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bre. El desdichado había sido fámulo en el colegio de los jesuítas, colegio donde yo he visto a veces a los escolares repartir pinchazos con los cortaplumas, y a los fámulos devolvérselos. Damiens fué, pues, a Versailles con esa determinación, e hirió al rey, rodeado de sus guandias y cortesanos, con un cortaplumas.

En el primer movimiento de horror producido por este accidente, no se dejó de atribuír el golpe a los jesuítas, que desde antiguo, decía la gente, venían descargando otros iguales. He leído una carta de un padre Griffet, en la que decía: "Esta vez no hemos sido nosotrps; ahora les toca el turno a los magistrados." Correspondía, naturalmente, al gran preboste de la corte juzgar al asesino, por tratarse de un crimen cometido en el recinto del real palacio. El desdichado comenzó a acusar a siete miembros del Parlamento; no había más que dejar subsistir la acusación y ejecutar al criminal; de esta suerte, el rey hacía al Parlamento odioso para siempre, y adquiría sobre él un predominio tan duradero como la monarquía. Créese que el señor de Argenson forzó al rey a otorgar al Parlamento el permiso para conocer del proceso; fué debidamente recompensado por ello, porque ocho días más tarde Argenson fué exonerado y desterrado.

El rey tuvo la debilidad de conceder fuertes pensiones a los consejeros que instruyeron la causa de Damiens, como si hubieran prestado algún servicio insigne y diffcil. Esta conducta acabó de Digition by