de el puerto todas las tormentas: veo a Alemania inundada de sangre; a Francia, arruinada; nuestros ejércitos y escuadras, derrotados; los ministros, destituídos unos tras otros, sin que el estado de nuestros asuntos mejore; el rey de Portugal, asesinado, no por un lacayo, sino por los grandes del país, y sin que esta vez los jesuítas puedan decir: No hemos sido nosotros. Conservaban incólume su derecho, y se ha probado de sobra después que los buenos padres pusieron el cuchillo santamente en manos de los parricidas. Dan como razón que son soberanos en el Paraguay, y que han tratado con el rey de Portugal de potencia a potencia.
Véase ahora una aventurilla tan singular como la que más desde que hay reyes y poetas en la tierra. Federico, después de pasar bastante tiempo custodiando las fronteras de Silesia en un atrincheramiento inexpugnable, se aburrió, y por entretenerse escribió una oda contra Francia y contra el rey. A principios de mayo de 1759 me envió la oda, firmada Federico, con un paquete enorme de versos y de prosa. Abro el paquete y me percato de que no he sido yo el primero en abrirlo; se echaba de ver que habían roto los sellos en el camino. Quedé transido de espanto al leer en la oda las estrofas siguientes: "¡Oh, nación de oprobio llena!,do fueron guerreros tales que & Luxemburgo y Turena dieron lauros inmortales, y enamorados de gloria corrían por la victoria peligros que el valor calla?
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