terne con bolsas de oxígeno y negrura de sotanas, cuando luego, estando ya indefen so, se comete el incalificable abuso de emparedarlo por siempre en un sepulcro—diz que porque está muerto y huele mal—como si la sociedad no estuviese colmada de muertos ambulantes y de vivos mal olientes.
Siquiera la cremación cadavérica es misericordiosa y más alegre: Con mortajas ágiles de púrpura, despedido por nuestro carnal chisporroteo, se embarca uno en cualquiera góndola de aire, con rumbo al Sol y escala en las estrellas.
Tal lobreguéz en nuestra manera de pensar y de sentir, está indicando que nuestras comunicaciones con la luz están destruidas.
Vuelven los tiempos en que para sentir hondo y pensar alto es preciso un periodo de vida solitaria en el desierto.
Las Universidades bulliciosas tienen que ceder su misión á las ermitas.
El regreso á la montaña se impone.
El bastón de los pisaverdes y doctores debe restituir su predominio al bordón del peregrino.
A pesar de los kistes hidatídicos, va sien-