A esos intrépitos les arrebató el inglés su tierra, pero no pudo quitarles su energia.
Todo el desorden de la derrota y el desastre del destierro, nada han podido contra la admirable cohesión de esas familias.
Cada una de esas enormes carretas en que se aventuran á hacer la travesia de los desiertos, es un home compacto, donde no sólo viajan las personas, sino las costumbres, las tradiciones y los pedazos de patria desterrados.
Esas barbas luengas de oro, parecen aun enmarañadas por la montaña del África y perfumadas con pólvora. En esos ojos acostumbrados á resistir con altivéz las miradas de los ingleses y los tigres, viajan cielos nativos, arrobamientos místicos y ternuras celestes.
La energia femenil se destaca en ese cuadro.
Las muchachas de quince años arriba, trabajan al lado de sus padres y rivalizan con sus hermanos mocetones en las faenas del campo.
Su misticismo lo guardan en el pecho, sin que se trasparente en gazmoñerias exter-