— ¡Ve aquellos bulevares? Esa es la calle San Martín, esa otra es Vélez Sársfield...
Y seguía empinado sobre el monte, mostrándome con el dedo una ciudad fantástica en la llanura desierta.
Antes de responder palabra, examinė el paisaje: En la cumbre de las sierras chispeaban los peñascales relucientes; en la pradera albeaban los rebaños; por entre las arboledas lejanas espejeaban las reverberaciones del Limay; y á grandes trechos, donde trabajaban los gendarmes, volaban sobre el monte los tajos de los sables en el aire cenital.
—«Campos de soledad, mustio collado»le repuse al fin en broma; pero él no pudo ocultar su desazón, diciendo: —¡Como todos! Quieren vivir al día. No ven el porvenir. No miran lejos. ¡Vea!
Y estrujando con nerviosidad el papelito de las rayas, me mostró en él las plazas, las avenidas, los parques y jardines de la capital del territorio.
—Aquí estamos nosotros—agregó, traspasando con la punta del lápiz el papel de parte á parte.—Ve usted?