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Los centinelas de piedra exhalan resoplidos de cansancio. El ruido de los guijarros desprendidos por los tropezones del caballo, parece suficiente para romper los equilibrios y provocar el derrumbe irremediable.
Todo allí se impone como símbolo; toda línea tiene su secreto que contarnos.
Y no se diga que no vale la pena de sentir esas angustias, y que mejor es quedarse en la ciudad bajo los techos rampantes: ¡No!
Porque esas inquietudes y visiones del arte, son lo único que vale la pena de tolerar el tedio de vivir entre los hombres.
Y si los señores industriales tienen que demorar en la metrópoli cultivando sus dineros, corresponde á los artistas ir á explotar esos tesoros y á tomar posesión de aquellos cielos.