Páginas sueltas
Octubre 24/891 .
¡Con qué placer, Francisco, aspira ahora
Mi pulmón fatigado el aire libre
De la verde llanura! ¡Con qué gusto
La pupila paseo por la inmensa
Planicie, cuyos vastos horizontes,
Extendidos en círculo insondable
Al rededor de mí, conmigo avanzan.
No son, no, las prisiones siempre estrechas
De la impura ciudad, las que podrían
Atraerme otra vez: prefiero en mucho
La quietud del olvido á los afanes
Del combate mortal que allí se libra
Para llegar á la opresión ó al crimen.
¿Y qué espíritu noble no se siente
Indignado al saber que en todas partes,
Cual vasta inundación, domina el vicio,
Y que ya la virtud, de Bruto amada,
Es aquí, como en Roma, nombre vano?
¿Te sonríes? ¿Me juzgas pesimista?
Mas, vuelve la mirada en torno tuyo.
Y verás al heróico Continente,
Al que ayer con titánicos esfuerzos
Sus libertades conquistó, entregado
A torpes tiranías, que ni tienen
La disculpa fatal de la victoria
Para oprimir á los cobardes pueblos.
Y verás como todos, obedientes
Al Éxito, ese dios del egoismo,
Van á rendirle ignominioso culto,
Funden en bronce la vulgar efigie
Del tiranuelo advenedizo, y hacen
Que los extraños con piedad nos miren.
¡Oh vergüenza! ¡Oh dolor! ¿Inútilmente
Tanta sangre de mártir regaría
Nuestra tierra infecunda?... Cuando sueño
Con los años gloriosos en que, unido
Por un mismo ideal, se levantaba
Desde el Norte hasta el Sud un mundo entero,
Y al romper seculares ligaduras,
A las viejas naciones asombraba;
Cuando pienso en el júbilo que entonces
Sentía el corazón, y lo comparo
Con la miseria de la edad presente,
Irresistible indignación me ahoga.
¿Qué hemos hecho nosotros de la herencia
Que nuestros padres nos legaron? ¿Dónde
Están los frutos prometido? ¿Cuáles
Los restos son de la grandeza antigua?
Degradados hístriones nos repiten,
Desde infames tribunas, que del pueblo
Llevan la voz, y el pueblo, indiferente
A la comedia vil, los oye y pasa.
Otros se dan el título de ilustres,
Y fingen con impúdica insolencia,
Despreciar el poder, y á las naciones
En larga esclavitud sumidas tienen,
Para después, grotezcos personajes,
Derramar por Europa á manos llenas
Nuestra ignominia transformada en oro.
Allí van á exponerse cual deformes
Ejemplares del vicio, y alentados
Por serviles y obscuros adulones,
Pretenden que la América reclama
Su brazo protector, y de Bolivar
El nombre augusto con cinismo evocan.
La Libertad, en tanto, moribunda,
Se revuelve en el cieno, y la Licencia
Vestida con su traje, por las calles,
Impura meretriz, al transeunte
Con gesto obsceno sin cesar provoca.
Todo cuanto la mente en otros días
Respetó y admiró de escarnio sirve:
Se desprecian las artes, el estudio
Es vana ocupación, y sólo el ruido
Del metal codiciado nos arranca
Al horrible sopor que nos invade,
A ese sopor estúpido del ebrio,
Más triste acaso que la muerte misma !
Ya no se busca en colosal torneo
La palma generosa que las Musas
Al genio triunfador brindar solían,
Cuando, hijo de los dioses, derramaba
Sobre la tierra vírgen, las simientes
De la justicia y la verdad fecundas.
Hoy sólo se apetecen y se aprecian
Los goces materiales, y por ellos
Honor y dignidad se sacrifican,
Que, falaces sírenas, con su canto
Adormecen los últimos escrúpulos
De la conciencia pervertida, y abren
A cada paso un invisible abismo.
Abismo, y grande, sí! No impunemente
Sacude el hombre estulto los cimientos
De las leyes morales: al hundirse,
Con sus ruinas cubrirán á cuantos
En tan soez demolición se gozan !
Mas, aquellos que guardan todavía
De la antigua virtud el culto austero.
¿A dónde irán á refugiarse, mientras
La ola impura sin tropiezo avance?
Lo ignoro. En los obscuros horizontes
El fulgor de la aurora no aparece;
La tiniebla domina en todas partes,
Y ciegos y sin rumbo, no acertamos
Ni á entrever el asilo donde viven
La esperanza y la paz, si todavía
Entre nosotros, por acaso, viven.
¿Debemos resignarnos? No, no puede
Impasible sufrir el hombre honrado
La cínica insolencia, el atrevido
Lujo, la audacia sin igual de aquellos
Que, impunes y felices, ante todos
El fruto vil de la rapiña ostentan!
Que la noble protesta. por lo menos,
A los labios asome, que la sátira,
Vengadora y valiente, los hostigue,
Y sepan nuestros hijos que alguien hubo
Para azotar y perseguír tiranos
En estos tiempos, como nunca, tristes.
Yo, Francisco, vencido, sin las fuerzas
Que tan ruda labor demanda al hombre,
Busco el dulce silencio y la apacible
Soledad de los campos. Aquí reina
La antigua sencillez, aquí se aspira
Un aire puro y sano, muy distinto
Del aire aquel, engendrador de fiebres,
Que en las ciudades nos sofoca y mata;
Aquí ni el odio ni el temor habitan;
Aquí, en plácido olvido, puedo siempre
Con mis libros hablar de los hermosos
Y grandes ideales, que en la vida,
Como entre nubes de tormenta el íris,
Alzan aún sus luminosos arcos,
Sin que provoque mi actitud la inicua
Risa, ó la torpe compasión del vulgo.
En las noches de Diciembre.
Cuando la atmósfera abrasa.
Y dormír parece el viento
En las inmóviles ramas
De los árboles obscuros.
Que dan sombra á la calzada.
Yo, poeta incorregible,
Recorro las calles anchas
Del pacífico suburbio,
En busca de amor y calma.
Los faroles. colocados
Á larguísimas distancias,
Con su luz discreta y suave
El nocturno cuadro bañan,
y las escenas que en medio
De la penumbra resaltan.
Á cada paso detienen
Mi indecisa y lenta marcha.
Allí un grupo de mujeres,
Viejas, jóvenes, sentadas
En el umbral de la puerta
Ó en toscas sillas de paja,
Súbitamente interrumpe
La alegre y confusa charla,
A la voz del organillo
Que, en la esquina, un wals ensaya.
Otro grupo de muchachos
Corriendo y gritando pasa,
Mientras un carro, perdido
En la sombra, con pesada
Lentitud y sordos golpes,
Como negro monstruo, avanza.
Ya en el aire adormecido
Vuelan las notas aladas,
Con que en el piano interpreta
Melancólica romanza
Alguna sencilla joven,
Flor y orgullo de la casa.
Me acerco entonces temblando
Á la entreabierta ventana,
Y con delicia, mis ojos
Se detienen en la sala,
Donde al májico instrumento
Presta la joven un alma.
Escucho... sueño en los goces
Que ese hogar humilde guarda,
En mi profundo abandono.
En mis muertas esperanzas...
Me retiro al fin. Las calles
Están más tristes, más vastas
Se me figuran las sombras,
La luz, más débil y escasa,
Y en mís oidos atentos
Vibra siempre la romanza.
Como las diosas de la edad pagana.
En esta edad. rebelde á la alegría.
Tú, Belén, representas todavía
La apoteosis de la forma humana.
En tu cuerpo la línea soberana
Triunfa y ostenta toda su osadía,
Y de tus labios rojos, la armonía.
Como la. miel de los panales. mana.
Del diforme dolor la huella impura
Ni las horas amargas del desvelo
Empañaron jamás tu frente erguida.
Todo es grande y divino en tu hermosura.
Y en tus ojos profundos como el cielo,
Rie en su eterna juventud, la vida.
¡Es Octubre, el mes ansiado!
De mil aromas cargado
Está el aire abrasador,
y de los bosques espesos
Surgen rumores de besos,
Vuelan suspiros de amor.
¡Ven, oh mí gloria! ¡oh mi vida!
Sobre la yerba mullida
Podremos, juntos, soñar
Con las distantes quimeras,
Con las mustias primaveras
En que aprendimos á amar.
También, entonces, del mundo
Brotaba el himno jocundo
De la vida y del placer;
También entonces reía,
Como en los cielos el día.
La esperanza en nuestro sér.
¡Dichosos fuimos!... ¿Qué importa
Que esa dicha, larga ó corta,
Como todo, huyera al fin,
Si hasta en los crudos rigores
Del invierno, algunas flores
Conserva siempre el jardín?
Ellas nos bastan ¡ oh amiga!
Para olvidar la fatiga.
El invencible dolor
Que al alma sola consume,
y es eterno su perfume
Como es eterno el amor!
¡Todo ha cambiado! ¡Todo
Lenguaje extraño me habla!
Al ruido que despiertan
Mis tímidas pisadas,
No acuden, como un tiempo,
Los seres que me amaban,
Y en el camino oculto
Bajo la yerba aciaga,
Que en vez de flores crece
Delante de la casa,
Mis ojos no distinguen
Las huellas de sus plantas.
El viejo banco, donde
Felices, entusíastas,
Como gemelas rosas
Se abrieron nuestras almas,
Espera inútilmente
La amante cita diaria.