en esto diosa alada,
aunque litoral Calpe, aunque Pirene
siempre fragoso, convocó la trompa
a la alta expectación de tanta pompa.


LX

Ambicioso Oriente se despoja
de las cosas que guarda en sí más bellas;
Ceilán cuantas su esfera exhala roja
engasta en el mejor metal centellas;
de sus veneros registró Camboja
las que a pesar del sol ostentó estrellas:
el esplendor, la vanidad, la gala,
en el templo, en el coso y en la sala.


LXI

Desmentido altamente del brocado,
vínculo de prolijos leños ata
el palacio real con el sagrado
templo, erección gloriosa de no ingrata
memoria al duque, donde abreviado
el Jordán sacro en márgenes de plata
dispensó ya el que, digno de tiara,
de la fe es nuestra vigilante vara.


LXII

Ingenioso polvorista luego
luminosos milagros hizo, en cuanto,
purpúreos ojos dando al aire ciego,
mudas lenguas en fuego llovió tanto,
que, adulada la noche de este fuego,
no echó menos las joyas de su manto,
que en la fiesta hicieron subsecuente
la gala más lucida más luciente.


LXIII

Pisó el cénit, y absorto se embaraza,
rayos dorando el sol en los doseles
que visten, si no un fénix, una plaza,
cuyo plumaje piedras son noveles,
de Dafnes coronada mil, que abraza
en mórbidos cristales, no en laureles;
turbado las dejó porque celoso
a Júpiter bramar oyó en el coso.


LXIV

No en circos, no, propuso el duque atroces
juegos, o gladiatorios o ferales,
no ruedas que hurtaron ya veloces
a las metas, al polvo las señales;
en plaza sí magnífica, feroces,
a lanza, a rejón muertos, animales,
flechando luego en céfiros de España
arcos celestes una y otra caña.


LXV

Apenas confundió la sombra fría
nuestro horizonte, que el salón brillante
nuevo epiciclo al gran rubí del día,
y de la noche dio al mayor diamante;
por láctea después segunda vía,
un orbe desató y otro sonante
astros de plata, que en lucientes giros
batieron con alterno pie zafiros.


LXVI

Prolija prevención en breve hora
se disolvió, y el lúcido topacio,
que occidental balcón fue de la aurora,
ángulo quedó apenas del palacio.
De cuantos la edad mármores devora,
igual restituyendo al aire espacio
que ámbito a la tierra, mudo ejemplo
al desengaño le fabrica templo.


LXVII

Solicitado el holandés pirata
de nuestra paz o de su aroma ardiente,
no solo no al Témate le desata,
mas su coyunda a todo aquel Oriente.
Del mar es de la aurora la más grata,
cuando no la mayor de continente,
isla Témate, pompa del maluco,
de este inquirida siempre y de aquel buco.


LXVIII

Esta, pues, que de aquel gran mundo ha sido
universal emporio de su clavo
al político lampo, al de torcido
labio y cabello tormentoso cabo,
domada fue de quien, por su apellido
y por su espada ya dos veces Bravo,
mayor será trofeo la memoria
que el adelantamiento a su victoria.


LXIX

Gracias no pocas a la vigilancia
del duque atento, cuya diligencia,
próxima siempre a la mayor distancia,
sombra individua es de su presencia;
veneciana estos días arrogancia,
de vana procedida preeminencia,
al sacro opuesta celestial clavero,
esgrimió casi el obstinado acero.


LXX

¡Oh del mar reina tú, que eres esposa,
cuyos abetos el león seguros
conduce sacro, que te hace undosa
Cibeles, coronada de altos muros!
Alción de la paz ya religiosa,
los reinos serenaste más impuros.
¡Oh Venecia, ay de ti! Sagrada hoy mano
te niega el cielo, que desquicia a Jano.


LXXI

¡Ay mil veces de ti, precipitada
mas república al fin prudente! ¿Sabes
la que a Pedro le asiste cuánta espada
a sus dos remos es, a sus dos llaves?
De una y de otra lámina dorada
sus miembros aun no el Fuentes hizo graves,
que señas de virtud dieron plebeya
las togadas reliquias de Aquileya.


LXXII

Confuso hizo el arsenal armado
reseña militar, naval registro
de sus fuerzas, en cuanto oyó el senado
alto del rey católico ministro,
Néstor mancebo, en sangre y en estado
Castro excelso, dulzura de Caístro;
éste, pues, variando estilo y vulto,
duro amenaza, persuade culto.


LXXIII

Oración en Venecia rigurosa,
en Lombardía trompas elocuentes,
violencia hicieron judiciosa
a la mayor corona de prudentes.
Adria, que sorbió ríos ambiciosa,
tímida ahora, recusando Fuentes,
reducida desiste, humilde cede
al Quinto Paulo y a su santa sede.


LXXIV

Jacobo, donde al Támisis el día
mucha le esconde sinuosa vela,
legítimas reliquias de María,
sucesión adoptada es de Isabela;
lo materno que en él, ceniza fría
de nuevos dogmas, semivivo cela,
a paz con el católico lo induce,
afecto que humea si no luce.


LXXV

Este pues embrión de luz, que incierto
vivir apenas esplendor no sabe,
la nunca extinta púrpura de Alberto
alentó pía, fomentó suave;
España a ministerio tanto experto
varón delega, cuya mano grave,
alternando instrumentos, persuada
o con el caduceo o con la espada.


LXXVI

El Tassis fue de Acuña esclarecido,
ya de Villamediana honor primero,
el que a tan alto asunto delegido,
suavemente lo trató severo;
el de sierpes al fin leño impedido,
el fulminante aun en la vaina acero,
la paz solicitaron, que Bretaña,
que deberá, al glorioso conde, España.


LXXVII

Alma paz que, después establecida
del Velasco, del rayo de la guerra,
la tantos años puerta concluida
abrió al tráfico el mar, abrió la tierra;
Iris santa, que, el símbolo ceñida
de la serenidad, a Ingalaterra,
a España, en nudo las implica blando,
de los odios recíprocos ovando.


LXXVIII

No menos corvo rosicler sereno
el país coronó agradable, donde
en varios de cristal ramos el Reno
las sienes al océano le esconde;
el belicoso de la Haya seno,
bélgico siempre título del conde,
tronco del néctar fue, que fatigada
labró la guerra, si la paz no armada.


LXXIX

A la quietud de este rebelde polo
asintió el duque entonces indulgente,
que, por desenlazarlo un rato solo,
no ya depone Marte el yelmo ardiente;
su arco Gintia, su venablo Apolo,
arrimado tal vez, tal vez pendiente,
a un tronco éste, aquélla a un ramo fía,
ejercitados el siguiente día.