el resto del mes de su hermanito, como llaman picarescamente al compañero que está en fondos.
Su tez bronceada y su peculiar psicologia no deben examinarse sino al claroscuro de los fogones.
Poco después de acampar en una aguada, sueltan los matungos, tienden el recado, recogen zampa seca y prenden fuego.
Es entonces cuando el ingenio de cada cual principia á chisporrotear, avivado por el fuego del fogón y confortado por el humillo de la carne ensartada en el sable al laito de la llama.
El mate y el tabaco circulan en la rueda, y mientras unos boca arriba miran las estrellas, otros acurrucados al lado de los perros, dejan que su mirada se hipnotice en las brasas ó se solace en las gotas de jugo que chorrean por el acero del asador.
Los gritos de los zorros y el chisteo de las lechuzas les despiertan su predisposición supersticiosa, y es entonces cuando principial el recuento de consejas y episodios.
Alguno habla de las rocas encantadas donde duermen los gualichos, ó de las aguas de