inspirar a los señores togados confianza nueva; creyéronse personajes importantes, y sus quimeras de representar a la nación y de ser tutores de los reyes se reanimaron; concluído este incidente, y como ya nada tenían que hacer, se entretuvieron en perseguir filósofos.
Omer Joly de Fleury, abogado general del Parlamento de París, ostentó, ante las salas en pleno, el triunfo más completo que la ignorancia, la mala fe y la hipocresía hayan alcanzado nunca.
Unos cuantos hombres de letras, muy dignos de estimación por su ciencia y su conducta, se habían asociado para componer un diccionario inmenso con cuanto puede servir a ilustrar el espíritu humano; era para la librería francesa objeto de grandísimo tráfico; el canciller, los ministros, favorecían tan hermosa empresa. Ya habían aparecido siete volúmenes; traducíanlos al italiano, al inglés, al alemán, al holandés; podía considerarse semejante tesoro, abierto por los franceses a todas las naciones, como lo que entonces nos honraba más; de tal modo los artículos excelentes del Diccionario enciclopédico compensaban los malos, que son, sin embargo, harto numerosos.
Lo único que podía reprocharse a la obra es el exceso de declamaciones pueriles, admitidas con poco acierto por los autores de la compilación, que alzaban mucho la mano para engrosar la obra; pero lo que ellos escriben es excelente.
Pues he aquí que Omer Joly de Fleury, en 23 de febrero de 1759, acusa a esas pobres gentes Deglicht by