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rangonarlo con el sencillo y fino de los campos. Y si es un aire joven é inocente como el que se respira en la región andina ¡qué enorme diferencia!

Parece increible que uno llegue á tratarlo con tan ilimitada intimidad.

Es muy bueno y simpático. Los geógrafos todavía lo califican de salvaje, porque no lo han tratado bien de cerca.

Da gloria verlo despertar en plena cordillera, cuando salta de entre su enorme cuna de alabastro, y agita sus cortinas de neblina matinal y retoza un rato en las camisolas bordadas de la nieve y echa á rodar sus cuádrigas del ventisquero al valle.

Con sus risueños ojos siempre azules, rubio, lírico y blanco, más parece comprovinciano del caballero Lohengrin que mocetón indígena de Arauco.

Sus melodías tienen la frescura del agua virgen, de cuyos cristales eternos las arranca, y la transparencia de la voz de niño, no rota aún por las asperezas de la tierra.

La música que indudablemente el sol nos debe remitir en cada rayo, vibra tibia y fina en esos ritmos.