mal parejo, y bajo una carpa de sauces apareció el manantial.
Todos, hombres y caballos, unidos é igualados en aquel instante por el derecho supremo de acercar los labios á la vida, nos precipitamos á beber.
Era admirable contemplar aquellas bestias temblorosas, con los belfos aterciopelados hundidos en el agua y los párpados caídos en desmayo de deleite, arrodilladas sobre la grama en muda adoración ante esa risueña gruta de Navidad.
El prado mismo se allegaba á la vertiente tirando al borde sus chales de gramillas y hierbas olorosas, tachonados de margaritas y verbenas, salpicados de fresas y tejiendo con sus profusos flecos sumergidos, el joyel rutilante é incrustado al fondo con piedrecillas multicolores.
El agua surgía pura y alegre, sonriendo al cielo y á la vida con sus hoyuelos juguetones y derrochando en interminable cintillas de burbujitas eléctricas el misterioso flúido genitor.
Los viejos sauces balbucían con su voz de raso sus arrullos, al depositar en el agua el