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de hora desde la suma desesperación a las cimas de la prosperidad y de la gloria.

Sin embargo, temía que su ventura fuese muy pasajera; temía verse obligado a resistir todo el peso del poder de Francia, Rusia y Austria, y de buen grado hubiera querido separar a Luis XV de María Teresa.

La funesta jornada de Rosbach hacía murmu rar a toda Francia contra el tratado del abate de Bernis con la corte de Viena. El cardenal de Tencin, arzobispo de Lyón, conservaba su calidad de ministro, y sostenía correspondencia privada con el rey de Francia; era más opuesto que nadie a la alianza con la corte austriaca. El arzobispo tenía motivos para creerme descontento de la acogida que me dispensó en Lyón; sin embargo, el afán de intrigar que le perseguía en su retiro, y que, en opinión común, jamás abandona a los hombres públicos, le impulsó a concertarse conmigo para obtener de la señora margrave de Baireuth que confiara en él y remitiera a su cuidado los asuntos del rey su hermano. Deseaba reconciliar al rey de Prusia con el rey de Francia, y creía procurar la paz. No era muy difícil inclinar a la margrave de Baireuth y al rey su hermano a esa negociación; me encargué de ella con tanto más gusto cuanto que veía claro un fracaso cierto.

La señora margrave de Baireuth escribió de parte del rey a su hermano. Las cartas de esta princesa y las del cardenal pasaban por mi mano; Hey by