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Aquí dejé interrumpidas mis MEMORIAS, creyéndolas tan inútiles como las Cartas de Bayle a su cara madre, mi señora, o que la Vida de SaintEvremond, escrita por Des Maiseaux, y que la del abate de Montgon, escrita por él mismo; pero una porción de cosas que me parecen nuevas o divertidas me llevan otra vez al ridículo de hablarme de mí mismo.

Desde mis ventanas veo la ciudad donde reinaba Juan Chauvin, el picardo llamado Calvino, y el sitio donde, por orden suya, quemaron a Servet para bien de su alma. Casi todos los clérigos de este país piensan hoy como Servet, y hasta van más lejos que él. No creen en modo alguno en la divinidad de Jesucristo; y estos señores, que en tiempos pasados hicieron tabla rasa del purgatorio, se han humanizado hasta el punto de indultar a las almas del infierno. Afirman que sus penas no serán eternas, que Teseo no permanecerá siempre en su sitial, ni Sísifo rodará siempre con su peñasco; así, del infierno, en el que ya no creen, han hecho un purgatorio, en el que no creían.

Es ésta una donosa revolución en la historia del espíritu humano. En otro tiempo, habría bastado con eso para degollar, quemar y hacer una nueva jornada de San Bartolomé; ahora, sin embargo, ni siquiera se han cruzado injurias; tan cambiadas están las costumbres. Sólo contra mí las ha lanzado un ministro de éstos, por haberme atrevido a enunciar que el picardo Calvino era un alma dura que mandó quemar a Servet muy inWie by