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Tres horas después Alejandro embarcaba en un bote e iba a bordo de un trasatlántico alemán llegado la noche anterior.
Cuando volvió al hotel para almorzar con Magda, su cara estaba lívida.
-¿Qué tienes? -preguntó ella.
-No sé, nada; me di un paseo por el mar... Como hay oleaje, me he mareado un poco.
Por la noche en el teatro, durante el intermedio, invitó Alejandro a sus compañeros de almuerzo a tomar un whisky al otro día, en el hotel, en el cuarto que él ocupaba. La hora señalada fue la del medio día.
-Guárdenme el secreto -les dijo.
Hasta el alba permaneció al lado de Magda. Nunca hubo más pasión en las caricias del poeta. Eran sus abrazos como el asimiento doloroso a un ser querido que vamos a perder para siempre.
-Hasta luego -exclamó al despedirse, dejando un beso mordiente en la boca de Magda.